CAPÍTULO 5

—Vaya, ya veo que estás lista. 

Karim caminó hasta su esposa, quien miraba su atuendo en un espejo de cuerpo entero, dentro de la habitación que ambos compartían.

Se acercó a ella lo suficiente como para tocarla y dejar un beso en el hombro derecho de ella, piel desnuda gracias al modelo de vestido que ella se había puesto.

Luego, él y ella se encontraron a través del reflejo. 

—Te ves hermosa —aseguró él. Y volvió a besarla, esta vez tocando la espalda.

Jaya cerró los ojos. No se sentía bien, culpaba a sus nervios. Ya era abril, no sabía nada de Adam, si alguien lo había amenazado y agredido. Investigó apenas, buscando alguna noticia que le dijera algo positivo, sin éxito. 

Los nervios también se debían al lugar a dónde iban y lo que harían. La desesperación por querer cambiarlo todo, darle la vuelta al mundo para transformar las cosas y a la gente a su alrededor, le hacía sentir como si alguien tomara su cuello y apretara. 

Jaya estaba muy segura que si no lograba encarrilar las cosas, que el plan siguiera bien, o al menos terminara ese plan de la manera más idónea, si no lograba que todo se le diera, caería en un abismo oscuro, ya lo había visto. En otros casos durante su trabajo como agente vio compañeros de trabajo reducirse a nada, deprimidos, cambiados, por alguna misión.

 —Hoy será una buena noche —le dijo él, aún acariciando cada parte del cuerpo de Jaya que encontrara a su alcance—. Eso que tanto me has pedido, podría ser tuyo hoy mismo.

Jaya miró el espejo, se giró para observarle mejor. 

—¿Estás hablando de…? 

Karim asintió, sonriéndole ameno, porque le daba una gran sorpresa a su mujer y se sentía orgulloso. Le fascinaba darle regalos, complacerla en todo lo que ella pidiera. Y ahora que las cosas no habían estado bien entre ellos, era perfecto que se agilizara ese regalo que quería para ella.

—Sé que has estado sufriendo por mi causa —Sobó su bello rostro, mirándola con apremio, sobando la zona que él golpeó—. Deja que me disculpe como me gusta hacerlo. 

«El hotel por fin será mío», pensó ella.

Quiso sonreír, pero solo podía escudriñar los ojos de su esposo buscando algo más detrás de esa noticia.

—Después de la firma, ¿se hace el traspaso de una vez?

—La firma es el traspaso de nombre, después viene la notaría, pero eso es pan comido.

«Notaría», pensó ella. Sintió presión en su pecho y se giró de nuevo hacia su reflejo. 

Quería llorar, sonreír y sollozar al mismo tiempo. El hotel que su padre construyó prácticamente con sus propias manos, y que el desalmado estafador del difunto Malek Bakir le quitó, dejándolos en la calle, por fin sería suyo, volvería a ser propiedad de los Takur, y todo sin ejecutar violencia ni denuncias de ningún tipo, sin meter en medio a toda una agencia. Jamás pensó que lo lograría. Sí había valido la pena sacrificarse tanto al punto de dejarlo todo atrás para conseguir este objetivo.

Aunque aún faltaban cosas por hacer. Y las estuviera haciendo si no fuese por los negocios de Karim y su decisión de quedarse en Londres. Aún quedaba a nombre de los Bakir un lugar aún más importante que el propio hotel y que ella quería recuperar. 

Tenemos que irnos, nos esperan en la cena.

—¿Nos esperan? —Su garganta se apretó, mientras le rogaba a todas las deidades en el cielo que no fuese lo que ella estaba pensando. 

—Germán y las personas encargadas del papeleo. Vamos, no podemos tardar más. 

Él se separó de ella y caminó rumbo a la puerta de la recámara, en cambio Jaya no se movió. La imaginación jugaba sus pases: Adam asistiendo a esa cena.

***

Al abogado le parecieron exageradas las luces en el frente de la casa de su cliente, casi se ríe por ello; necesitaba hacerlo, no había dejado de pensar en Jaya en todo el mes anterior y lo que iba de abril. Sabía que ella estaría allí. 

Se sentía ante una muerte anunciada. Ella misma se lo dijo, que volverían a encontrarse. Y después se lo confirmó el anfitrión de la cena, al llamarlo para pedirle asistencia en el traspaso de propiedad de uno de sus hoteles al señor Karim Bakir. 

El Adam de hace diez años o menos podría estar contento, en su elemento, escudriñando a las personas que rodeaban a su clientela, sobre todo ésta, siendo marido de su ex el objetivo a investigar, pero al Adam actual le gustaba la transparencia, siempre que se pudiera recurrir a ella, por lo que le anunció a Germán que investigaría a Karim; se lo anunció para no hacerlo a sus espaldas.

La empresa que lideraba el esposo de Jaya perteneció a su difunto padre: Malek Bakir. Dedicados a las inversiones, la familia era dueña de muchas propiedades en la India y Azerbaiyán. Ya lo sabía a medias, en aquella cercana época donde él se enteró del casamiento y enloquecido, viajó hasta este último país para corroborar la noticia más tétrica recibida en años: que Jaya se había enamorado de otro hombre, uno millonario, y se había casado.

Pero ahora las cosas comenzaban a tomar un cariz diferente. Debía profundizar en la historia de ese hombre, Karim. Asistiría a una sucesión, él sería testigo de una firma, tenía que saber quiénes serían los implicados.

 —¡El abogado estrella ha llegado! —bromeó a viva voz el anfitrión y dueño del lugar, levantándose del sofá para recibir amenamente al recién llegado. 

Adam sonrió de medio lado, labios cerrados, palmeando la espalda de Germán, pero su gesto se desvaneció un poco al ver quién acompañaba a Klaus.

—¿Liliana?

Una preciosa mujer vestida de rojo, con su cabello suelto color castaño claro, se levantó del sofá de tres piezas en donde estuvo conversando, con una sonrisa seductora en su rostro. 

—Adam, me alegra que hayas llegado. 

El abogado no sintió demasiado bien que ella estuviese allí. 

—¿Cuándo llegaste? —le preguntó a la mujer durante el abrazo. Ella se movió y besó a Adam en la boca—. Liliana…

—No te apenes conmigo, Coney —intervino Germán, palmeando su espalda animadamente—. Ya sé que mi sobrina y tú han estado saliendo. 

Adam dejó libre aire entre sus labios, mientras Liliana agarraba su mano y entrelaza sus dedos con los de él. Adam miró ambas manos embonadas, luego a ella. Tragó grueso. Efectivamente estaban saliendo, de hecho, ella y él solían compartir tiempo en privacidad, pero para él no había nada más allá de esos encuentros.

Como pudo, desligó las manos y sonrió a ambos. 

—Me prepararé un whisky. ¿Les busco algo?

—Oh, han llegado.

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