Áster intentaba concentrarse en el sonido del viento, en los pequeños ruidos del bosque, pero todo lo que oía era la voz de Fausto, insidiosa, martillando en su mente.—Ella nunca te amará, ya lo sabes, ¿no? —La voz de Fausto fue como un látigo que golpeó directamente el corazón de Áster.Áster apretó la mandíbula, resistiendo el impulso de responder. Claro que lo sabía. Cada fibra de su ser lo sabía, lo había aceptado desde hace tiempo, aunque el dolor persistiera. Dolía tanto que, en ocasiones, sentía que le faltaba el aire, como si ese conocimiento lo estuviera ahogando lentamente. Y ahora Fausto, ese miserable, estaba hurgando en la herida como si disfrutara viendo su sufrimiento. Áster lo miró con los ojos entrecerrados, intentando controlar el nudo de rabia que se formaba en su pecho.—Sabes que tengo razón —insistió Fausto, con una sonrisa retorcida que parecía disfrutar del tormento que causaba.Por dentro, Áster sentía que algo se quebraba. Las p
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