El niño iba tarareando una melodía suave mientras sus ojos se movían de un lado a otro, observando cada detalle del bosque como si buscara algo. A su alrededor, el bosque parecía más denso a medida que avanzaban. Los árboles, altos y viejos, formaban sombras alargadas sobre el camino, filtrando la luz que ya comenzaba a desvanecerse con el atardecer. La brisa movía las hojas en lo alto, y el suelo estaba cubierto de ramas secas que crujían bajo sus pies.Fausto, que caminaba unos pasos detrás, no pudo evitar notar la actitud del niño. Su aparente despreocupación chocaba con su conducta observadora, y finalmente, la curiosidad lo venció.—¿Por qué parece que estás buscando algo, mocoso? —preguntó Fausto, su tono no exento de un toque de burla, aunque no malintencionada.El niño se detuvo un segundo, volviendo su mirada inocente hacia
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