CAPÍTULO 2

Lyra

Los minutos se me hacían interminables mientras el auto avanzaba hacia el hospital. El dolor no hacía más que volverse insoportable, aunque no solo el físico, sino también el del corazón. Me estaban arrancando una parte de mí, una más valiosa que mi propia vida. 

Y yo estaba tan sola...

Al menos deseaba tener a alguien que me quisiera, que estuviera a mi lado en estos momentos, pero eso no era así. Nadie en este mundo estaba para mí, y la única persona que había estado, mi madre, había muerto hacía mucho tiempo. Intenté salvarla, pero no pude, y ahora estaba atrapada en esta situación.

Cuando llegué al hospital, el chófer al menos se dignó a ayudarme. Su expresión era estoica, pero eso, en lugar de consolarme, me hundió más. No esperaba que él también sufriera con esto, pero su frialdad me lastimaba.

«Aunque no más que la de Landon», pensé con tristeza.

—Señora Russell —dijo el doctor, sorprendido al encontrarnos en urgencias—. ¿Qué está...?

De inmediato se dio cuenta de mi sangrado y llamó al personal para que me subieran en una camilla. Lo agradecí, ya que no quería estar en una silla de ruedas mirando a la gente alrededor.

¿Por qué no morir?, me pregunté mientras me llevaban a lo que parecía ser el quirófano.

—Todo va a estar bien, señora Russell —escuché decir a una mujer.  

No, nada iba a estar bien. ¿Cómo podía estar bien cuando estaba perdiendo a mi pequeño y cuando no había la más mínima posibilidad de que él viviera?  

Apenas fui consciente de lo que sucedía; solo sentía que movían mi cuerpo de un lado a otro y que estaba en un frío quirófano. A pesar del dolor, comencé a respirar con tranquilidad, esperando que la inconsciencia me llevara y se llevara, al menos por un rato, mi enorme sufrimiento.  

Cuando me desperté, estaba sola en una habitación blanca, sin comprender qué hacía allí. Por desgracia, recordé al instante lo que había pasado y me llevé una mano al vientre, el cual ya estaba vacío.  

El doctor, al entrar en la habitación, me preguntó cómo me sentía. Me mencionó que no había habido complicaciones, que mi bebé no había sufrido nada y que, en un futuro, podría tener más hijos.

—No, no quiero —le espeté—. Por favor, doctor, quiero que me realice una cirugía para no tener hijos.

—Señora, no puedo hacer eso —dijo con seriedad—. Usted es demasiado joven.

—Pero estoy completamente decidida.

—No puedo sin autorización de su marido. Lo siento.

—Pero…  

—Lo siento. Es algo que tiene que consultar con él.  

Me quedé en silencio y solo asentí. No tenía energías para decirle que no le importaba en absoluto a mi esposo, que lo único que nos unía era un trozo de papel que solo sirvió para pagar las deudas de mi padre.  

Cuando por fin me quedé a solas y me apagaron la luz, comencé a sollozar en silencio, sintiéndome más miserable que nunca. Necesitaba a Landon más que nunca, y me mataba pensar que tal vez estaba en los brazos de esa mujer o simplemente haciendo cosas más importantes que yo.

Cuando desperté de mi sueño, ilusamente esperaba que mi esposo estuviera allí, al menos para reprenderme por cualquier cosa que se le ocurriera. Sin embargo, no lo estaba. Seguía estando sola, sin nadie que se preocupara por mí, aparte del personal médico. 

—Doctor, quiero marcharme a casa, por favor. 

—Señora Russell, sé que es difícil para usted haber perdido a su bebé, pero tiene que hacer un esfuerzo por reponerse. Si no lo hace por usted, hágalo por su esposo.  

—¿Mi esposo fue informado sobre esto? —inquirí nerviosa—. ¿Está aquí?  

—Fue informado —asintió él, mirándome con tristeza—. Y nos dio instrucciones para darle el alta después del desayuno.  

—¿O sea que no vino a verme? —pregunté, con los ojos llenos de lágrimas.

—No, señora Russell —respondió él, apenado—. Dijo que estaba muy ocupado.

Intenté mantener la compostura ante el doctor tras recibir aquella noticia, pero cuando salió de la habitación, me eché a llorar de nuevo al levantarme de la cama. Con paso lento, me dirigí al espejo.

Mi cabello, de un rojo intenso, estaba completamente enredado, y mi rostro, tan pálido, hacía que mis pecas se notaran más que nunca. Jamás había odiado esas pecas hasta que vi el rostro perfecto de la actriz a la que mi esposo amaba.

—Por eso no me ama ni le importo —susurré, observándome con desdén—. Yo… soy tan poca cosa.

Cuando salí del baño, me esperaba una maleta llena de cosas. La enfermera que estaba allí y que traía mi desayuno me mencionó que había sido Sofía quien la había enviado. A pesar de la decepción, sonreí. Me alegraba saber que, aunque fuese por obligación, le importaba un poco a aquella buena mujer.

La enfermera, antes de irse, se acercó a mí en plan confidente y me contó las últimas novedades: Karime estaba internada en este mismo hospital.

Me quedé petrificada, sintiendo que el aire se me escapaba de los pulmones. Era muy pronto para sacar conclusiones, pero recordé las palabras de Landon sobre estar muy ocupado. ¿Y si estaba con ella?

—¿Sabes en qué habitación está? —pregunté sin pensarlo.

La enfermera arqueó una ceja y yo me reí nerviosamente. Aquella pregunta no había sido la más adecuada. Aun así, ella me respondió que estaba en la trescientos doce.

Cuando la enfermera se fue, me acerqué a la maleta. Allí había todo lo necesario para asearme, así que me metí lo más pronto que pude a la ducha, aunque antes tuve que utilizar el inodoro, que se llenó de sangre después de que orinara. Ver aquello volvió a quebrarme y a hacerme cuestionar qué había hecho mal para merecer tal dolor.

Me quedé un largo rato bajo el agua, lidiando con todo mi dolor e imaginando que ocurría un milagro que me hiciera dejar de sentir. No podía aspirar a fantasear con que mi esposo me amara, porque esa batalla la tenía más que perdida; pero sí podía desear que me liberara. Jamás me había atrevido a pedirle el divorcio, pero ¿estaba lista para enfrentarme a la vida sola? ¿Él dejaría que mi padre se hundiera si nos separáramos?

Terminé la ducha, luego de un tiempo considerable, y me vestí lo más rápido posible, justo antes de que el doctor entrara con los documentos que debía firmar para el alta. Una vez que lo hice, me recordó que no olvidara reposar e ir al control dentro de una semana para confirmar que el útero hubiera quedado limpio.

Minutos más tarde, salí de la habitación con cuidado, dispuesta a irme a casa. Sin embargo, un pensamiento masoquista me invadió y me instó a dirigirme hacia aquella habitación. Landon no podía ser tan torpe como para dejarse ver con ella en un hospital, pero mi corazón tenía un presentimiento que debía seguir.

Cada paso hacia la habitación trescientos doce me pesaba más y más, y varias veces tuve que detenerme para respirar. Sentía una angustia aplastante en el vientre y mi corazón latía a toda velocidad. Además, los síntomas del embarazo parecían haber regresado, pues tenía deseos de vomitar.

Cuando finalmente llegué a la puerta de aquella habitación, me encontré con que había guardias. Por un momento, me alivió no ver a mi esposo allí, pero ese alivio se desvaneció cuando la puerta se abrió y lo vi salir.

No tuve tiempo de esconderme, así que nuestras miradas se encontraron. En la suya no había más que frialdad y rabia, mientras que en la mía se expresaba claramente la decepción y el sufrimiento.

Siempre ella, siempre estaría ella en medio de los dos.

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