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XXXII El precio de un soborno

—Te avisaré si descubro algo —dijo Max, parado en la entrada de la casa de Overon.

La enorme y lujosa casa que se había convertido en la cárcel de su compañera. Las numerosas contradicciones que rodeaban a la muchacha eran abrumadoras. Al menos contaba con el apoyo del hombre, el magnate que no tenía novias, pero que ahora la tenía a ella.

—Estaremos en contacto —agregó, viendo en los ojos de la joven un pálido destello de ese brío de la juventud y la emoción tan propio de los novatos.

Él mismo lo recordaba. Los primeros meses en la institución policíaca eran los más difíciles, pero también los más intensos. Todo el estrés de las arduas jornadas se compensaba con las satisfactorias oleadas de adrenalina que cargar una placa oyendo el ulular de una sirena provocaba. Nada de eso tenía ya Sara y quién sabría hasta cuándo.

La miró por última vez. Ella lo abrazó.

—Esto no es una despedida, Rojas. Compórtate.

Sara tenía los ojos llorosos al separarse. Lo vio alejarse por el serpenteante ca
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