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El trinar de las aves: Novena parte.
Los días para Fausto se habían convertido en una interminable rutina de horas lentas, donde el silencio en la casa lo envolvía como una pesada manta que no podía apartar. El sol apenas asomaba cada mañana, y ya sentía el peso del día, sabiendo que la ausencia de Lucía y Ferus le golpeaba con cada amanecer. Sin ellos, la casa que alguna vez había sido su refugio se sentía hueca, un eco de la soledad y el vacío que se agitaba en su interior.El viento soplaba suavemente por las ventanas abiertas, moviendo las cortinas desgastadas que Lucía había elegido con tanto cariño. El crujir de la madera bajo sus pies resonaba en la sala vacía. Cada rincón que Fausto había ignorado, cada mueble que había tratado con indiferencia, ahora se destacaba en su vista, lleno de los recuerdos que él no había sabido apreciar.Se levantaba temprano y se ocupaba en tareas que antes le parecían triviales. Arreglaba cosas por la casa, reparaba muebles viejos, barría el polvo que se acumulaba en los rincones. Er
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El trinar de las aves: Décima parte.
Lucía se sentaba en la pequeña mesa de la cocina, iluminada por la luz cálida del sol que se filtraba a través de las cortinas de lino. La aguja de costura se deslizaba con facilidad por la tela entre sus manos, mientras sus pensamientos vagaban entre recuerdos y el presente. A su alrededor, el aire del pueblo parecía siempre lleno de calma. El sonido del viento entre los árboles y las voces distantes de los vecinos llegaban como un murmullo suave. Había encontrado, al menos por ahora, un lugar donde podía respirar sin sentirse ahogada por los fantasmas del pasado.Ferus jugaba en el patio, sus risas llenaban el ambiente. Su energía inagotable le daba a Lucía una mezcla de alegría y nostalgia. A veces, lo veía correr de un lado a otro aunque, en los primeros meses, Ferus solía llorar llamando a su padre por las noches, con el tiempo, su hijo comenzó a adaptarse a la vida que tenían ahora. Eso la tranquilizaba. Lo que más le importaba era el bienestar de su hijo, su felicidad, y en est
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Ruiseñor: Primera parte.
Áster comenzó con voz baja, casi como si dudara de lo que estaba a punto de decir:—Han estado sucediendo algunas cosas en Pueblo Ciprés... —Su mirada se perdió en el suelo de madera, sin atreverse a levantarla hacia Lucía.Lucía asintió lentamente. Ella había estado al tanto de la situación gracias a las cartas de su hermano Lou. Los problemas con los hombres lobo renegados eran cada vez más serios, y sabía que Áster, como hijo del anterior alfa, tenía una responsabilidad que simplemente no podía ignorar.—Sí, creo que sé a lo que te refieres —dijo ella con un suspiro, recordando las palabras inquietantes que Lou había compartido en su última carta—. Mi hermano me ha estado informando. Las cosas están peligrosas por esos hombres lobo renegados.Áster, con las orejas ligeramente caí
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Ruiseñor: Segunda parte.
Áster y Ferus entraron prácticamente corriendo a la casa, y el pequeño prácticamente saltando de la emoción.Ferus no podía contenerse, sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y entusiasmo mientras miraba a su madre. Lucía, quien estaba en la cocina preparando la cena, notó de inmediato el estado excitado de su hijo. Antes de que pudiera preguntar, Ferus ya había comenzado a hablar.—¡Mamá! ¡Áster me contó que puede transformarse! Pero necesita ropa porque... —hizo una pausa, recordando las palabras exactas de Áster—. ¡Porque no tiene ropa de humano!Lucía sonrió, conteniendo una risa suave. Sabía que este momento llegaría eventualmente. Sabía que Ferus siempre había sido un niño con una mente abierta, dispuesto a aceptar lo que otros podrían considerar extraño o ater
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Ruiseñor: Tercera parte.
Después de la reunión familiar Lucía regresó a su antigua habitación, que aún olía vagamente a la madera vieja y a las flores secas que solía poner en las ventanas, a su lado su hijo dormía profundamente, con la respiración suave y tranquila de un niño que había enfrentado más de lo que le correspondía.Mientras tanto, en su propia habitación, Lou estaba despierto. A pesar de su intento de dormir, su mente seguía trabajando, desenredando las emociones que lo envolvían como una maraña de hilos imposibles de separar. Pensaba en su hermana, en cómo las desgracias se habían amontonado sobre ella desde la ceremonia fallida de elección de pareja de Áster. El recuerdo de esa noche todavía lo perseguía, especialmente el momento en que todo cambió, cuando las cosas comenzaron a desmoronarse lentamente.Lou
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Ruiseñor: Cuarta parte.
Lou se había convertido en el pilar de la familia. Desde que habían regresado al pueblo, su actitud se había vuelto más protectora, incluso más firme. Aunque Áster aún rondaba, Lucía notaba que la relación entre su hermano y el hombre lobo había cambiado. Lou lo toleraba, en gran medida por el cariño que Ferus le había tomado al animal. Áster se mantenía cerca, observando desde las sombras, siempre al acecho pero manteniéndose a distancia prudente. Lou, sin embargo, jamás bajaba la guardia. Siempre estaba presente, vigilante, cuidando que ningún peligro acechara a su hermana o a su sobrino.El regreso al pueblo había removido sentimientos y recuerdos que Lucía creía enterrados."¿Me recordarán como antes?" se preguntaba en las noches, mientras observaba las estrellas desde la ventana. Le preocupaba que el pueblo la vi
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Ruiseñor: Quinta parte.
Los días de Fausto se habían convertido en un ciclo interminable. El silencio dentro de la casa a veces era abrumador. Se filtraba a través de las ventanas y se instalaba en las esquinas, envolviendo todo en una soledad palpable. Trabajaba incansablemente, con la mandíbula apretada, intentando ignorar el eco de sus propios pensamientos. Las herramientas se amontonaban a su alrededor: serruchos, martillos, clavos; todos cuidadosamente dispuestos pero sin el menor rastro de orden interno en él.Una tarde, después de largas horas en la construcción, se dirigió al sótano. La despensa que tanto había cuidado estaba organizada al milímetro, con hileras interminables de frascos brillantes que reflejaban la luz de las velas en la penumbra. Fausto había invertido tanto tiempo en asegurarse de que cada uno estuviera perfectamente sellado, como si en ese acto pudiera atrapar momentos felices y guardarlos
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Ruiseñor: Sexta parte.
El niño iba tarareando una melodía suave mientras sus ojos se movían de un lado a otro, observando cada detalle del bosque como si buscara algo. A su alrededor, el bosque parecía más denso a medida que avanzaban. Los árboles, altos y viejos, formaban sombras alargadas sobre el camino, filtrando la luz que ya comenzaba a desvanecerse con el atardecer. La brisa movía las hojas en lo alto, y el suelo estaba cubierto de ramas secas que crujían bajo sus pies.Fausto, que caminaba unos pasos detrás, no pudo evitar notar la actitud del niño. Su aparente despreocupación chocaba con su conducta observadora, y finalmente, la curiosidad lo venció.—¿Por qué parece que estás buscando algo, mocoso? —preguntó Fausto, su tono no exento de un toque de burla, aunque no malintencionada.El niño se detuvo un segundo, volviendo su mirada inocente hacia
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Ruiseñor: Séptima parte.
El sol se deslizaba perezosamente entre las copas de los árboles, tiñendo el bosque con una luz dorada y cálida mientras Lucía caminaba con paso firme, su cesto lleno de hierbas y la gran liebre recién atrapada. El aire estaba impregnado de olores a tierra húmeda y hojas secas, una mezcla familiar que siempre lograba apaciguar sus pensamientos. Respiró profundamente, sintiendo cómo la tensión del día se desvanecía lentamente. Le gustaba estar en el bosque, alejada del bullicio del pueblo, y encontrar consuelo en la soledad de la naturaleza.Su mente divagaba entre recuerdos del pasado y la vida tranquila que había construido para sí misma y para Ferus. La rutina de la costura y la caza, aunque sencilla, la mantenía centrada y, sobre todo, conectada con la parte de ella que amaba a su hijo con una devoción inquebrantable. Cada vez que veía sus ojos brillando de alegr
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Ruiseñor: Octava parte.
Fausto bajó la cabeza, sintiendo la tensión en sus hombros y el peso de sus propias palabras. Todo parecía distante, como si la realidad misma se estuviera desmoronando alrededor de él. Alzó la mirada buscando algo en el rostro de Lucía, alguna señal de comprensión, pero no encontró más que una tristeza resignada.—Por favor, déjame explicarte... —comenzó con la voz rota, consciente de lo inútil que eran sus esfuerzos. A su alrededor, las sombras se alargaban, cubriendo el suelo con una manta de oscuridad, mientras el aire fresco de la tarde descendía sobre ellos.Lucía permanecía quieta, observándolo como si lo estuviera viendo desde lejos, aunque no dejaba de estar presente. Las palabras de Fausto parecían chocar contra un muro invisible, incapaces de traspasar la barrera que ella había levantado. Sabía que él
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