CAPÍTULO 4

El ascensor se abrió en la sala y de él salió una Jaya decidida, pisando fuerte, a enfrentar a su marido por la osadía de mandar a vigilarla.

Se detuvo en seco al ver a uno de los homnres del vehículo negro, específicamente al que se quedó en ese auto para traerlo, mientras ella era escoltada por el otro, con quien habló y quien manejó su coche hasta allí.

Karim se levantó de la silla. Iba de suéter grueso color gris claro, pantalones de hacer ejercicio y botas de trotar. Secaba su cabello con una toalla, Jaya sabía que se acababa de bañar.

La miró, pero siguió escuchando lo que su empleado le decía. Ella dio unos pasos hacia adelante, pero se detuvo de nuevo, manteniendo distancia entre ambos mientras dejaba su bolso, chaqueta y guantes sobre una de las sillas.

—Muy bien, ya puedes retirarte.

Quien escuchó la orden obedeció de inmediato. Jaya vio cómo Karim dejó la toalla sobre otro de los sillones y se acercó a ella.

Marido y mujer se miraron a la cara. Karim tenía ascendencia India, como ella, pero a diferencia de Europa, que era la otra mitad de los genes de la mujer, los de él eran persas, del norte de Pakistán. Su genética se definía en un cuerpo joven encapsulado en un hombre de cincuenta años de edad. Karim era un sujeto alto y tenía los ojos azules, que podían verse sumamente claros en áreas soleadas o reflejos. El resto del tiempo su mirada era oscura, ojos que parecían ser negros.

Jaya tenía un plan desde un principio, casarse con él sostenía una premisa muy fuerte y delicada. Como experta en valores de Inteligencia, sabía la delgada línea que existía entre el deber y el vicio.

—Eres muy escurridiza. ¿Dónde has aprendido todo eso? —preguntó Kazim, intimidando con su elegante rigurosidad.

Ella jamás se expondría, debía ser la mejor actriz.

—No sé de qué me hablas. Cualquier persona puede huir si se siente acorralada.

—¿Eso es lo que sientes ahora? ¿Qué te acorralo?

—Sabes que no me gusta que me estés colocando vigilancia.

—Y sabes que lo hice para protegerte.

Ella arrugó su cara, negó y sonrió al mismo tiempo.

—Es increíble que digas eso. ¿Ahora me quieres proteger después de ser tú el culpable de que mi seguridad se vea amenazada?

Karim liberó un suspiro de hartazgo y se alejó de ella, directo al bar ubicado en una esquina.

—Ya te expliqué que no tuve elección. Es el legado que ha dejado mi padre, debía encargarme…

—No me vengas con eso, tú estás igual de manchado…

—¡Cállate! —Levantó el puño, mostrándolo, respirando acelerado.

Jaya se encogió un poco, pensaba que esa mano cerrada caería sobre ella.

Karim nunca la había golpeado, pero algo le decía que, después de enterarse de a lo que se dedicaba, él comenzaría a cambiar.

Jaya se acercó con su rostro urgido, levantó la cara de su esposo para embonar las miradas. Aquel aún cargaba el vaso en la mano con el licor a medio tomar.

—Karim, mírame. Llama a la policía. Denuncia. No te involucres en esto, no lo hagas…

—¿Por qué acudiste a un bufete de abogados?

Jaya se paralizó. Ella se estuvo preparando en el camino para enfrentar preguntas específicas, como la de ir al despacho del abogado Adam Coney. Tenía la esperanza de que su esposo no lo mencionara.

Ella le soltó y se enderezó, siempre fingiendo una lucha entre las férreas convicciones y la inocencia.

—Te has metido con gente muy malvada, son personas peligrosas, debo protegerme y…

—Quieres divorciarte de mí.

Una lágrima rodó por la mejilla de Jaya.

—Te dije esa noche que si seguías trabajando en esos negocios, te pediría el divorcio.

Los ojos claros de Karim se oscurecieron y de pronto, tomó a Jaya de la nuca y apretó fuerte el largo cabello negro de la mujer.

Jaya pegó un grito y se dejó hacer a pesar de sus quejas. Karim dominó su cuerpo con molestia, ella no tenía escapatoria. Tomó el bello rostro de Jaya y apretó, al mismo tiempo que empuñaba su cabello.

—No se te va a volver a ocurrir buscar un abogado, el divorcio entre tú y yo no entra en discusión.

—Karim, por favor, suéltame, me estás lastimando.

—No te estoy haciendo nada, pero te haré si vuelves tan siquiera a mencionar la idea de una separación. Jamás, óyeme bien, Jaya. Jamás te daré el divorcio, ¿oíste bien?

—¡Ya suéltame!

Jaya logró zafarse, pero no debía poner demasiado empeño en sus movimientos, o él se daría cuenta que ella estaba entrenada para defenderse.

Forcejeando, cayeron sobre el mueble más grande de la sala, Karim de nuevo dominándola y esta vez aplicando presión en las muñecas.

—¡Suéltame! Por favor, Karim.

—Shhh, ¿por qué ahora te quejas? ¿Eh? —Comenzó a presionar las zonas más íntimas de su esposa con el suyo. Los ojos de Jaya se agrandaron al darse cuenta de esas intenciones—. Eres una mujer hermosa, pero muy tonta si crees que te dejaré libre así tan fácil. ¡Deja de llorar! —¡Zaz! Jaya se paralizó tras la fuerte cachetada en su mejilla izquierda. Karim respiraba con dificultad, ni él mismo se podía creer lo que acababa de hacer—. Jaya… Yo…

Jaya no quería moverse, tenía miedo de sí misma, de su reacción.

Lo imaginó en el suelo, ella sobre él y el cenicero de la mesa baja desmayándolo.

Karim aflojó su cuerpo, pero no se separó de ella. En vez de eso, secó una lágrima de su esposa y toqueteó la zona enrojecida.

—No quise hacerlo, pero tú me has presionado. —Ella apretó los dientes y lo miró—. No quiero que nos separemos, Jaya. Yo te amo y sé que tú también me amas. —Ella tragó grueso—. No vuelvas a ir a ese despacho, ni a ningún otro.

—Ya soy cliente de esa gente, no puedo…

—No, ya no lo eres. No lo serás.

Ella lo miró fijo, su cara cambió.

—¿Qué?

***

Adam Coney bajó hasta el subterráneo para montar en su vehículo aparcado allí, e irse a su apartamento; dio por terminada la jornada de trabajo.

Su cabeza no andaba bien desde que esa mujer hermosa llamada Jaya le hizo esa inesperada visita.

Sus pasos podían oírse sobre el cemento del estacionamiento, pero en su cabeza solo quería salir de allí. Luchaba en contra de sus anhelos e ideas, sin dejar de recordar la razón por la cual Jaya fue a verlo.

A pocos metros de su vehículo, se detuvo.

Un sujeto vestido con sobretodo negro u un jean, guantes de lana y una gorra de beisbol lo esperaba recostado en su vehículo.

El hombre se irguió, pero no se apartó de la puerta del piloto. Adam cargaba las llaves de su auto en las manos y una carpeta de cuero con a los lados que solía sustituir su maletín de ejercicio.

—¿Desea algo, amigo? —Le habló al sujeto. Parecía joven, pero la gorra y la semioscuridad del lugar, además de la distancia que él decidió mantener, no le dejaba ver bien.

—Tengo un recado para usted, señor Coney. —El abogado asintió, tenso por la forma de ser abordado—. No representará en absolutamente nada a la señora Maniyor. Si vuelve a buscarlo, ignórela.

Adam arrugó su rostro. Se acercó a su carro, por consiguiente al hombre, y presionó el botón en sus llaves que desbloqueaba las puertas de su vehículo.

El sujeto no se apartó de la puerta.

—¿Ha entendido bien lo que le he dicho, señor?

Adam pudo ver el rostro, efectivamente era un jovencito con mucha determinación.

—Me gustaría saber con quién estoy hablando.

El joven se apartó por fin, dándole paso para que se montara.

—La señora Maniyor pide disculpas por su visita anterior y pide que cualquier caso que le incentivó a buscarlo, olvídelo. Ella ya no necesitará un abogado. —Sonrió apenas, asintió, se dio media vuelta y se fue.

Adam quedó de pie viéndolo irse. Se subió al vehículo y se encerró en él, su cerebro en acción, intentando procesar todo lo que ocurría: Jaya en Londres apareciendo de la nada pidiendo que mienta cuando la vea, anunciando que se cambió el apellido, vestida como no era lo usual en ella, ahora enviando a un hombre a darle un recado de rechazar alguna representación legal de su parte.

—Ese hombre ni siquiera sabe para qué vino ella a mi despacho, pero dijo que fue ella quien lo envió. ¿Qué es esto?

***

—¿Qué hiciste qué?

Karim aún encima de Jaya, fue divertido ver el desconcierto en la cara de ella.

Se apartó, liberándola, riendo un poco.

—Sé que fuiste a ver al abogado de Germán. No te representará ni él, ni nadie…

—¿Qué hiciste? —exigió ella saber una vez más, lanzando la pregunta entre dientes apretados, ya de pie, intentando recuperarse de la agresión de hace un momento.

—Lo que tenía que hacer, Jaya: evitar que tu idea loca de divorciarnos se llevara a acabo.

—¿Pero qué hiciste? ¿Qué fue lo que hiciste, Karim?

—¡No te interesa! —Se acercó a ella en dos zancadas, Jaya esta vez no se encogió, lo enfrentó erguida—. Mis métodos no son de tu incumbencia.

—¿Mandaste a alguien a ese edificio? ¿Mandaste a alguno de tus hombres para allá?

Él se acercó más y la miró a los ojos.

—A Germán no le va a gustar nada vernos separados, y mucho menos enterarse de que es su abogado quien emite la demanda. Lo estropeaste buscándolo a él para que te representara. Pero tranquila. Puedes seguir buscando a quien te dé la gana. Haré lo mismo una y otra vez.

Ella tragó pesado y buscó en esos ojos azules y profundos si las acciones fueron certeras o tan solo advertencias.

No podía preguntarle nada sobre Adam, ni siquiera un simple “¿le hiciste daño?”

—Ve a lavarte la cara, come algo y descansa. En la noche cenemos tranquilos como marido y mujer, así como lo veníamos haciendo desde el primer día. No hay razón para que sea diferente.

Jaya vio cómo se dirigía al ascensor. Podía preguntarle a dónde iba, pero no pudo articular más palabras.

Se dejó caer en el sofá, cubrió su cara con las manos, atacada por la desesperación.

Se levantó, entró al cuarto, al baño y se encerró, secando su cara con rabia y sosteniéndose luego con la cerámica del lavabo, mirándose al espejo.

Solo quería recuperar lo que le arrebataron a su familia, pero jamás pensó sentir algo de confort con ese matrimonio; aunque falso en su cabeza, era legítimo. Tampoco pensó ver más nunca a Adam, al menos no casada, mucho menos que lo tuviese que ver en otras ocasiones. Mirando su reflejo, una mujer hermosa metida en problemas, pensó en Karim y en lo mucho que lo acababa de estropear al ir hacia Adam quizás de qué forma, a decirle indirectamente que ella estaba metida en algo turbio.

—Adam comenzará a sospechar y no se quedará tranquilo. Esto no puede estar pasando, ¡todo iba bien, Karim no sabe lo que hizo! —Sus manos empuñadas cayeron de golpe sobre los azulejos.

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