—¡Señorita, no puede pasar!
El corazón de Jaya Takur estaba a punto de estallar, se sentía eufórica, demasiado ansiosa.
—Soy una amiga lejana del señor Coney, sé que sí puedo pasar.
Jaya no siguió escuchando las quejas de la joven secretaria y tampoco prestó atención a sus apurados movimientos. Sus altos tacones casi no hacían ruido sobre el impoluto suelo de esa oficina mientras se dirigía hacia el despacho del jefe.
—¡¿Qué está pasando?! —La voz del dueño de aquel lugar se escuchó justo al abrirse la puerta de su despacho.
Jaya se detuvo en seco al encontrarlo de pie detrás de su escritorio. Él llevaba un traje de una tonalidad clara, casi blanca. Jaya maldijo para sus adentros, él se veía estupendo, mucho más estupendo que años atrás.
Adam Coney alzó la mano hacia la incómoda secretaria que intentó impedir esa intrusión. Él no podía hablar, casi ni respirar.
Pudo apenas rodear su escritorio y acercarse. La miró de arriba a abajo como si se tratase de un espanto. Ella vestía sencilla, pero elegante, con un pantalón color negro, un suéter beis, casi dorado, cuello en U, y un abrigo de tela gruesa con sus botones abiertos. Llevaba guantes puestos, eran de cuero negro, siendo la única prenda que recordaba fuese ciertamente del estilo de ella.
—Tú… —apenas habló él, no lo podía creer—. ¿Qué haces aquí?
Ese hilo de voz atravesó el corazón de la recién llegada. El tiempo sin verse y toda su historia cayó sobre sí como una pesada caja. Esperaba que así fuese, que la situación sería pesada, pero no así potente.
«Sé fuerte, Jaya, sé fuerte», pensó, mientras luchaba con su nudo en la garganta, y mientras Adam, su expareja, el único hombre que amó en toda su vida, se acercaba, atónito, cada vez más a ella.
Ninguno se dio cuenta en el momento en el que se encontraron solos. El mundo alrededor desapareció por un momento.
Ya ella se encontraba dentro del despacho, la puerta cerrada. Cuando el abogado Adam Coney, ese hombre fuerte y sexy de cabellos castaños lleno de volumen, suaves ondas, y de rostro bien afeitado, se encontró lo suficientemente cerca de ella, la miró a los ojos, directo a sus claras retinas. Jaya hizo lo mismo y pudo ver en ellos la sorpresa de verla allí, pero poco a poco se fue asomando la oscura molestia.
—¿Qué haces aquí? —repitió él, un zumbido que retumbó en lo profundo de Jaya.
La mujer tragó grueso y se enderezó, necesitaba altivez, no podía dejarse llevar por la fuerza de sus sentimientos, mucho menos por lo que él fuese a decir.
—No me recibas así, Adam, no te he hecho nada malo. Vine para que hablemos.
Silencio.
—¿Nada malo dices? —Como una pantera, se acercó más a ella. Bajó la voz—. ¿Sucumbir al deseo en aquella isla griega y dejarme tirado a la mañana siguiente, para ti significa no hacerme nada malo?
—¿Qué estás diciendo? —Ella casi no podía hablar por la cercanía de ese hombre que tanto la había vuelto loca—. Muchas veces tú lo hiciste, muchas veces te fuiste dejándome sola en la cama. Además, éramos amantes. ¿Acaso no fue de mutuo acuerdo el no enamorarnos?
Él sonrió con absoluta carencia de comicidad. No podía creer lo que escuchaba.
Sí, en aquel entonces eran amantes, pero durante un buen tiempo fueron casi novios, así lo vivió él.
—Primeramente, ¿qué haces en Londres? Pero bueno, ya que te atreviste a venir, dijiste que quieres conversar conmigo. ¿De qué? ¿Acaso tu esposo te dejó salir de su deslumbrante burbuja?
Jaya se paralizó por completo. Contrajo matrimonio en diciembre del año pasado. Ahora, a pesar de apenas ser marzo, sentía lejano ese momento. Nunca habló con Adam sobre eso, se alejó de él y de todos, jamás pensó que él se había enterado de ese casamiento.
—¿Qué te sorprende? —preguntó él—. ¿Pensaste que no me iba a enterar?
—Adam…
—Dos años. Dos años, Jaya. Largos meses sin saber de ti, nada más allá de lo obvio. Fueron meses sin saber donde rayos estabas hasta que lo supe; meses volviéndome loco hasta que… Dos años ya desde que me levanté de esa cama y me encontré solo en aquel lugar.
Ella tragó grueso, sintió la garganta cerrada.
—Está bien —pudo decir ella—. ¿Quieres explicaciones de por qué me fui? Sé que te las debo…
—No, no me debes nada —interrumpió él—. Lo único que podría querer de ti ahora es que me digas por qué viniste a verme a mi oficina como si nada hubiese pasado. ¿Hablar conmigo? ¿De qué?
Jaya tomó distancia y lo rodeó, acercándose a las sillas frente al gran y moderno escritorio.
—¿Puedo sentarme? Necesito contarte algo de suma importancia.
Él se echó a reír. Se señaló a sí mismo.
—Increíble. ¿Ahora quieres que sea tu abogado, o tu confidente y amigo? ¿De qué se trata esto? ¿Te arrepentiste de haberte casado y quieres que yo te divorcie?
Ella exhaló una buena ráfaga de aire.
—Deja las bromas, por favor, esto es algo serio. Si no lo fuese, no habría venido.
Ambos se miraron fijamente y en silencio.
—¿De qué quieres hablar?
—Primero dime si puedo sentarme.
Él se acercó a ella con lentos pasos y observó su bello rostro, facciones exóticas, de ojos profusamente miel, mezcla perfecta de sus genes indios y europeos.
«Aún sigue siendo estupendamente bella.»
—No lo sé, Jaya. Ya no te conozco.
—Escúchame como si fuera una desconocida, una clienta nueva.
Él la miró incrédulo, quieto.
—Así que eso quieres, que te trate como una desconocida. Mmm… Si es así, puede que sí acepte, pero…
—No me des “posibles”. Dame certezas.
—¿Certezas? ¿Después del desastre de lo nuestro, de todos los malditos corazones rotos, de haberte casado con otro y de aparecer así dos años después, quieres que yo te de certezas?
Ella no dijo nada, lo miró con altivez.
—Vine a buscarte, Adam, a tu oficina en la gran Londres… porque esto es de suma importancia.
Él vio el cambio en ella, la urgencia en sus ojos ambarinos. Estaba claro para él que Jaya llegó allí con algo poderoso entre manos.
Él asintió apenas.
—Está bien, siéntate —dijo con los dientes apretados.
Adam la rodeó para hacer lo propio detrás de su escritorio. Bajó sus manos para no mostrarlas, le temblaban y le dio vergüenza experimentar todo eso por la misma mujer. Pensó tenerlo superado, pero sus cimientos se tambaleaban una vez más.
Tomó aire por la nariz y lo botó por su boca antes de tocarse la corbata. Le asintió a la mujer para que hablara, pero el silencio los arropó durante algunos segundos.
—¿Cómo te enteraste de que me casé?
—¿En qué te puedo ayudar, Jaya? —atajó él. Lo que menos quería era hablar de ese oscuro día.
Ella lo miró con su nudo en la garganta más fuerte que antes, intentaba disimular muy bien su estupor. En su trabajo como militar y luego como agente de seguridad le enseñaron a ser actriz. Ahora necesitaba ese recurso ante el abogado Coney, únicamente para poder seguir adelante con su visita sin mostrar demasiado que aún lo quería y que no le afectaba verle.
—Sabes entonces que ya no soy agente.
Él lanzó un corto asentimiento, apretando un poco sus labios.
—Sigo siendo amigo de tu jefe. Perdón, de tu exjefe. Es obvio que sé que renunciaste.
—Bien. Entonces… debo contarte algunas cosas. Y quiero que me escuches bien para que no sean malinterpretadas.
Él arrugó un poco el entrecejo.
—Estaré un tiempo en esta ciudad. Mi esposo tiene asuntos que atender aquí y yo lo acompañaré.
—¿Qué rayos me importa si estás aquí o no con ese tipo?
—Déjame terminar.
—¡Llega al grano!
—Karim Bakir, ¿sabes quién es él? —probó ella.
Adam apretó los dientes, supo las intenciones de Jaya.
—No sé quién es —mintió, y se sintió como un tonto.
—Es mi marido. Pero lo que deseo saber es si ‘sabes’ quién es.
—¿Qué…? —Adam perdía la paciencia—. No sé qué es él, ni a lo que se dedica. Habla ya…
—Karim y tú tienen un amigo común aquí en Londres.
Adam hizo gestos que preguntaban de qué hablaba ella.
—Es probable que tú y yo nos volvamos a encontrar. Y esta vez no estaré sola.
Él se inclinó hacia adelante, evitando bufar.
—¿Y eso qué? —habló entre dientes.
—Necesito que cuando eso ocurra, finjas que no me conoces.
Jaya pensó mucho en hacerlo. Sabía que en el momento en el que se revelara una parte de la verdad, así fuese un ápice de lo que estaba viviendo, así fuese tras un buen disfraz, Adam no dejaría pasar ni una sola palabra suya. Era necesario hacerlo así. Desde que lo vio en aquella reunión donde luchó por no ser vista, después de enterarse del por qué el abogado Adam Coney estaba presente en esa celebración, supo que debía suceder lo que no quiso jamás que ocurriera: buscarlo, verlo de nuevo y enfrentar las consecuencias. —Hace una semana asististe a una reunión —habló ella—. Se celebraba el cumpleaños de uno de tus clientes. Así fue cómo me enteré de que tú lo representas.Adam fue descongelando su cuerpo poco a poco, intentando comprender lo que ella decía, y lo que sucedía en su oficina esa mañana.Hizo memoria rápidamente. —¿Estás hablando de Klaus? ¿German Klaus? —Ella asintió—. Sí, estuve allí, es mi cliente ahora. ¿Cómo supiste que estuve en esa cena? ¿Acaso has vuelto a trabaj
Jaya salió de prisa del despacho de su ex amante, ex pareja y ex amor, aunque por dentro sintiera intacto todos esos sentimientos por él; tan genuina la algarabía de verle una vez más, como el dolor que sintió al abandonarlo. Atravesó las puertas del gran edificio y se encontró con una concurrida Londres que la esperaba con un clima no tan templado esa mañana. Ella, de no estar pensando en el abogado Coney, agradecería no haberse quitado los guantes y la chaqueta. Atravesó la carretera yendo hacia su automóvil aparcado, pero algo la hizo detenerse. Una camioneta negra, vidrios tintados, un vehículo enorme estacionado en diagonal a ella. Antes de cruzar, sintió un leve olor a cigarrillo y pudo allí ahora, al lado de su carro, saber que provenía de esa camioneta; ella logró ver el humo por encima del techo, pero no podía ver a la persona que inhalaba. Entró en su carro, cerró la puerta y sin encender el motor, se quedó mirando el humeante automóvil. Quien sucumbía al vicio debía hab
El ascensor se abrió en la sala y de él salió una Jaya decidida, pisando fuerte, a enfrentar a su marido por la osadía de mandar a vigilarla. Se detuvo en seco al ver a uno de los homnres del vehículo negro, específicamente al que se quedó en ese auto para traerlo, mientras ella era escoltada por el otro, con quien habló y quien manejó su coche hasta allí. Karim se levantó de la silla. Iba de suéter grueso color gris claro, pantalones de hacer ejercicio y botas de trotar. Secaba su cabello con una toalla, Jaya sabía que se acababa de bañar. La miró, pero siguió escuchando lo que su empleado le decía. Ella dio unos pasos hacia adelante, pero se detuvo de nuevo, manteniendo distancia entre ambos mientras dejaba su bolso, chaqueta y guantes sobre una de las sillas. —Muy bien, ya puedes retirarte. Quien escuchó la orden obedeció de inmediato. Jaya vio cómo Karim dejó la toalla sobre otro de los sillones y se acercó a ella. Marido y mujer se miraron a la cara. Karim tenía ascendencia