¿DIVORCIO? ¡NI LO SUEÑES!
¿DIVORCIO? ¡NI LO SUEÑES!
Por: Anna Roma
CAPÍTULO 1

Lyra

Miré al médico con los ojos abiertos de par en par y me llevé una mano al vientre. Aunque un embarazo era lo que menos deseaba, escuchar al doctor pronunciar esas palabras me estaba rompiendo el corazón.

«Lo siento mucho. Según los estudios que le hemos practicado, el bebé es incompatible con la vida. Lo más recomendable es interrumpirlo en este momento. No se preocupe, esta trisomía es la más común y, en el futuro, podrá tener más hijos, ya que es una mujer sana y joven».

—Señora Russell —me llamó el médico una vez más—. ¿Se encuentra bien?

—Eh... Sí —mentí—. Es solo que no entiendo nada.

—Trisomía dieciséis —me explicó él con paciencia—. Es la más común en humanos, pero también la más letal. El bebé no va a sobrevivir, señora. Y si lo hiciera, no viviría mucho tiempo y solo sufriría.

—¿Está completamente confirmado? —indagué, aferrándome a un último resquicio de esperanza.

El doctor asintió, matando por completo ese sentimiento. La única cosa que podía consolarme era saber que al menos el bebé no tendría que enfrentar el desprecio que su padre sentía por mí. Mi pequeño no tendría que ver mi sufrimiento en este matrimonio tan frío como el hielo.

Pero dolía demasiado.

—Por favor, no le informen a mi esposo sobre esto —supliqué—. No tiene caso.

—Está bien, señora —asintió el comprensivo doctor—. Esto solo quedará entre usted y yo.

—Quiero... un día más —le dije—. No estoy lista aún para el procedimiento.

Mi mano se cerró más en torno a la tela de mi blusa, como si eso pudiera salvar a mi hijo de su muerte inminente. ¿Por qué tenía que vivir esta situación tan desgraciada? ¿Qué había hecho para merecer una vida tan carente de amor?

—De acuerdo, pero no puede tardarse mucho. Estamos llegando al límite de semanas.

Asentí, aunque ya no lo escuchaba del todo. Quería quedarme sola para dejar escapar el llanto que luchaba por salir. No solo estaba destruida, sino que también me sentía sola. No tenía a quién llamar, ni un esposo que pudiera vivir este duelo conmigo.

Y mi bebé, lo único que tenía, tendría que irse para siempre de mi lado.

—La dejo sola un momento —dijo el doctor al entender lo que necesitaba.

Cuando por fin se marchó, llevé ambas manos a mi rostro y comencé a llorar con fuerza. Estaba rota por dentro, harta de toda mi vida, sobre todo del hombre que había amado durante estos últimos dos años de matrimonio. Yo no había hecho lo que otras mujeres hacían para conquistarlo; su presencia me inhibía. Pero siempre tuve la esperanza de que, al demostrarle mi amor y siendo una esposa paciente, podría conquistar su corazón.

Estaba claro que su amor siempre sería de esa mujer con la que estuvo antes de mí, aquella hermosa actriz que tantas veces lo buscaba. Él nunca me había dicho que la amaba, pero sus acciones hablaban por él. Cada vez que ella lo llamaba, él salía corriendo a verla y se ausentaba muchos días.

Yo estaba sola en esto, no podía decírselo. No iba a soportar su cruel reproche, que me dijera que había matado a nuestro hijo o que me había embarazado para retenerlo.

—Lo siento mucho, bebé —le dije a mi retoño—. Lamento no poder protegerte.

Seguí acariciando mi vientre con ternura, esperando que algún día él o ella pudiera perdonarme. Los estudios habían confirmado que este bebé no era viable, que estaba destinado a sufrir, así que, por amor, tenía que hacer este sacrificio.

—Señora Russell, ¿se encuentra mejor?

—Sí —le mentí mientras me ponía en pie—. Me encuentro mejor. Mañana vendré para que me realicen el procedimiento.

—¿Quiere firmar el papeleo de una vez?

—De acuerdo.

Sin pensarlo demasiado, firmé todo lo que el médico ponía ante mí. La culpa me estaba volviendo loca, pero lo hice lo más rápido posible y salí con paso apresurado del consultorio.

Al llegar al auto con el chófer, me derrumbé por completo. No me importaba que me viera; él era incluso más frío que mi esposo y no le interesaba mi existencia, salvo para llevarme a casa o a otros lugares que le indicara.

—Necesito ir a casa —le indiqué.

El chófer encendió el auto y finalmente nos fuimos del hospital. Alejarme no cambiaba mi realidad, pero necesitaba estar en mi habitación.

—¿Está mi esposo en casa? —pregunté a Sofía, el ama de llaves, cuando llegué.

—No, señorita —negó con la cabeza—. Él no ha llegado.

—Qué novedad —dije con ironía—. No sé para qué pregunto.

—Señora, ¿le pasa algo? —indagó preocupada—. Está muy pálida.

—Me hicieron estudios de sangre; ya sabes que odio las agujas —sonreí levemente—. No te preocupes.

—Pero, señora Russell…

—Estaré en mi habitación —la interrumpí—. No quiero que nadie me moleste, por favor.

—Sí, señora. Yo saldré a hacer las compras.

—De acuerdo.

Subí las escaleras lentamente, aferrada al pasamanos. Todo mi cuerpo me pesaba, aunque no tuviera una condición médica que lo justificara. Esto era mi dolor, mi espíritu quebrantándose. Definitivamente, no estaba lista para dejar ir a este bebé. Deseaba que ocurriera un milagro y se quedara conmigo, pero al mismo tiempo, temía que eso pasara y él o ella sufriera. Creía firmemente que no solo necesitarían de mí, sino también de un padre. 

¿Cómo podía tener al bebé si no podía dárselo?

Al llegar al final de las escaleras, me sentía aletargada y agitada. Aquello ya no me parecía normal, y menos aún el fuerte dolor en el vientre que comenzaba a desgarrarme por dentro.

—Mi bebé —dije angustiada al tocarme la entrepierna y sentir la sangre.

Aunque sabía que este sería el desenlace de todos modos, corrí hacia mi habitación y tomé el teléfono. Landon no me dejaba tener un celular, así que la comunicación era bastante complicada, y recordar su número en ese momento también lo era.

—Contesta —sollocé—. Contesta, por favor.

A los pocos segundos, él respondió.

—¡Landon! —exclamé jadeante—. ¡Necesito tu ayuda! Yo…

—Estoy muy ocupado —dijo con un tono frío—. No me molestes.

—Por favor, esto es…

—Nos vemos más tarde. Apagaré el celular.

Sin decir más, colgó la llamada, dejándome con el corazón aún más destrozado de lo que ya estaba. Si me quedaba en este matrimonio, siempre estaría sola. 

Por desgracia, era mi obligación quedarme aquí.

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