Jaya pensó mucho en hacerlo. Sabía que en el momento en el que se revelara una parte de la verdad, así fuese un ápice de lo que estaba viviendo, así fuese tras un buen disfraz, Adam no dejaría pasar ni una sola palabra suya.
Era necesario hacerlo así. Desde que lo vio en aquella reunión donde luchó por no ser vista, después de enterarse del por qué el abogado Adam Coney estaba presente en esa celebración, supo que debía suceder lo que no quiso jamás que ocurriera: buscarlo, verlo de nuevo y enfrentar las consecuencias.
—Hace una semana asististe a una reunión —habló ella—. Se celebraba el cumpleaños de uno de tus clientes. Así fue cómo me enteré de que tú lo representas.
Adam fue descongelando su cuerpo poco a poco, intentando comprender lo que ella decía, y lo que sucedía en su oficina esa mañana.
Hizo memoria rápidamente.
—¿Estás hablando de Klaus? ¿German Klaus? —Ella asintió—. Sí, estuve allí, es mi cliente ahora. ¿Cómo supiste que estuve en esa cena? ¿Acaso has vuelto a trabajar para Inteligencia?
—Muy gracioso. Lo sé, porque yo también estuve allí.
Las cejas de Adam se arrugaron con intensidad.
—¿Qué?
—No me viste porque me fui en cuanto te vi. Mi esposo y él... La empresa de mi esposo tiene acciones en una propiedad del señor Klaus.
Adam se quedó quieto por un breve instante y de inmediato se giró hacia su laptop para entrar en los archivos que poseía sobre el anfitrión de la fiesta a la que fue invitado; él no tenía conocimiento de eso.
—¿Desde cuándo German y tu… marido son socios? —preguntó sin mirarla, su vista concentrada en la pantalla del ordenador.
—Es algo reciente. Pero si quieres averiguar si lo que digo es cierto, si los Bakir y los Klaus tienen negocios juntos, ya tendrás tiempo para hacerlo —atajó ella y él se detuvo.
Jaya se levantó, él aún no podía creer todo lo que oía.
—Adam, solo vine a decirte que de encontrarnos en circunstancias parecidas, no me conoces. Como te dije antes, es probable que nos volvamos a encontrar. Solo espero que entiendas lo importante que es esta situación para mí. —Jaya suprimió un suspiro, sentía tenso todo el cuerpo—. Yo... solo quiero eso. Si nos volvemos a ver, no me conoces, Adam. Por el bien de todos...
—Espera, espera, un momento.
Adam se levantó y lentamente rodeó el escritorio hasta posicionarse frente a ella.
Jaya Takur era fuerte, una mujer atlética y esbelta. Adam igual. Y ahora ella podía notar que se veía mucho más imponente que hace un par de años.
Él escudriñó sus ojos claros, del color de la miel mas pura, pero contrario a dulzura, él solo pudo imaginar no miel, sino cera.
Tenerla cerca le estaba costando, pero mucho peor era escucharla decir esas cosas
Siendo más alto que ella, podía intimidarla. Sin embargo, bien sabía que para lograr algo así con una mujer como ella, debía endurecerse, ser estratega. Adam no permitiría volver a sentirse dañado.
Y ahí estaban de nuevo, los que él consideró que solo podían mirarle a él, esos ojos valientes y guerreros, ahora llenos de clamor, ¿tal vez temor?
Se acercó a ella, y Jaya comenzó a retroceder hasta tocar el borde de la mesa.
—¿Por qué te casaste?
Los ojos de Jaya se llenaron de lágrimas.
—Adam…
—¿En qué te metiste? —preguntó muy cerca, sus rostros a un palmo de distancia. Quiso tocar su cara, esa preciosa y suave piel ligeramente tostada que ella se gastaba, pero se contuvo—. Eres una mujer inteligente. Si esto que haces y que has hecho todo este tiempo se trata de algo que me ocultas, sabes que con venir aquí y pedirme eso solo provocará que averigüe…
—No es necesario que lo hagas. Y no hay nada oculto, es algo personal.
Él siguió mirándola fijamente, estudiando, intimidando.
—Dime la verdad, ¿solo viniste a pedirme esa tontería? ¿O deseas engañar a tu marido conmigo…?
¡Zas!
Las respiraciones al unísono, los corazones fuertemente latiendo. La mano de Jaya ardía tanto como el rostro de Adam.
—Jamás vuelvas a hablarme así —ladró ella por lo bajo—. Lo nuestro, si es que alguna vez tuvimos algo serio, se acabó. —Gesticuló con sus manos—. Jamás pensé verte en la casa de Klaus. Sabrás ahora que tu cliente organiza muchas reuniones allí, a veces en otras de sus propiedades. Lo sabes, o lo sabrás. ¡O entérate ya! Tendrás que ir a varias de esas fiestas. Yo también. ¿Qué crees que sucederá si descubrimos ante esa gente que tú y yo fuimos novios?
Él siguió metido en sus ojos, ahora los suyos llenos de fuego.
—Me importa un bledo si tu querido esposo se entera de que tú y yo éramos amantes. ¡¿Qué importa eso?! ¿Acaso es celoso? ¿Acaso esa cachetada fue algo que aprendiste de él?
Ella levantó su mano una vez más, pero en esta ocasión fue atrapada en el aire.
—Ni se te ocurra, Jaya Takur. O mejor está decir, ¿de Bakir?
—¡Suéltame! —Logró zafarse de él, distanciándose—. Parece que ha vuelto el Adam del pasado. Yo optando por tu buena voluntad. Pensaba que aún eras un caballero y que me ayudarías…
Adam se acercó de una zancada y la tomó de la cintura para acercarla a su cuerpo.
—Tú te encargaste de regresarme a mi estado original, me arropaste con una manta buena que luego me quitaste…
—Suéltame, Adam.
—Si quieres que sea un caballero contigo y que mienta por ti, tendrás que hacer un trato conmigo.
—¡Jamás! No soy una rea, tampoco una clienta.
—¿Entonces dime cuál es el problema de que tu esposo se entere de lo que tuvimos?
—No te incumbe. Solo… Ya suéltame, Adam, por favor, suéltame. Si no lo haces, sabes que puedo lograrlo de mala manera. Por favor, te lo pido, no lo empeores.
Ambos respiraban acelerados
Él apretó sus dientes y la soltó, pero no lo hizo por el entrenamiento físico que ella tenía, que podía romperle un brazo con un par de movimientos, sino por la urgencia en su voz para que la soltara. Jamás le haría daño a Jaya.
—Si quieres que mienta, tienes que hablarme con la verdad.
—Es lo que hago, pero hay cosas en mi vida personal que deben permanecer así, personales, íntimas…
—Si quieres que mienta, tienes que decirme por qué es un problema tan grande el que el señor Bakir se entere de lo nuestro. Al final es pasado. ¿Acaso él no sabe quién fuiste?
Ella miró para otro lugar y tragó grueso. Era buena actriz, pero ante él se sentía un total fracaso.
Y él conocía sus expresiones mejor que nadie.
Volvió a acercarse.
—¿Tu marido sabe quién eres? —Su tono de voz, suavizado y profundo.
Ella se enderezó. No le contaría todo, para ella era un imposible, pero ya era evidente que él no la dejaría ir, ni aceptaría mentir, sin algo de información a cambio.
Lo pensó, una vez, otra vez.
—Karim cree que soy Jaya Maniyor, de Nueva York, de familia humilde oriunda del norte de la India.
Adam entró en alerta.
—¿Por qué le mentiste con tu identidad? —La seriedad bañando el rostro del abogado. Ella no respondió—. ¿Te propuso matrimonio y dijiste que sí sin él saber quién eres?
Ella tomó aire y exhaló con apremio. Caminó hasta la puerta con pasos lentos.
—Es un empresario indio-azerbayano que desea mantenerse bajo perfil para proteger su patrimonio. Ambos somos de tierras complicadas, lo que menos quiero es que sepa que fui una agente de Inteligencia que podría traerle enemigos a su vida con tan solo un reconocimiento de alguien, que alguien no deseado vea mi apellido. Por eso, al alejarme de todo y renunciar, también renuncié a mi identidad legal y decidí comenzar de nuevo, pero ahora nos hemos encontrado. O, mejor decir, nos encontraremos. Es muy probable que en la próxima celebración de tu cliente y amigo de Karim, tú y yo estemos allí. Si no fueses tú el citado, sino Peter, por ejemplo, estaría visitándole a él. Si no fuese él, sino Lenis, por ejemplo, estaría visitándola a ella...
—Vete.
Jaya detuvo sus movimientos, pero luego dejó caer sus hombros.
—Adam, solo… salúdame como una extraña, ignórame.
Él sonrió sin gracia y negó varias veces, colocando sus manos en jarras.
—Ya entendí, Jaya. Tranquila. Has decidido volver a comenzar y yo soy una piedra molesta en tu camino. Está bien. Voy a mentir, porque sí, lo más seguro es que tenga que estar allí, pero eso es todo lo que haré. Ahora vete. —Gesticuló con su cabeza hacia la puerta.
Jaya sintió que su corazón podría romperle el pecho.
Asintió y se dirigió hacia la puerta.
—Te agradezco, Adam. En serio.
Él volvió a gesticular hacia la puerta, esta vez con su mano. Jaya no tuvo más remedio que abandonar la oficina.
Adam dejó libre un suspiro y luego otro. Caminó hacia su escritorio y se apoyó en él, dejando caer los hombros y la cabeza. Necesitó un tiempo para poder recuperarse.
Miró hacia el frente, el gran ventanal de piso a techo de su oficina mostrando a una Londres diurna de un pleno marzo inocente de todo su temblor.
Pensó en las palabras de Jaya, en su respuesta y la razón por la cual fue hasta allí. Se había cambiado el apellido, lo que dijo encajaría en su lógica si tan solo le hubiese creído.
Jaya salió de prisa del despacho de su ex amante, ex pareja y ex amor, aunque por dentro sintiera intacto todos esos sentimientos por él; tan genuina la algarabía de verle una vez más, como el dolor que sintió al abandonarlo. Atravesó las puertas del gran edificio y se encontró con una concurrida Londres que la esperaba con un clima no tan templado esa mañana. Ella, de no estar pensando en el abogado Coney, agradecería no haberse quitado los guantes y la chaqueta. Atravesó la carretera yendo hacia su automóvil aparcado, pero algo la hizo detenerse. Una camioneta negra, vidrios tintados, un vehículo enorme estacionado en diagonal a ella. Antes de cruzar, sintió un leve olor a cigarrillo y pudo allí ahora, al lado de su carro, saber que provenía de esa camioneta; ella logró ver el humo por encima del techo, pero no podía ver a la persona que inhalaba. Entró en su carro, cerró la puerta y sin encender el motor, se quedó mirando el humeante automóvil. Quien sucumbía al vicio debía hab
El ascensor se abrió en la sala y de él salió una Jaya decidida, pisando fuerte, a enfrentar a su marido por la osadía de mandar a vigilarla. Se detuvo en seco al ver a uno de los homnres del vehículo negro, específicamente al que se quedó en ese auto para traerlo, mientras ella era escoltada por el otro, con quien habló y quien manejó su coche hasta allí. Karim se levantó de la silla. Iba de suéter grueso color gris claro, pantalones de hacer ejercicio y botas de trotar. Secaba su cabello con una toalla, Jaya sabía que se acababa de bañar. La miró, pero siguió escuchando lo que su empleado le decía. Ella dio unos pasos hacia adelante, pero se detuvo de nuevo, manteniendo distancia entre ambos mientras dejaba su bolso, chaqueta y guantes sobre una de las sillas. —Muy bien, ya puedes retirarte. Quien escuchó la orden obedeció de inmediato. Jaya vio cómo Karim dejó la toalla sobre otro de los sillones y se acercó a ella. Marido y mujer se miraron a la cara. Karim tenía ascendencia
—¡Señorita, no puede pasar!El corazón de Jaya Takur estaba a punto de estallar, se sentía eufórica, demasiado ansiosa.—Soy una amiga lejana del señor Coney, sé que sí puedo pasar.Jaya no siguió escuchando las quejas de la joven secretaria y tampoco prestó atención a sus apurados movimientos. Sus altos tacones casi no hacían ruido sobre el impoluto suelo de esa oficina mientras se dirigía hacia el despacho del jefe. —¡¿Qué está pasando?! —La voz del dueño de aquel lugar se escuchó justo al abrirse la puerta de su despacho. Jaya se detuvo en seco al encontrarlo de pie detrás de su escritorio. Él llevaba un traje de una tonalidad clara, casi blanca. Jaya maldijo para sus adentros, él se veía estupendo, mucho más estupendo que años atrás. Adam Coney alzó la mano hacia la incómoda secretaria que intentó impedir esa intrusión. Él no podía hablar, casi ni respirar.Pudo apenas rodear su escritorio y acercarse. La miró de arriba a abajo como si se tratase de un espanto. Ella vestía senc