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Todos los capítulos de LUNA PROHIBIDA QUIERE VENGANZA: Capítulo 21 - Capítulo 30
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21
Jim me llevó a su mesa, y nos sentamos. Frente a nosotros, Giorgio estaba junto a la rubia y su hermano, que observaba todo como un halcón, con una calma que resultaba inquietante. La rubia me miró, y su expresión se endureció como si quisiera clavarme en el sitio. Aparté la mirada y me concentré en Jim, que me estaba haciendo preguntas, aunque apenas podía procesar lo que decía.—¿Dónde está el insufrible de Pietro? —preguntó con una nota de burla en la voz.Me encogí de hombros, incómoda. No quería hablar de Pietro, pero mi mirada traicionera volvió hacia Giorgio. Él ahora me miraba directamente y me dedicó una media sonrisa cargada de intenciones. Mi respiración se entrecortó.—Creo que vendrá pronto con Lucrecia —murmuré finalmente.Jim, sin previo aviso, tomó mi mandíbula y me obligó a mirarlo a los ojos, como si intentara sacarme de ese trance.—Ese tipo al que estás devorando con la mirada es un gran hijo de puta. Si Pietro es nefasto, este lo es aún más. ¿Qué les ves a los hom
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Aunque estaba con Jim, la molestia me carcomía por dentro. Pietro me observaba con su cara de pocos amigos, mientras Lucrecia prácticamente vaciaba todo el licor del lugar. Más allá, él estaba con esa rubia artificial de piernas largas. Era como si el universo quisiera ponerme a prueba.Me levanté y me dirigí al baño, buscando un respiro, un lugar donde pudiera armarme de fuerzas para soportar este lugar un par de horas más. Aunque, siendo honesta, dudaba que pudiera resistir tanto.Cerré la puerta detrás de mí, pero apenas había soltado un suspiro cuando Giorgio entró al baño con una expresión de seriedad. Se acercó rápidamente, me agarró del brazo y me arrastró a uno de los cubículos, cerrando la puerta tras nosotros con seguro.—Estoy empezando a creer que tienes una fijación con los baños —le solté, el sarcasmo como mi único escudo.—Tal vez —respondió, con esa indiferencia que lograba que quisiera golpearlo.Puse los ojos en blanco, intentando mantener la compostura.—Eres un idi
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Me subí al coche y arranqué de inmediato. El coche de Alessandro empezó a seguirme. Mañana, cuando estuviese más tranquila, lo iba a regañar; no tenía por qué haberle dicho nada a ese imbécil de Giorgio.Apreté el acelerador con fuerza. Necesitaba llegar a casa con urgencia. Jamás en mi vida me había sentido tan encendida, tan ardiendo desde lo más profundo. Era como si un instinto dormido hubiera despertado por culpa de él, rugiendo, quemándome por dentro.—Estúpido Giorgio, pero me las vas a pagar —mascullé, soltando el volante por un instante para golpearlo con ambas manos, desahogando mi frustración al aire vacío.Al entrar a la autopista, me di cuenta de que estaba más oscura que de costumbre. Eché un vistazo al retrovisor. El coche de Alessandro seguía detrás, manteniendo una distancia prudente, lo que me tranquilizó un poco. Bajé la velocidad; con esta oscuridad, cualquier cosa podía pasar.Encendí la radio, y una melodía suave llenó el coche. Tarareé la canción con esfuerzo, tr
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24
El sonido distante de coches rompía el silencio pesado de la carretera. Uno de los hombres vestidos de negro, con un aire tan peligroso como su mirada fría, se acercó al coche abandonado al borde del camino. Sus botas resonaban contra el asfalto mientras avanzaba con calma, como un depredador que sabía que su presa ya estaba acorralada.Se inclinó para mirar dentro del vehículo y ahí estaba, un pequeño bolso de mano dorado, brillante incluso en la penumbra. Lo tomó sin prisa, como si saboreara cada segundo. Abrió el bolso con movimientos precisos, vaciando su contenido en el asiento delantero. Una identificación cayó entre las demás pertenencias esparcidas.El hombre recogió la identificación con dos dedos, como si se tratara de una joya recién descubierta. Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida mientras leía el nombre en voz alta, saboreando cada sílaba como una promesa.—Abigail... —susurró, dejando que el nombre se impregnara en el aire, como si con solo pronunciarlo ya la h
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Me encerré en la habitación y me dejé caer al suelo, un torrente de lágrimas brotando sin control. Lo que había presenciado no me dejaba respirar; la culpa era un veneno que me carcomía. No podía sacar de mi cabeza las súplicas de aquella mujer, ni la forma cruel en que decidió acabar con su vida.La puerta sonó, y mi corazón se detuvo por completo. Seguramente eran ellos, esos hombres, buscándome para matarme por haber sido testigo de todo.—Señora, la buscan abajo —informó una de las empleadas desde el otro lado.Mi pecho volvió a latir, pero esta vez con un golpe seco de incertidumbre. ¿Quién podría buscarme a estas horas?Me levanté temblando, secándome las lágrimas con el dorso de la mano. Caminé con cautela hacia la puerta y la abrí, mirando a la chica con el ceño fruncido.—¿Quién? —pregunté con la voz rota.—Un hombre que dice llamarse Giorgio —respondió.No esperé más detalles. La aparté y salí corriendo por el pasillo. Bajé las escaleras con el corazón desbocado, y allí, en
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Mis párpados se sentían pesados, y mi cuerpo demasiado perezoso como para moverse. La calidez que me envolvía era reconfortante, así que me acurruqué aún más. Me sentía protegida, como si el mundo exterior no pudiera alcanzarme.—Veo que quieres seguir durmiendo, pero yo tengo que trabajar —dijo una voz grave y familiar, sacándome de mi letargo.Abrí los ojos de golpe, y mi corazón dio un vuelco al darme cuenta de dónde estaba: toda sobre Giorgio, mis piernas enredadas con las suyas, mi cabeza descansando en su pecho.Me aparté de inmediato, como si me hubieran sorprendido robando algo prohibido, y me senté al borde de la cama.—Buenos días —saludó él con una sonrisa pícara, como si nada hubiera pasado.Se levantó de la cama con una calma exasperante, estirándose con descaro. Sus músculos tensos y definidos se marcaron aún más con el movimiento, como si estuviera presumiendo a propósito.—Si quieres, podemos bañarnos juntos —propuso, sin un atisbo de vergüenza en su voz.Tomé una almo
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Bajé las escaleras con la intención de pedirle a Giorgio algo más decente de ropa. Al llegar al vestíbulo, me encontré con su hermano. Su mirada me recorrió de arriba abajo, cargada de una intensidad que me hizo temblar hasta el fondo del alma.—Hola, fa’rati. Que bueno es ver que estas bien —saludó, pero en su boca esa palabra sonaba como una amenaza.—Buenos días —respondí con voz temblorosa, intentando no mostrar mi incomodidad.Él esbozó una sonrisa ladeada, una que parecía conocer secretos que yo desconocía. Sin decir nada más, salió por la puerta principal, dejando un vacío incómodo en el aire y una sensación de alarma en mi pecho.Justo cuando iba a preguntar por Giorgio, apareció de repente. Su mirada se clavó en la mía y cruzó el vestíbulo con rapidez.—¿Estás bien? —preguntó con evidente preocupación.Asentí con la cabeza, aunque mi corazón aún latía desbocado.—Sí, solo quería pedirte algo más de ropa prestada —dije, intentando sonar despreocupada.Él asintió, más calmado.
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Cuando salí al jardín delantero de la casa de Giorgio, vi mi coche estacionado. Mi corazón dio un vuelco, y corrí hacia él con un nudo en el estómago.—Alessandro lo ha traído. Tus cosas están dentro. Te pido que, si algo sucede, me llames. De todas formas, Alessandro seguirá vigilándote —dijo Giorgio a mi espalda.Me giré para mirarlo, buscando respuestas en sus ojos.—¿Qué podría pasarme? Sé que me ocultas algo, y temo imaginar lo que es, pero... creo que, si lo supiera, podría encontrar la forma de protegerme —le solté con la voz cargada de incertidumbre.Se acercó lentamente, sus manos atraparon mi rostro, obligándome a mirarlo directo a los ojos.—Piensas demasiado. Solo me preocupo por ti —murmuró con una sinceridad que hizo que mi pecho doliera.Aparté sus manos con suavidad, pero con firmeza.—¡No me conoces! —le respondí, sintiendo cómo las palabras quemaban en mi garganta—. Y sí, hay una atracción entre nosotros, algo extraño y confuso, pero no entiendo cómo puedes preocupar
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Mi hermano me llamó horas después para informarme que el concejo tenía a Alessandro. Lo acusaban de proteger a Abigail y, según él, planeaban matarlo. No podía permitirlo. Alessandro no iba a pagar por algo que había sido una orden mía. Conociéndolo, estaba seguro de que jamás revelaría que fue bajo mis instrucciones.Sin dudarlo, me encaminé hacia las instalaciones donde lo retenían. Mi pecho ardía de rabia e incertidumbre. Cuando llegué, llamé a mi hermano, quien me indicó la ubicación exacta de Alessandro. Sin perder tiempo, fui directo a la habitación.Al abrir la puerta, lo vi. Alessandro estaba amarrado a una silla, ensangrentado y con el rostro hinchado por los golpes. Apenas levantó la cabeza al verme, sus ojos no mostraron sorpresa ni miedo, solo un cansancio amargo. No dijo nada.—Es mi empleado. Suéltenlo —ordené con firmeza a los dos omegas que lo custodiaban.Uno de ellos me lanzó una mirada desafiante, atreviéndose a medir mis palabras.—Es un traidor —espetó.No titubeé
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30
Dejé a Rafaelle atrás y me dirigí con rapidez hacia mi coche. El lloriqueo de Abigail seguía resonando en el altavoz del teléfono.—¿Dónde estás? —pregunté. Abigail se calmó lo suficiente para responderme.—estoy estacionada fuera de tu casa, ven por favor, tengo miedo— me dijo suplicante.Subí al coche y puse el celular en alta voz.—¿Vendrás? —preguntó, su voz quebrándose entre sollozos.Claro que iría. Después de lo que había pasado hoy, después de escucharla, no había fuerza en este mundo que me impidiera protegerla.—Entra a casa y espérame en la habitación —le pedí, intentando transmitir calma aunque por dentro ardía.—Te espero aquí donde estoy, no tardes mucho —dijo antes de colgar.Aceleré como si mi vida dependiera de llegar a tiempo. Cuando vi su coche estacionado en una esquina, el corazón me dio un vuelco. Aparqué justo enfrente y corrí hacia ella. Toqué la ventanilla, y al abrir la puerta, salió como si se estuviera hundiendo y necesitara mi brazo para sostenerse. Se lan
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