Lyra
—¿Por qué estás aquí? —pregunté cuando se acercó.
—¿Qué demonios haces tú aquí? Debes irte a casa —me soltó, haciendo que me sintiera aún más nerviosa.
—En eso estaba, pero…
—Vámonos.
Landon me tomó del brazo y caminó a toda prisa por los pasillos del hospital. Mi vientre dolía un poco y era incómodo caminar, pero no me quejé. En el fondo, me ilusionaba la idea de que él me llevara a casa. Sin embargo, al llegar a la salida, prácticamente me lanzó a los brazos de Iñaki, el chófer.
—Llévala a casa. Tengo ocupaciones —dijo, enojado.
—Por supuesto, señor —respondió Iñaki.
Quería decir algo, cualquier cosa que manifestara mi rabia, dolor y frustración, pero cuando tenía a Landon frente a mí, con esos ojos oscuros y penetrantes, las palabras se me quedaban atascadas en la garganta.
—Suba, señora Russell —me indicó Iñaki, abriéndome la puerta del auto—. Tiene que ir a casa.
—Está bien —susurré, conteniendo las lágrimas. Salieron en cuanto me metí en el auto y se cerró la puerta.
Landon ni siquiera se quedó a verme ir; él había regresado al hospital. Seguramente iba de nuevo a ver a su gran amor, intentando olvidar el mal trago de encontrarme a mí.
Cuando el auto arrancó, sentí que dejaba una parte de mí en aquel hospital. Deseaba poder llevarme a mi bebé, pero no había manera de que eso sucediera. No tendría un lugar donde darle un entierro digno, ni un sitio en el cual llorarle. Estaba sola en este mundo, y cada día que pasaba se volvía más insoportable que el anterior. Ahora sería aún más difícil, pues la única pequeña alegría que la vida parecía darme se había esfumado tan rápido como había llegado.
«Perdóname, pequeño», pensé mientras miraba mi vientre. Aunque ya no estaba ahí, siempre sería parte de mí, así que no podía evitar pensar que seguía presente.
—Iñaki, detente en la farmacia —le indiqué de repente—. Necesito comprar un medicamento que me recomendó el doctor. No pude decírselo a Landon.
Al decir esto, saqué la nota que me había dado el médico. Iñaki asintió y se detuvo en la farmacia por la que estábamos pasando. Cuando se ofreció a ir, le dije que no, que quería caminar un poco, lo cual me creyó.
Entré en la farmacia y me acerqué al mostrador. La dependienta me atendió con amabilidad cuando pedí los medicamentos, pero frunció el ceño al solicitarle una píldora anticonceptiva de emergencia.
—Eh… Sí —asintió, visiblemente sorprendida—. Ahora mismo lo traigo.
Tamborileé los dedos sobre el mostrador y miré hacia la puerta para verificar que Iñaki no viniera. Por suerte, no fue así, y pronto la chica llegó para entregarme la pastilla.
—Gracias —le respondí mientras ella me empacaba todo.
Volví al auto con Iñaki, aparentando tranquilidad. Él me abrió la puerta, pero no me preguntó qué había hecho o qué había comprado.
Al llegar a casa, Iñaki me ayudó con mi pequeña maleta. Sofía salió de inmediato, preguntando cómo estaba, lo que me hizo sentir malagradecida. La tristeza no me había permitido ver que ella se preocupaba genuinamente por lo que me ocurría.
—Gracias por la ropa que me enviaste —le dije, y ella frunció el ceño, confundida ante mi gratitud—. Ya quería volver a casa.
—Ay, señora —rio—. Siempre es tan agradecida. ¿Cómo se encuentra?
—Todo salió como tenía que salir. Supongo que estaré bien —me encogí de hombros—. Ahora lo que quiero es descansar.
—Sí, señora, entiendo. Hemos preparado todo con cuidado para que esté cómoda.
—Gracias —contesté.
Con paso lento entré en la casa y subí las escaleras, sintiendo que ya no debería estar aquí. Él estaba con esa mujer, dedicándole toda su atención y su tiempo. ¿Qué demonios pintaba yo en este lugar?
Durante un instante, me paré frente a la puerta de la habitación de mi esposo y la toqué, deseando que él abriera y me abrazara, que no estuviera en el hospital.
—Si tan solo me amaras un poco, tan solo un poco —susurré, dejando caer las lágrimas que había estado conteniendo—. ¿Por qué no pude ser ella?
Bajé la cabeza y sollocé despacio. Amar sin recibir amor a cambio era extremadamente doloroso, pero ¿qué podía hacer para dejar de sentir ese amor que había crecido durante tantos años?
Una vez que estuve en mi habitación, me senté en la cama y tomé el teléfono. La tentación de llamar a mi padre y decirle que me rendía era enorme. Sin embargo, no lo hice. Tenía miedo de los gritos e insultos que me soltaría. Él quería mantener aquella imagen respetable ante la sociedad y seguir gozando de los beneficios que le traía ser suegro de Landon Russell.
Dejé el teléfono sobre la mesita de noche, sonriendo con tristeza. Saqué la píldora anticonceptiva de la bolsa de medicamentos y la miré fijamente.
—No puedo irme —susurré—. Pero nunca más le daré un hijo a ese miserable.
LandonLuego de colgar la llamada de mi esposa y apagar el celular, continué revisando el papeleo que mi asistente me había entregado para la junta, la cual se había pospuesto para ese día. Por fin podría presentar mis conclusiones finales a los inversionistas sobre un nuevo medicamento que prometía poner fin a muchas de las complicaciones causadas por diversas enfermedades de transmisión sexual, las cuales generaban consecuencias graves en el organismo.Había tenido que lidiar con la ira colectiva de otros laboratorios y enfrentar muchos obstáculos para lograrlo, pero finalmente estaba aquí. También me aseguré de obtener protección para toda mi familia, ya que este tipo de innovaciones implicaba un riesgo de represalias, y lo que menos quería era eso.—Señor Russell —me llamó mi asistente horas después—. ¿Se quedará en la oficina?—Me parece que sí —contesté—. ¿Ocurre algo?—Es la señorita Karime, señor —me informó—. Ella... está en el hospital.—¿Qué? —Alcé la vista, mirándolo con c
LyraAunque lentamente, las semanas comenzaron a pasar y no había rastro de mi esposo. Él no se había preocupado por mí ni me había llamado para saber cómo estaba; simplemente parecía como si no existiera. Aun así, cada noche preparaba con esmero los desayunos, almuerzos y cenas, con la esperanza de encontrarlo. Sin embargo, eso no sucedía.Resignada a que pasaría una temporada sin él, comencé a hacer ejercicio cuando me sentí mejor. En estos últimos meses, había aumentado un poco de peso y mi condición física ya no era tan buena, así que me venía bien. Además, necesitaba distraer mi mente, olvidar mi tristeza y mi soledad.—Guau, se ve muy bien, señora. Ya no recordaba la última vez que se puso uno de esos vestidos —me dijo Sofía cuando bajé—. ¿Irá a algún sitio?—Sí, voy a ir de compras —respondí con una leve sonrisa—. Quiero reorganizar mi guardarropa.—Pero si usted se viste muy bien…—Nunca fue mi estilo vestirme con ropa tan elegante, lo sabes —contesté—. Siempre me gustaron más
LandonMi mujer estaba en la entrada del vestidor, luciendo un hermoso vestido azul. Su cabello rojo se veía diferente; más corto y brillante. ¿Para quién quería verse tan hermosa?La recosté sobre la cama y la inmovilicé con mi cuerpo. Inmediatamente la besé y recordé, por milésima vez, por qué no la dejaría escapar de mí, aunque ella no quisiera darme hijos.El mes que había pasado sin ella y sin tocarla me había parecido toda una eternidad. —Landon —gimió al sentir mi boca saboreando su pezón, luego de que le bajara la parte de arriba del vestido.Con desesperación, comencé a arrancarle la ropa, sin importarme cuánto se asustara. Venía aquí a reclamar lo que me pertenecía, a lo que tenía derecho a acceder después de aquellas largas semanas.A pesar de su miedo, ella me aceptó en su cálido interior. Estaba perdido en su aroma, en su calor y en los gemidos de placer que dejaba escapar. Durante esos placenteros instantes, me arrepentí de haberla dejado sola, de ignorar su llamada y d
LyraLandon salió de la habitación azotando la puerta, dejándome en estado de shock y con las piernas temblorosas. ¿Amelia le había contado a Landon lo que le dijo? ¿Iñaki le había informado sobre mi salida?Mientras me vestía de nuevo, noté una leve picazón en la piel, pero la ignoré, atrapada en mis pensamientos sobre lo que había pasado. Tras lavarme los dientes y la cara, me metí en la cama, tratando de dormir. Esperaba que la pastilla funcionara y no quedara embarazada de nuevo, porque, de ser así, eso me destrozaría. Ya no quería sufrir más.Poco a poco, el sueño me fue venciendo, pero la comezón que sentía en todo el cuerpo se hizo más intensa. —Diablos, ¿qué es esto? —me quejé, moviéndome inquieta en la cama. La picazón se volvía más insoportable con el paso de la noche, así que, al amanecer, me levanté y fui al baño.—¡Jesús! —exclamé aterrorizada al ver mis brazos cubiertos de sarpullido—. ¿Qué me ha pasado?No pasó mucho tiempo antes de que lo dedujera. Jamás había tomado
LyraPor suerte para mí, Landon accedió a que fuéramos a nuestra habitación para que me quitara la ropa, ya que hacerlo frente a los empleados habría sido un momento vergonzoso. Aun así, me sentía bastante vulnerable, incluso un poco humillada.—¿Y bien? ¿Cuánto tiempo me vas a hacer esperar?Sintiendo que me moría de vergüenza, me quité la mascarilla. Landon frunció el ceño y se quedó boquiabierto.—¿Qué demonios es eso?No le respondí y procedí a quitarme la blusa. Hacerlo aumentó la picazón en mis brazos, pero intenté ignorarla.De repente, tenía a Landon deshaciéndose de mis pantalones y ropa interior, aunque no con la intención de tocarme, sino con esa curiosidad que otorgaba ser el dueño de un laboratorio.—Hiciste una completa estupidez. Tomaste anticonceptivos sin prescripción médica y ahora tienes una m*****a alergia —dijo furioso, alejándose de mí.—Esa pastilla solamente…—No puedes tomar esas cosas sin mi consentimiento, ¿me entendiste?Me abracé a mí misma, cubriendo mi cu
LandonCuando me desperté, la cabeza me dolía mucho, aunque no lo suficiente como para decir que tenía resaca. Sin embargo, el dolor se volvió insoportable cuando contesté el teléfono y escuché a Lyra. Sonaba extraña y enojada. De repente, me gritó que quería el divorcio.Aquel grito me dejó despierto de golpe y se me aceleró el corazón. Seguramente había visto en las noticias que Karime me había encontrado en el bar, y por eso la mencionaba. Pero, ¿por qué se ponía así? Yo no había hecho nada, tan solo beber para disipar mi dolor. Incluso la había apartado y me fui sin despedirme.—¿Qué te sucede? —pregunté a la defensiva—. No estoy de humor para tus bromas. ¿Qué es lo que necesitas?—No estoy bromeando, Landon —dijo, respirando agitadamente—. Quiero el divorcio. Me cansé de ti y de tus engaños. Si tanto quieres a Karime, quédate con ella y a mí no me molestes más.—Pero...—Espera, Lyra, esto...Lyra me colgó la llamada, dejándome anonadado.—Pues no, no te daré el divorcio jamás —di
LyraHaber gritado eso por teléfono no me hizo sentir mejor. Por el contrario, un dolor espantoso me cruzaba el pecho y no tenía intenciones de irse. En el fondo, tal vez tenía la esperanza de que él me llamara nuevamente y le diera importancia a lo que acababa de decirle, pero como siempre, no lo hizo.—Tal vez estés ocupado —reí con ironía mientras me dirigía al vestidor para tomar mis maletas.Cuando las tuve abiertas sobre la cama, reflexioné sobre si realmente estaba haciendo lo correcto. ¿Qué iba a pasar conmigo? ¿A dónde iría? Si bien era cierto que había logrado terminar mi carrera de idiomas, no tenía la experiencia necesaria para que me contrataran en ningún sitio.—¿Qué puedo hacer? —susurré desesperada, paralizada por el miedo que sentía a empezar de cero.Finalmente, llegué a la conclusión de que quedarme aquí no me iba a llevar a ninguna parte. No tenía a nadie que dependiera de mí, así que podía hacerme un hueco en cualquier sitio.—Señora, ¿qué hace? —me preguntó Sofía
LyraLandon se sumergió de nuevo en su trabajo y no volvió a tocarme después de aquella noche, pero ahora trabajaba desde casa la mayor parte del tiempo. Había pasado ya una semana y media desde aquel momento, y en un principio parecía que volveríamos a la monotonía de nuestro horrible matrimonio. Sin embargo, Landon se estaba comportando de una forma más amable. No podía decirse que el amor hacia mí había resurgido, pero ahora sí se tomaba la molestia de comer conmigo y tener conversaciones. Una de ellas fue sobre su encuentro con Karime, y él, en pocas palabras, me explicó que no había estado con ella en el bar, sino que simplemente se encontraron.Tal vez pecaba de ingenua al creer que él se había retirado del bar sin ella, pero se comportaba tan distinto que decidí confiar y comenzar a tener esperanzas de que dejara de verla.—El señor la espera abajo para desayunar —me dijo Sofía por la mañana—. Está todo listo.—Sí, ahora voy —respondí mientras terminaba de arreglarme—. Solo debo