—Te avisaré si descubro algo —dijo Max, parado en la entrada de la casa de Overon.La enorme y lujosa casa que se había convertido en la cárcel de su compañera. Las numerosas contradicciones que rodeaban a la muchacha eran abrumadoras. Al menos contaba con el apoyo del hombre, el magnate que no tenía novias, pero que ahora la tenía a ella.—Estaremos en contacto —agregó, viendo en los ojos de la joven un pálido destello de ese brío de la juventud y la emoción tan propio de los novatos.Él mismo lo recordaba. Los primeros meses en la institución policíaca eran los más difíciles, pero también los más intensos. Todo el estrés de las arduas jornadas se compensaba con las satisfactorias oleadas de adrenalina que cargar una placa oyendo el ulular de una sirena provocaba. Nada de eso tenía ya Sara y quién sabría hasta cuándo. La miró por última vez. Ella lo abrazó.—Esto no es una despedida, Rojas. Compórtate.Sara tenía los ojos llorosos al separarse. Lo vio alejarse por el serpenteante ca
El auto negro se detuvo en la calle que quedaba detrás de la casa de Sara, no en el frente, así lo había pedido ella. Misael no quiso quedarse en el auto y bajó también. Aprovecharon que la lluvia había parado y, enfundados en sus oscuras vestimentas, se deslizaron por entre los árboles desnudos y sus escuálidas sombras. Sara pasó sin dificultad sobre barda que le llegaba a la cintura y cayó en su patio. Misael hizo lo propio. Anduvieron a hurtadillas hasta la puerta. De su bolsillo sacó Sara unas ganzúas y pronto la puerta estuvo abierta.—¿A los policías también les enseñan a delinquir? —le preguntó Misael.Sara le guiñó un ojo. Se quitó los zapatos embarrados y pisó las baldosas del pasillo con los calcetines. Misael volvió a imitarla. Cerró la puerta sonoramente tras ellos, lo que le ganó un reto de Sara.Ingrid Muñoz, la vecina todavía desempleada, que se quedaba hasta altas horas de la madrugada viendo tv y luego no se podía dormir, dio un brinco en su cama al oír la puerta tras
Por la ventana Sara vio llegar el amanecer, cubierto de las nubes cargadas de agua que seguían meciéndose sobre la ciudad. Y otras más negras se acercaban desde el sur.—No podré salir a trotar.—Hay una trotadora en el gimnasio. De hecho, hay dos —dijo Misael.Se acomodaba la corbata, listo para un nuevo día de trabajo. El aroma de su loción de afeitar se paseaba de un lado a otro de la habitación, envolviendo a Sara, llamándola a besar su tersa piel.—¿A qué hora volverás?—Todavía no me he ido y ya me estás extrañando.Su piel estaba deliciosa. La acarició y besó sin querer dejarlo ir.—Tendré que pensar en algo para entretenerme. —Tal vez me escape para almorzar juntos —dijo él, dándole el beso de despedida.Desde la ventana lo vio Sara alejarse envuelto en su abrigo, con las manos enguantadas sosteniendo el paraguas. Cuando lo perdió de vista fue por esa trotadora. 〜✿〜Oyendo el tic tac de su reloj de la suerte, Misael revisaba unos document
—Eres buena dando masajes —dijo Misael.Las manos de Sara no se habían resistido a la grata tarea de aplicarle la pomada antiinflamatoria en las partes adoloridas por el accidente. —Tomé un curso de masoterapia.La aplicación de técnicas de masajes para tratar lesiones, mejorar la flexibilidad y circulación fue de su interés durante un tiempo, cuando Jay se accidentó andando en motocicleta y se rompió una pierna. Esperó que Misael no preguntara nada al respecto.—¿Cómo fue el accidente? —se apresuró a preguntar ella.—Un conductor imprudente, alguien que cree que está por sobre la ley.—¿Tu auto se quemó? —No.—Las heridas que tienes en el rostro parecen quemaduras.—Tal vez por el roce. No recuerdo bien lo que pasó.Sara terminó con los masajes y, tras el desayuno, recibió la visita del médico que le habían asignado.—Tomaré una muestra de sangre para un perfil bioquímico. También necesitaremos una muestra de orina —dijo el profesional.—Haga lo que tenga que hacer, quiero recupera
Tobías Moreno llevaba treinta y tres años siendo policía, quince de ellos en el cargo de jefe de la unidad de homicidios. Siendo conservador, podía decir que había visto de todo. Había mirado de cerca en el abismo insondable y húmedo que se asomaba por los ojos de las bestias que vivían entre las gentes de bien y escuchado las crudas palabras que escupían los animales que despojaban a otros de su humanidad. Podía describir con amargura los pecados impronunciables que su mente guardaba en un rincón para proteger su cordura, a la vez que le sonreía con dulzura a su pequeño nieto Dani.Cuando el timbre lo despertó de madrugada, tomó su teléfono y la pistola que tenía en el cajón del velador.—¿Qué pasa? —preguntó su esposa.—Alguien llama a la puerta. Debe ser de la estación. Sigue durmiendo, cariño.La visión a través del ojo mágico de la puerta, en principio, no le reveló ningún rostro conocido. Era invierno. No era extraño que en noches tan frías la gente se cubriera con gorro y bufan
Entre los brazos de Misael se despertó Sara, sonriente, minutos antes de que sonara su alarma.—¿Tuviste algún sueño interesante? —le preguntó él.Sara asintió.—Soñé que íbamos a la playa y me quedaba sentada en la orilla oyendo el ir y venir de las olas en una tarde muy cálida. Luego llegabas tú y nos íbamos a un hotel, donde seguía oyendo las olas entre nuestros suspiros. Fue un sueño muy agradable.—Así parece. Ya se me antojó tu sueño, hagámoslo realidad.—¡¿Se puede?! Se supone que debo quedarme aquí.—Debes estar bajo mi supervisión, no importa el lugar. Además, cuento con el personal de seguridad suficiente para evitar que te escapes. Yo me encargo del resto.—¿Y tu padre?—Él ni siquiera está. Empaca tus cosas mientras hago unas llamadas.Las pertenencias que quedaban de Sara en su casa habían sido llevadas hasta la de Misael luego del ataque, así que tuvo bastante de donde elegir. Tomó prendas gruesas, el cálido sol de su sueño no podría hacerse realidad en pleno invierno. E
Sara miraba el teléfono entre sus dedos y al hombre frente a ella. Misael sacó una camiseta del clóset y se la puso.—¿Hay alguna tv aquí?—¿Para qué necesitarías algo así con la vista que tienes por la ventana?—Mi teléfono no tiene acceso a internet.—Fue una exigencia de la comisión.Con los labios fruncidos, Sara lanzó el aparato sobre la cama. Rebotó dos veces y quedó justo en el borde.—Y tú cumples esas exigencias feliz de la vida ¿No?—¿Qué quieres decir?—¡Que eres un mentiroso! Que este viajecito a la playa te vino perfecto para ocultarme todo lo que está pasando. ¡¿Por qué, Misael?!—No me grites.Sara inhaló profundamente mientras él seguía vistiéndose como si nada.—¡Quiero una explicación! —Necesitas estar tranquila para tus evaluaciones psicológicas y físicas y saber lo ocurrido no te ayudaría. Mira lo alterada que estás.—¡Porque me mentiste! Te pregunté si sabías lo que estaba ocurriendo cuando vimos los vehículos de los militares y mentiste. —Para protegerte.—¡Ello
—He leído los informes de los especialistas. Vas bastante bien, Sara —dijo Alexander Schulz, sentado frente a ella en la mesa de la biblioteca de Misael.Tal como Sara le había solicitado a Amanda Fernández, el hombre aceptó ir a visitarla.—No he sentido algo así como la "influencia maligna" de Jay, lo único que me agobia es todo lo que he perdido por su causa, mi trabajo, por ejemplo. Igual que usted, decidí dedicar mi vida a servir al país y a su gente. Quiero recuperar eso.—Me alegra oírte hablar así, pero no basta con que lo desees.—Lo tengo bastante claro. El médico dijo que podía intentar dejar de tomar mis supresores. Si llegado mi celo, no corro a los brazos de Jay, significaría que el vínculo de la marca se ha debilitado.—Eso se oye repugnante.Y la forma en que él decía repugnante también lo era. Aunque en sus ojos no hubiera una pizca de desprecio, Sara lo sentía. Sentía que eran diferentes y que ella caminaba por el borde de un abismo. —He pensado mucho y hay un modo