EPÍLOGO

Landon

Sin abrir los ojos, busqué con las manos el calor de mi esposa o, al menos, el de nuestros bebés de dos años. Al no encontrar más que el frío de las sábanas, abrí los ojos de golpe.

—¿Lyra? —pregunté, sentándome—. Mi amor, ¿dónde estás?

Aparté la cobija y fui al baño en su búsqueda. Al no encontrarla, mi estómago se encogió y el corazón comenzó a acelerarse. ¿Acaso se sentiría mal? Llevaba muchos días comportándose de manera extraña, pero ella me había dicho que tenía la menstruación.

—¡Lyra! —grité, saliendo de la habitación.

En el pasillo me encontré con Sofía, quien me dijo que Lyra y los niños habían salido muy temprano.

—¿Cómo que salieron? ¡Es Navidad, todo está cerrado! —exclamé, exasperado.

Ella soltó una risita.

—¿De qué te ríes? —gruñí—. ¡Algo muy malo puede pasarles!

—Cálmese, señor, no les pasará nada. La señora es una mujer responsable.

—Pues empiezo a dudarlo. Está sola con nuestros hijos. Más vale que al menos Antonio y Amelie…

Al ver su expresión, lo supe: tampo
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