—Eres buena dando masajes —dijo Misael.Las manos de Sara no se habían resistido a la grata tarea de aplicarle la pomada antiinflamatoria en las partes adoloridas por el accidente. —Tomé un curso de masoterapia.La aplicación de técnicas de masajes para tratar lesiones, mejorar la flexibilidad y circulación fue de su interés durante un tiempo, cuando Jay se accidentó andando en motocicleta y se rompió una pierna. Esperó que Misael no preguntara nada al respecto.—¿Cómo fue el accidente? —se apresuró a preguntar ella.—Un conductor imprudente, alguien que cree que está por sobre la ley.—¿Tu auto se quemó? —No.—Las heridas que tienes en el rostro parecen quemaduras.—Tal vez por el roce. No recuerdo bien lo que pasó.Sara terminó con los masajes y, tras el desayuno, recibió la visita del médico que le habían asignado.—Tomaré una muestra de sangre para un perfil bioquímico. También necesitaremos una muestra de orina —dijo el profesional.—Haga lo que tenga que hacer, quiero recupera
Tobías Moreno llevaba treinta y tres años siendo policía, quince de ellos en el cargo de jefe de la unidad de homicidios. Siendo conservador, podía decir que había visto de todo. Había mirado de cerca en el abismo insondable y húmedo que se asomaba por los ojos de las bestias que vivían entre las gentes de bien y escuchado las crudas palabras que escupían los animales que despojaban a otros de su humanidad. Podía describir con amargura los pecados impronunciables que su mente guardaba en un rincón para proteger su cordura, a la vez que le sonreía con dulzura a su pequeño nieto Dani.Cuando el timbre lo despertó de madrugada, tomó su teléfono y la pistola que tenía en el cajón del velador.—¿Qué pasa? —preguntó su esposa.—Alguien llama a la puerta. Debe ser de la estación. Sigue durmiendo, cariño.La visión a través del ojo mágico de la puerta, en principio, no le reveló ningún rostro conocido. Era invierno. No era extraño que en noches tan frías la gente se cubriera con gorro y bufan
Entre los brazos de Misael se despertó Sara, sonriente, minutos antes de que sonara su alarma.—¿Tuviste algún sueño interesante? —le preguntó él.Sara asintió.—Soñé que íbamos a la playa y me quedaba sentada en la orilla oyendo el ir y venir de las olas en una tarde muy cálida. Luego llegabas tú y nos íbamos a un hotel, donde seguía oyendo las olas entre nuestros suspiros. Fue un sueño muy agradable.—Así parece. Ya se me antojó tu sueño, hagámoslo realidad.—¡¿Se puede?! Se supone que debo quedarme aquí.—Debes estar bajo mi supervisión, no importa el lugar. Además, cuento con el personal de seguridad suficiente para evitar que te escapes. Yo me encargo del resto.—¿Y tu padre?—Él ni siquiera está. Empaca tus cosas mientras hago unas llamadas.Las pertenencias que quedaban de Sara en su casa habían sido llevadas hasta la de Misael luego del ataque, así que tuvo bastante de donde elegir. Tomó prendas gruesas, el cálido sol de su sueño no podría hacerse realidad en pleno invierno. E
Sara miraba el teléfono entre sus dedos y al hombre frente a ella. Misael sacó una camiseta del clóset y se la puso.—¿Hay alguna tv aquí?—¿Para qué necesitarías algo así con la vista que tienes por la ventana?—Mi teléfono no tiene acceso a internet.—Fue una exigencia de la comisión.Con los labios fruncidos, Sara lanzó el aparato sobre la cama. Rebotó dos veces y quedó justo en el borde.—Y tú cumples esas exigencias feliz de la vida ¿No?—¿Qué quieres decir?—¡Que eres un mentiroso! Que este viajecito a la playa te vino perfecto para ocultarme todo lo que está pasando. ¡¿Por qué, Misael?!—No me grites.Sara inhaló profundamente mientras él seguía vistiéndose como si nada.—¡Quiero una explicación! —Necesitas estar tranquila para tus evaluaciones psicológicas y físicas y saber lo ocurrido no te ayudaría. Mira lo alterada que estás.—¡Porque me mentiste! Te pregunté si sabías lo que estaba ocurriendo cuando vimos los vehículos de los militares y mentiste. —Para protegerte.—¡Ello
—He leído los informes de los especialistas. Vas bastante bien, Sara —dijo Alexander Schulz, sentado frente a ella en la mesa de la biblioteca de Misael.Tal como Sara le había solicitado a Amanda Fernández, el hombre aceptó ir a visitarla.—No he sentido algo así como la "influencia maligna" de Jay, lo único que me agobia es todo lo que he perdido por su causa, mi trabajo, por ejemplo. Igual que usted, decidí dedicar mi vida a servir al país y a su gente. Quiero recuperar eso.—Me alegra oírte hablar así, pero no basta con que lo desees.—Lo tengo bastante claro. El médico dijo que podía intentar dejar de tomar mis supresores. Si llegado mi celo, no corro a los brazos de Jay, significaría que el vínculo de la marca se ha debilitado.—Eso se oye repugnante.Y la forma en que él decía repugnante también lo era. Aunque en sus ojos no hubiera una pizca de desprecio, Sara lo sentía. Sentía que eran diferentes y que ella caminaba por el borde de un abismo. —He pensado mucho y hay un modo
El letrero que se había proyectado en la mente de Sara apareció en la ruta como el cumplimiento de una profecía. Tomó la salida de la carretera en su dirección. El vehículo que manejaba era monitoreado y seguido a los lejos. Los militares que participarían del operativo eran expertos en sigilo y cubrimiento de rastros. Eran fantasmas. Sara suponía que la mayoría eran lobos.Asegurar el área no era tarea fácil. El radio desde la casa debía ser amplio para no alertar los agudos sentidos de Jay. Los militares se movían con el viento, ocultos en las sombras y el follaje. Ese árbol de ramas torcidas que se mecía con la brisa no era tal. Tampoco esos roedores que sacudían los arbustos. Ellos sabían el lenguaje de los elementos y se fundían con ellos.Ya lo tenían rodeado, aunque él ni lo sospechara. La calle se volvió un camino de tierra y Sara no pudo avanzar más con el auto. Siguió a pie por la arboleda que no tardó en espesarse hasta convertirse en bosque. El difícil acceso al lugar lo
Un día le faltaba a Max para que terminara su "descanso". Tras lo ocurrido con Iván Reyes, le habían dado unos días para que se relajara y así evitar que se levantara el polvo. La historia que él y el jefe habían contado era simple y nadie podría contradecirla: luego de que Reyes los contactara, lo habían convencido de entregarse. Max lo acompañaría. Así quedaban limpios de la infamia del prófugo que pasó sus últimos minutos de agonía en el jardín.Leyó una vez más el informe que había conseguido sobre el perfume de sándalo. Era concluyente. La formulación estaba destinada a suprimir feromonas y neutralizar aromas corporales. En términos simples, era un perfume para convertirte en fantasma.¿Era Jay Castañeda el fantasma?Con un marcador trazó una equis sobre la fotografía de Iván Reyes en el muro de su sótano. Él y su supuesta víctima estaban conectados con Misael Overon, el magnate con Rojas y ella con Jay. Ahí se cerraba el círculo. Sin embargo, todavía tenía al menos tres homicidi
Max se bebió su café deseando que fuera un Vodka bien fuerte, que se sintiera como un electrochoque en medio de sus aturdidos sesos. Sara le había relatado con lujo de detalles su plan de liberación y el inesperado desenlace, confiando en su hermética discreción.—No creas que te juzgo, Rojas, pero luces bastante bien para prácticamente haber visto morir al que fue tu novio por tres años. —Me duele lo que le ocurrió, pero fue el camino que Jay eligió. Yo intenté salvarlo a pesar de todo.—Fue bastante conveniente que muriera, igual que Iván Reyes.—Esta vez no fueron los militares, sino él. Jay trabajaba en diseño y construcción. Sabía usar explosivos para demoler edificios. Atentó contra Misael, le hizo explotar el auto.Una señal de alerta brilló en los ojos de Max. —No. No te atrevas a pensar algo así —dijo Sara, evidenciando una potente habilidad telepática—. Vi a Jay a los ojos cuando dijo que haría volar la casa. Lo hizo a plena conciencia, nadie lo presionó. Imagino que no pu