El sol apenas comienza a asomar por el horizonte cuando despierto, agitada y sudando. La incomodidad en mi vientre ha aumentado durante la noche y las contracciones, que antes eran esporádicas y ligeras, se han vuelto más intensas y regulares. Me giro en la cama, tratando de encontrar una posición que alivié el dolor, pero es imposible encontrar consuelo. Cada contracción parece más fuerte que la anterior, y no puedo ignorar la creciente presión.Miro a Edward, que duerme a mi lado, completamente ajeno a mi sufrimiento. Lo observo durante unos segundos, su respiración es tranquila y regular. Me siento un poco culpable por despertarlo, pero el dolor es demasiado intenso para soportarlo sola. Finalmente, decido que es hora de hacerlo.—Edward —digo con voz temblorosa, intentando no sonar demasiado desesperada—. Edward, despierta.Él se mueve lentamente, con una expresión de confusión en su rostro mientras abre los ojos.—¿Qué pasa, Sam? —pregunta, frotándose los ojos.—Creo que es hora
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