CAPÍTULO 3

Lyra 

—¿Por qué estás aquí? —pregunté cuando se acercó.

—¿Qué demonios haces tú aquí? Debes irte a casa —me soltó, haciendo que me sintiera aún más nerviosa.

—En eso estaba, pero…

—Vámonos.

Landon me tomó del brazo y caminó a toda prisa por los pasillos del hospital. Mi vientre dolía un poco y era incómodo caminar, pero no me quejé. En el fondo, me ilusionaba la idea de que él me llevara a casa. Sin embargo, al llegar a la salida, prácticamente me lanzó a los brazos de Iñaki, el chófer.

—Llévala a casa. Tengo ocupaciones —dijo, enojado.

—Por supuesto, señor —respondió Iñaki.

Quería decir algo, cualquier cosa que manifestara mi rabia, dolor y frustración, pero cuando tenía a Landon frente a mí, con esos ojos oscuros y penetrantes, las palabras se me quedaban atascadas en la garganta.

—Suba, señora Russell —me indicó Iñaki, abriéndome la puerta del auto—. Tiene que ir a casa.

—Está bien —susurré, conteniendo las lágrimas. Salieron en cuanto me metí en el auto y se cerró la puerta.

Landon ni siquiera se quedó a verme ir; él había regresado al hospital. Seguramente iba de nuevo a ver a su gran amor, intentando olvidar el mal trago de encontrarme a mí.

Cuando el auto arrancó, sentí que dejaba una parte de mí en aquel hospital. Deseaba poder llevarme a mi bebé, pero no había manera de que eso sucediera. No tendría un lugar donde darle un entierro digno, ni un sitio en el cual llorarle. Estaba sola en este mundo, y cada día que pasaba se volvía más insoportable que el anterior. Ahora sería aún más difícil, pues la única pequeña alegría que la vida parecía darme se había esfumado tan rápido como había llegado.

«Perdóname, pequeño», pensé mientras miraba mi vientre. Aunque ya no estaba ahí, siempre sería parte de mí, así que no podía evitar pensar que seguía presente.

—Iñaki, detente en la farmacia —le indiqué de repente—. Necesito comprar un medicamento que me recomendó el doctor. No pude decírselo a Landon.

Al decir esto, saqué la nota que me había dado el médico. Iñaki asintió y se detuvo en la farmacia por la que estábamos pasando. Cuando se ofreció a ir, le dije que no, que quería caminar un poco, lo cual me creyó.

Entré en la farmacia y me acerqué al mostrador. La dependienta me atendió con amabilidad cuando pedí los medicamentos, pero frunció el ceño al solicitarle una píldora anticonceptiva de emergencia.

—Eh… Sí —asintió, visiblemente sorprendida—. Ahora mismo lo traigo.

Tamborileé los dedos sobre el mostrador y miré hacia la puerta para verificar que Iñaki no viniera. Por suerte, no fue así, y pronto la chica llegó para entregarme la pastilla.

—Gracias —le respondí mientras ella me empacaba todo.

Volví al auto con Iñaki, aparentando tranquilidad. Él me abrió la puerta, pero no me preguntó qué había hecho o qué había comprado.

Al llegar a casa, Iñaki me ayudó con mi pequeña maleta. Sofía salió de inmediato, preguntando cómo estaba, lo que me hizo sentir malagradecida. La tristeza no me había permitido ver que ella se preocupaba genuinamente por lo que me ocurría.

—Gracias por la ropa que me enviaste —le dije, y ella frunció el ceño, confundida ante mi gratitud—. Ya quería volver a casa.

—Ay, señora —rio—. Siempre es tan agradecida. ¿Cómo se encuentra?

—Todo salió como tenía que salir. Supongo que estaré bien —me encogí de hombros—. Ahora lo que quiero es descansar.

—Sí, señora, entiendo. Hemos preparado todo con cuidado para que esté cómoda.

—Gracias —contesté.

Con paso lento entré en la casa y subí las escaleras, sintiendo que ya no debería estar aquí. Él estaba con esa mujer, dedicándole toda su atención y su tiempo. ¿Qué demonios pintaba yo en este lugar?

Durante un instante, me paré frente a la puerta de la habitación de mi esposo y la toqué, deseando que él abriera y me abrazara, que no estuviera en el hospital.

—Si tan solo me amaras un poco, tan solo un poco —susurré, dejando caer las lágrimas que había estado conteniendo—. ¿Por qué no pude ser ella?

Bajé la cabeza y sollocé despacio. Amar sin recibir amor a cambio era extremadamente doloroso, pero ¿qué podía hacer para dejar de sentir ese amor que había crecido durante tantos años?

Una vez que estuve en mi habitación, me senté en la cama y tomé el teléfono. La tentación de llamar a mi padre y decirle que me rendía era enorme. Sin embargo, no lo hice. Tenía miedo de los gritos e insultos que me soltaría. Él quería mantener aquella imagen respetable ante la sociedad y seguir gozando de los beneficios que le traía ser suegro de Landon Russell. 

Dejé el teléfono sobre la mesita de noche, sonriendo con tristeza. Saqué la píldora anticonceptiva de la bolsa de medicamentos y la miré fijamente.

—No puedo irme —susurré—. Pero nunca más le daré un hijo a ese miserable.

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