CAPÍTULO 4

Landon

Luego de colgar la llamada de mi esposa y apagar el celular, continué revisando el papeleo que mi asistente me había entregado para la junta, la cual se había pospuesto para ese día. Por fin podría presentar mis conclusiones finales a los inversionistas sobre un nuevo medicamento que prometía poner fin a muchas de las complicaciones causadas por diversas enfermedades de transmisión sexual, las cuales generaban consecuencias graves en el organismo.

Había tenido que lidiar con la ira colectiva de otros laboratorios y enfrentar muchos obstáculos para lograrlo, pero finalmente estaba aquí. También me aseguré de obtener protección para toda mi familia, ya que este tipo de innovaciones implicaba un riesgo de represalias, y lo que menos quería era eso.

—Señor Russell —me llamó mi asistente horas después—. ¿Se quedará en la oficina?

—Me parece que sí —contesté—. ¿Ocurre algo?

—Es la señorita Karime, señor —me informó—. Ella... está en el hospital.

—¿Qué? —Alcé la vista, mirándolo con confusión—. ¿Qué le ha ocurrido?

—Parece que tuvo un resfriado muy fuerte. Ahora está ingresada y se le aplicó el medicamento experimental.

—Iré mañana a visitarla —dije, volviendo mi atención hacia los documentos—. ¿Está todo bien en casa? ¿Alguna llamada?

—No he recibido llamadas, así que todo debe estar bien.

—Bien —asentí—. Puedes retirarte.

—De acuerdo, señor. Que tenga una buena noche.

Una vez que me quedé a solas, suspiré aliviado. Que todo estuviera bien en casa significaba que Lyra estaba a salvo y que no había nada importante que tuviera que decirme.

Podía continuar con mi trabajo.

Las horas pasaron y, por fin, terminé la presentación que daría por la tarde. Ya estaba casi amaneciendo cuando finalicé, así que decidí dormir un poco en el sofá. No quería molestar a Lyra al regresar y hacer que se despertara.

Cuando me desperté, dos horas más tarde, el sentimiento de incomodidad que había surgido desde la noche anterior prevalecía en mí. Sin embargo, traté de no darle importancia y entré a ducharme en el baño de la oficina.

—Buenos días, señor Russell. ¿Durmió aquí? —me preguntó mi asistente.

—Sí, Fedra, pero estaré en el hospital. ¿El central, no es así?

—Sí, señor. Ese mismo.

No me tomó más de diez minutos llegar al hospital, ya que no había mucho tráfico. En la recepción me indicaron en qué habitación estaba Karime, y me dirigí hacia allá. El pasillo estaba lleno de guardias de seguridad, pero me conocían, así que me dejaron entrar sin hacer preguntas.

—¡Landon! —exclamó Karime, quien estaba en la cama y se veía bien—. Pensé que vendrías antes, pero no importa. Lo que importa es que ahora estás aquí.

—Buenos días —saludé mientras me acercaba—. ¿Te has resfriado? ¿Toleraste bien el medicamento?

—Sí, aunque me causó un poco de sueño. Al menos ya no estoy congestionada, eso es muy bueno.

—Sí —dije sonriendo—. Es bastante bueno.

—Me siento mejor, aunque todavía no han desaparecido por completo mis síntomas. ¿Podrías cuidar de mí? —preguntó Karime, ilusionada.

—Contrataré a una enfermera para ti —respondí, haciendo que ella bajara la mirada—. Tengo muchas ocupaciones en estos días, pero te prometo que iré a visitarte para saber cómo actúa esto en tu cuerpo.

—¿Por qué no puedes darte cuenta de cuánto te amo todavía? —se quejó—. Landon, me someto a todo lo que me dices sin rechistar. No es fácil lidiar con las reacciones adversas de algunos medicamentos.

—Hemos hablado de eso muchas veces. No puedo corresponderte; lo nuestro terminó hace mucho tiempo. Tú decidiste engañarme  —le dije—. Pero siempre te apoyaré con tu carrera y con todo lo que necesites. Tenemos un contrato; esto no solo lo haces por mí, sino porque la paga te permite mantener tu estilo de vida y seguir actuando sin preocupaciones.

—Quiero que regresemos —suplicó—. Si firmé el contrato fue para estar cerca de ti, porque estoy arrepentida. ¿No te das cuenta? ¿O acaso es que ya te enamoraste de esa chica con la que te casaste?

Me quedé callado. De ninguna manera iba a hablar sobre mi vida privada con Karime ni con nadie.

—Ella no podría quererte más que yo —insistió.

—Puede que en eso tengas razón —repuse con amargura—. Pero aun así…

En ese momento, entró un doctor, quien frunció el ceño al ver que Karime me tomaba de la mano.

—¿Señor Russell?

—Doctor Green —respondí con seriedad mientras soltaba la mano de Karime.

—Su esposa se encuentra en el hospital —me informó—. ¿No le dijo nada de esto?

—¿Qué? —pregunté, confundido y preocupado—. ¿A qué hora fue esto? ¿Por qué vino?

—Acaba de ser dada de alta y necesita ir a casa. Las razones se las explicaré en privado dentro de un rato. Puede pasar a verme.

—Pero…

—Señor, salga, debo revisar a la paciente —me interrumpió—. En unos minutos más estaré con usted.

—De acuerdo —murmuré.

—¡Landon! —me llamó Karime, pero la ignoré.

Al salir de la habitación, vi a Lyra en el pasillo. Mi corazón se aceleró de manera enloquecida, como siempre que la veía, pero no pude evitar mirarla con enfado por ocultarme que estaba aquí.

—¿Por qué estás aquí? —me preguntó cuando me acerqué.

—¿Qué demonios haces tú aquí? Se suponía que debías irte a casa —espeté.

—En eso estaba, pero…

—Vámonos.

La tomé del brazo y la guié hacia la salida. No dejaría que ella se quedara e inventara excusas; pronto sabría la verdad. En la salida, estaba Iñaki, el chófer, y le entregué a mi esposa. Odiaba dejarla así, pero no había otra alternativa.

—Llévala a casa. Tengo ocupaciones —le dije.

—Por supuesto, señor —respondió él.

Antes de que se fueran, volví a entrar en el hospital y miré por la ventana cómo el coche se marchaba. Esperé un tiempo prudente y me dirigí al consultorio del doctor, donde tuve que esperar unos minutos.

—Pase, señor —me indicó.

—¿Qué le sucedió a mi esposa? —pregunté sin rodeos al entrar—. Quiero saberlo ahora.

—Ella sufrió un aborto, señor Russell —dijo el doctor—. Pensé que usted había sido informado. Ordené que se lo dijeran.

—¡No, nadie me lo dijo! —exclamé, desesperado, mirando con incredulidad al médico—. ¿Fue voluntario?

—No, señor, el bebé no era viable. Por cierto, ella pidió ser operada para no tener hijos.

Aquella información me dejó helado y sin aliento. ¿Ella no quería un hijo mío? ¿Tanto me detestaba? Aún no había considerado la idea de tener un hijo, pero ahora que sabía que podía haberlo tenido, la imagen me golpeaba como un puñetazo en el estómago, y dolía.

—No lo voy a permitir —le respondí al doctor—. ¿Ella puede…?

—Puede volver a tener relaciones íntimas dentro de un tiempo.

—¿En cuánto tiempo?

—En un mes, señor Russell —respondió—. No puede tocar a su esposa durante un mes.

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