A veces, mientras el viento agitaba las copas de los árboles y el murmullo del bosque lo envolvía, Áster se perdía en pensamientos que lo sumergían en una melancolía dolorosa. Se sentaba en silencio junto a un roble viejo, su cuerpo acurrucado en un rincón donde el sol apenas llegaba, y cerraba los ojos, permitiéndose, solo por un instante, soñar con lo que pudo haber sido. En esas fantasías fugaces, veía a Lucía junto a él, ambos sonriendo con la calidez de una vida compartida. La imaginaba riendo, con una luz en los ojos que solo él solía provocar antes de que todo se rompiera. La veía abrazar a sus hijos, no solo a Ferus, sino a otros pequeños que habrían nacido de su unión, y sintió un nudo en la garganta.El bosque, siempre presente, parecía detenerse alrededor de él en esos momentos, como si entendiera su tristeza y compartiera su dolor. Las hojas se agitaban lentamente sobre su cabeza, dejando caer una lluvia ligera de polvo dorado que flotaba en el aire como en un sueño.—Si t
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