XXXIII Pieza clave

El auto negro se detuvo en la calle que quedaba detrás de la casa de Sara, no en el frente, así lo había pedido ella. Misael no quiso quedarse en el auto y bajó también. Aprovecharon que la lluvia había parado y, enfundados en sus oscuras vestimentas, se deslizaron por entre los árboles desnudos y sus escuálidas sombras. Sara pasó sin dificultad sobre barda que le llegaba a la cintura y cayó en su patio. Misael hizo lo propio. Anduvieron a hurtadillas hasta la puerta. De su bolsillo sacó Sara unas ganzúas y pronto la puerta estuvo abierta.

—¿A los policías también les enseñan a delinquir? —le preguntó Misael.

Sara le guiñó un ojo. Se quitó los zapatos embarrados y pisó las baldosas del pasillo con los calcetines. Misael volvió a imitarla. Cerró la puerta sonoramente tras ellos, lo que le ganó un reto de Sara.

Ingrid Muñoz, la vecina todavía desempleada, que se quedaba hasta altas horas de la madrugada viendo tv y luego no se podía dormir, dio un brinco en su cama al oír la puerta tras
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