Jaya salió de prisa del despacho de su ex amante, ex pareja y ex amor, aunque por dentro sintiera intacto todos esos sentimientos por él; tan genuina la algarabía de verle una vez más, como el dolor que sintió al abandonarlo.
Atravesó las puertas del gran edificio y se encontró con una concurrida Londres que la esperaba con un clima no tan templado esa mañana. Ella, de no estar pensando en el abogado Coney, agradecería no haberse quitado los guantes y la chaqueta.
Atravesó la carretera yendo hacia su automóvil aparcado, pero algo la hizo detenerse.
Una camioneta negra, vidrios tintados, un vehículo enorme estacionado en diagonal a ella. Antes de cruzar, sintió un leve olor a cigarrillo y pudo allí ahora, al lado de su carro, saber que provenía de esa camioneta; ella logró ver el humo por encima del techo, pero no podía ver a la persona que inhalaba.
Entró en su carro, cerró la puerta y sin encender el motor, se quedó mirando el humeante automóvil. Quien sucumbía al vicio debía haber arrojado ya la colilla y montado en el vehículo, ya que pudo ver como el humo se extinguió y las luces traseras se encendían.
—Karim está cumpliendo su promesa —dijo, recordando que su esposo le advirtió que le colocaría vigilancia mientras estuvieran en Londres.
Apretó el volante, los guantes de cuero sonaron tras la presión. Las cosas entre su marido y ella se espesaba, y ahora se enteraría del lugar en el que ella acaba de salir.
Maldijo para sus adentros. Después de haberse enterado de la razón por la cual su marido estaba en esa ciudad, pensó en la gente que los empezaría a rodear. Temió por ella, por ser descubierta, que alguien pudiera reconocer que ella en el pasado era una agente de inteligencia internacional. Tales pensamientos y miedos evitaron que se concentrara en la acción de vigilancia, en esa promesa lanzada al aire, poco seria, casi una broma, de que ahora comienzan a seguir sus pasos.
—¿Por qué rayos no creí que lo haría? Ahora sabrá por qué estuve aquí. —Miró el edificio, hacia arriba, buscando de alguna manera la ventana del despacho de Adam—. Una vez más debo mentir.
Tomó aire, encendió el motor y arrancó.
Arriba, Adam miraba a través del gran ventanal. No estaba emplazado en el piso más alto, por lo que podía divisar de buena forma a los vehículos abajo.
Vio a Jaya atravesar la carretera, pudo verla detenida en la acera y mirar hacia una esquina.
Adam no comprendió el objetivo exacto de los ojos miel de la mujer que acaba de deshilachar su día, trayendo recuerdos sombríos como si se tratase de una desagradable película.
Un carro lujoso, eso le extrañó para él. Ella siempre tuvo dinero, su antiguo trabajo le daba muy buena remuneración, sin embargo, ella prefería mantenerse bajo perfil, la sencillez la enmarcan como una mujer sin deseos de mostrarse ante nadie, menos alardear lo que tenía. Ahora verla tan distinta con ese aspecto, vestida así, usando toda esa ropa de marca y un automóvil del año, más lo que acaba de pedirle, le generó un mal sabor de boca.
—¿Quién eres ahora? ¿Acaso esa es la vida que siempre quisiste? ¿La que ese hombre te ha dado?
Arrugó el entrecejo, Jaya no arrancaba.
El abogado esperó que la mujer despegara su auto de la acera, pero eso no pasó por lo que a él le pareció un largo período de tiempo.
Hasta que por fin ella se dispuso a alejarse de la zona. Luego lo hizo la gran camioneta negra ubicada en la esquina que ella antes veía. Molesto y pensativo, por un momento pudo ver su propio reflejo a través del vidrio.
Detenida en un semáforo, Jaya miró por el retrovisor central. Allí estaba el mismo vehículo haciendo su trabajo, seguirla.
La luz aún no cambiaba, pero su pie derecho apretaba el acelerador, preparándose para aplicar alguna de sus viejas maniobras de velocidad y escape, una que no la hiciera notar como la experta que era.
La luza cambió y su pie se hundió, dando un rápido giro a la izquierda, perdiéndose rápidamente entre otros automóviles, cuando debió haber ido derecho.
Los hombres dentro de la camioneta maldijeron al enterarse que la esposa del jefe se había dado cuenta de su presencia.
—El jefe nos va a matar, ¡vamos, rápido!
El rostro serio de Jaya, sus pupilas afiladas por la concentración. La idea era perderse de vista ante esos sujetos para dar un mensaje a su esposo de cierta rebeldía, así como también dejarle claro a esa pequeña flota de que con ella las cosas no serían sencillas.
Pero más allá de todo, Jaya se sentía molesta. En todo ese tiempo fingiendo ser otra y haber alcanzado algunos objetivos de su plan, le desestabilizaba el hecho de que todo se estaba empezando a desarmar.
—Nada puede salir mal. ¡No sacrifiqué mi vida para que esto saliera mal!
Dio algunas vueltas, encontrando el sitio perfecto para aparcar de nuevo, pero no tardaron demasiado en encontrarla.
El copiloto descendió. Ella arrugó la cara.
—Abra la puerta —exigió el hombre.
Ella bajó la ventanilla y lo miró extrañada, una sonrisa de incredulidad mostrándose.
—Abra la puerta y vaya hacia el asiento trasero. Yo manejaré.
—¿Qué? No. No lo haré. ¿Se te olvida quién soy?
El sujeto suspiró. Ella supo que debía ser el fumador de hace rato gracias al olor.
El sujeto vestido con ropa oscura y lentes de sol, sacó su móvil del bolsillo y marcó un número.
—Señor, la señora Maniyor no quiere colaborar.
A través del altavoz, Jaya pudo oír la voz de su esposo.
—Dile a Jaya que yo te envío a ser ahora su chofer, que no se resista. Y dile que la estoy esperando.
Ella se paralizó. Ciertamente era la voz de Karim, pero parecía otro al mismo tiempo. Así empezó ella a ver las diferencias entre el apuesto caballero y el hombre de negocios turbios que descubrió allí en la ciudad londinense luego de que él, dejándola a ella en Azerbayán, lugar donde el matrimonio vivía, le generara a ella sospechas de engaño gracias a ese y otros viajes seguidos, persiguiéndolo hasta la capital inglesa, descubriendo que no se trataba de ninguna mujer, sino de otra realidad mucho más pesada.
Jaya imaginó controlar la situación con tan solo aplicar otra maniobra, partir un brazo o amenazar con causar fuertes heridas, lanzar a esos hombres al suelo, dispararles y quebrantar los cimientos perversos de su marido allí mismo, pero no podía, debía seguir fingiendo que era la comerciante de clase media y sin estudios superiores que Karim Bakir conoció en aquel hotel que le pertenecía ubicado en la India.
El ascensor se abrió en la sala y de él salió una Jaya decidida, pisando fuerte, a enfrentar a su marido por la osadía de mandar a vigilarla. Se detuvo en seco al ver a uno de los homnres del vehículo negro, específicamente al que se quedó en ese auto para traerlo, mientras ella era escoltada por el otro, con quien habló y quien manejó su coche hasta allí. Karim se levantó de la silla. Iba de suéter grueso color gris claro, pantalones de hacer ejercicio y botas de trotar. Secaba su cabello con una toalla, Jaya sabía que se acababa de bañar. La miró, pero siguió escuchando lo que su empleado le decía. Ella dio unos pasos hacia adelante, pero se detuvo de nuevo, manteniendo distancia entre ambos mientras dejaba su bolso, chaqueta y guantes sobre una de las sillas. —Muy bien, ya puedes retirarte. Quien escuchó la orden obedeció de inmediato. Jaya vio cómo Karim dejó la toalla sobre otro de los sillones y se acercó a ella. Marido y mujer se miraron a la cara. Karim tenía ascendencia
—¡Señorita, no puede pasar!El corazón de Jaya Takur estaba a punto de estallar, se sentía eufórica, demasiado ansiosa.—Soy una amiga lejana del señor Coney, sé que sí puedo pasar.Jaya no siguió escuchando las quejas de la joven secretaria y tampoco prestó atención a sus apurados movimientos. Sus altos tacones casi no hacían ruido sobre el impoluto suelo de esa oficina mientras se dirigía hacia el despacho del jefe. —¡¿Qué está pasando?! —La voz del dueño de aquel lugar se escuchó justo al abrirse la puerta de su despacho. Jaya se detuvo en seco al encontrarlo de pie detrás de su escritorio. Él llevaba un traje de una tonalidad clara, casi blanca. Jaya maldijo para sus adentros, él se veía estupendo, mucho más estupendo que años atrás. Adam Coney alzó la mano hacia la incómoda secretaria que intentó impedir esa intrusión. Él no podía hablar, casi ni respirar.Pudo apenas rodear su escritorio y acercarse. La miró de arriba a abajo como si se tratase de un espanto. Ella vestía senc
Jaya pensó mucho en hacerlo. Sabía que en el momento en el que se revelara una parte de la verdad, así fuese un ápice de lo que estaba viviendo, así fuese tras un buen disfraz, Adam no dejaría pasar ni una sola palabra suya. Era necesario hacerlo así. Desde que lo vio en aquella reunión donde luchó por no ser vista, después de enterarse del por qué el abogado Adam Coney estaba presente en esa celebración, supo que debía suceder lo que no quiso jamás que ocurriera: buscarlo, verlo de nuevo y enfrentar las consecuencias. —Hace una semana asististe a una reunión —habló ella—. Se celebraba el cumpleaños de uno de tus clientes. Así fue cómo me enteré de que tú lo representas.Adam fue descongelando su cuerpo poco a poco, intentando comprender lo que ella decía, y lo que sucedía en su oficina esa mañana.Hizo memoria rápidamente. —¿Estás hablando de Klaus? ¿German Klaus? —Ella asintió—. Sí, estuve allí, es mi cliente ahora. ¿Cómo supiste que estuve en esa cena? ¿Acaso has vuelto a trabaj