Me subí al coche y arranqué de inmediato. El coche de Alessandro empezó a seguirme. Mañana, cuando estuviese más tranquila, lo iba a regañar; no tenía por qué haberle dicho nada a ese imbécil de Giorgio.Apreté el acelerador con fuerza. Necesitaba llegar a casa con urgencia. Jamás en mi vida me había sentido tan encendida, tan ardiendo desde lo más profundo. Era como si un instinto dormido hubiera despertado por culpa de él, rugiendo, quemándome por dentro.—Estúpido Giorgio, pero me las vas a pagar —mascullé, soltando el volante por un instante para golpearlo con ambas manos, desahogando mi frustración al aire vacío.Al entrar a la autopista, me di cuenta de que estaba más oscura que de costumbre. Eché un vistazo al retrovisor. El coche de Alessandro seguía detrás, manteniendo una distancia prudente, lo que me tranquilizó un poco. Bajé la velocidad; con esta oscuridad, cualquier cosa podía pasar.Encendí la radio, y una melodía suave llenó el coche. Tarareé la canción con esfuerzo, t
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