En un centro comercial de Mabi, Alana consiguió lo necesario para asistir a la boda. No habían encontrado en la mañana el juguete favorito de Martín y pasaron a una juguetería, él escogió unos dinosaurios y otras bestias de dientes filosos, muy diferentes de su muñequito suave y esponjoso. Qué rápido crecían los niños.—Yo no quiero ir a la boda —dijo él cuando volvían a casa. —¿Por qué no? Son ceremonias lindas y estás muy pequeño para quedarte solo en casa. —Pero no quiero ir —insistió Martín.Fue Mateo quien encontró la solución. Su casa estaría vacía salvo por la sirvienta, a quien según él le encantaban los niños, ella lo cuidaría. Y estarían cerca, pues la ceremonia sería en el patio en común que tenían con la residencia vecina. Alana guardó en la mochila de Martín sus libros para colorear y algunos de los juguetes nuevos y partieron. En la entrada del patio, bajo un arco de flores olorosas estaba el elegante novio recibiendo a los invitados, junto a un letrero con impecable
Los gritos de su madre desgarraron el silencio de la noche y evocaron un miedo que era el peor de todos. Los miedos de los adultos eran diferentes a los de los niños. Perder el empleo, no ser lo suficientemente bueno en lo que se hacía o no poder pagar a tiempo las cuentas son miedos adultos, los niños a lo que más temen es perder a sus padres y quedarse solos. Y cuando su madre gritó mientras el hombre lobo la sujetaba, Alana temió jamás volver a verla. Su miedo se hizo real y ahora regresaba por ella.—¡MARTÍN! —se despertó gritando Alana en la habitación del hospital.Casi le causó un infarto al anciano que dormitaba en la camilla de al lado, que empezó a gritar también. Una enfermera llegó corriendo.—¡Mi hijo! ¡¿Dónde está mi hijo?! ¡Por favor! ¡Por favor!—Cálmese, su hijo está bien, está descansando en el ala pediátrica.—¡Quiero verlo, tengo que verlo! ¡Tengo que llevármelo de aquí! —No se levante. Se golpeó la cabeza y debe guardar reposo. Si insiste en levantarse tendré que
Alana juntó la puerta tras ella y empujó a Damián por su jardín.—¡¿Cómo me encontraste?! ¡No tienes derecho a estar aquí, vete! ¡¿Cómo pudieron dejarte entrar sin avisarme?! La imagen de la bella y dulce Alana que Damián había guardado en lo profundo de su corazón se enfrentaba a la realidad de una mujer furiosa, con el rostro deformado por la ira más pura. Él la había destruido.—Alana, tenemos que hablar.—¡No! ¡Tú ya dijiste todo lo que tenías que decir! ¡No vas a volver a jugar conmigo! ¡Vete! —Lo empujó una vez más.Nada hizo Damián por frenar los manotazos de Alana, bien sabía que merecía eso y mucho más.—Por favor, hablemos.—¡No tengo nada que hablar contigo, ni ahora ni nunca!—Alana...—¡Vete o llamaré a la policía!—El niño que estaba contigo...La vista de Alana se nubló. En las tinieblas, empezó a tambalearse. —Estás ardiendo —notó Damián al cogerla de un brazo.Ella se lo arrebató, pero él volvió a sujetarla justo cuando las piernas se le doblaron. Cayó en pleno jard
Luego de que los guardias del condominio se disculparan y le prometieran no dejar entrar a nadie más sin consultárselo primero, Alana se sintió un poco mejor. Ximena llegó a mediodía al enterarse del fin de sus vacaciones. Desahogarse también ayudó.—Tarde o temprano iba a pasar, amiga. No entiendo cómo acabaste en su boda. ¿Quién es ese tal Mateo?—Es su primo. Me llamó, pero no le contesté. No quiero nada de esto. Estoy empezando a detestar a los hombres.—Son los Zósters el problema, no los hombres, los Zósters. Hijos de puta poco hombres. Si volviera a ver al infeliz de Marcos le arrancaría la cabeza de una bofetada. Martín llegó a la sala con sus lápices. Hizo un dibujo en la mano de Ximena y salió a pintar a la terraza. Desde el sillón, Alana tenía una perfecta vista de él.—¿Y Martín cómo reaccionó cuando supo de Damián?—No ha dicho nada, pero se asustó al verlo.—Es pequeño todavía, tal vez esta situación no le afecte tanto. Eres tú la que me preocupa. No te ves nada bien.
—Me sorprende que hubieras regresado tan pronto de tus vacaciones —comentó Pedro. Tanto había insistido Martín que acabaron reuniéndose a almorzar con él en un restaurante. Aprovechando que el niño estaba muy concentrado comiendo su postre, Alana le contó a susurros la serie de eventos desafortunados que acabaron con su descanso, omitiendo todo detalle licantrópico.—Podrá ser un desgraciado, pero es el padre de Martín y ahora empezarás a verlo más seguido. ¿Todavía sientes algo por él?—Odio. Desprecio. Lo detesto. Ojalá y no tuviera que volver a verlo nunca. —Tendrás que hacer un esfuerzo por el niño. Tal vez esto te sirva para dar vuelta la página y sanar las herida que él te dejó.—Ya las sané —aseguró ella.—Cuando eso pase, querida Alana, hablar de él no te enfurecerá como lo hace, tampoco te causará tristeza, simplemente te será indiferente. "Ya me es indiferente", iba a decir ella, pero no quería engañarse. Damián le habló por la tarde. Llegó con un juego de mesa, con figur
"Una vez más", había dicho Damián. Ser burlada una vez más, ser humillada una vez más, ser destrozada una vez más.—Te volviste loco. ¿Crees que estoy para tus juegos? ¿que puedes botarme y recogerme cuando te da la gana? —No es así.—Ya no creo nada que salga de tu boca y tampoco me importas. Lo único que nos une es Martín, nada más. Espero que lo entiendas.Alana sacó al niño del columpio y se fue a casa. La tarde acababa de arruinarse. 〜✿〜Los hombres de la empresa de mudanzas terminaron de descargar el camión y partieron. Alana tenía una vista privilegiada desde el segundo piso, Damián se había mudado justo a la casa del frente. Ella ni siquiera sabía que estuviera en venta o arriendo.Oculta tras la cortina lo vio parado en el jardín. Él alzó la vista y la miró directo a la cara, cosa imposible. Era imposible que Damián supiera que lo estaba observando a esa distancia. Se alejó de la ventana, intentando pensar en otra cosa.Él la llamó por tel
Dos días habían pasado desde el incidente y Damián avanzaba poco a poco en la construcción de un vínculo con su hijo. Le había comprado un regalo, un auto a control remoto. Tenía la esperanza de que Alana lo dejara salir con él para que jugaran por el condominio. Ya jugar en el jardín sería una ganancia.—¿Van a alguna parte? —le preguntó al verla subiendo a Martín al auto.—Sí, a casa de mi abuela —contó ella, con cara de estar en problemas.—¿Pasó algo?—Ella no se lleva bien con Martín y la niñera está ocupada.—Yo puedo ir con ustedes y cuidarlo —ofreció. Bien sabía que ella no lo dejaría allí con él.Alana lo meditó unos instantes.—Bien, será sólo un momento mientras averiguo que le pasó a mi abuela.La mujer la había llamado luego de más de un año sin entrar en contacto. Los tres partieron, Damián llevaba una sonrisa deslumbrante. Por fin el destino obraba a su favor. Le entregó el regalo a Martín, que pareció muy entusiasmado con él.El viaje a casa de la abuela tomaba cerca de
Alana miró a su hijo con extrañeza. —¿Cómo es eso de que huele a Mateo? ¿Sientes el aroma de su perfume? —Ella olisqueó el aire, sintiéndose absurda.Sólo olía a incienso y galletas, nada parecido a un perfume.—Lo siento a él —dijo Martín—, pero ya no está aquí.—No es posible.—Es un niño, quién sabe en qué está pensando. No le des importancia —le susurró Damián.Alana conocía a su hijo, él no mentía y mucho menos hablaba por hablar. De Damián no podía decir los mismo.—Tú también actuaste extraño al entrar. ¿Qué está pasando?—Nada, Alana. ¿Tu abuela está bien?La abuela los esperaba en la cocina, lista para cantarle sus verdades a Damián. El enojo la envalentonaba y le daba más años de vida. Hasta que vio a Martín, la viva imagen de Alex, el hermano bastardo de Alana. Qué curioso era el destino. La mujer envió al niño con un plato de galletas a la sala.—Eres un poco hombre —le dijo a Damián—. No te mereces ninguna de las lágrimas de mi nieta, pero ella ya es adulta, supongo que