Gabriela todavía no había dado ni un paso hacia la salida cuando Álvaro la divisó.La sonrisa que iluminó su rostro se le notaba incluso bajo la cálida luz amarillenta que colgaba sobre la puerta. Por un segundo, a Gabriela aquello le recordó a los faroles de Mar de Cristal, aquel pueblito costero, cuando la tenue luz bañaba la figura de Emiliano al esperarla junto al camino.Ella siempre había tenido un desequilibrio académico muy marcado: sobresalía en ciencias y matemáticas, pero en literatura y humanidades apenas pasaba de panzazo. Además, pasaba gran parte del año compitiendo en certámenes de danza, así que cuando volvía a la isla, solía pasar las tardes tratando de recuperar clases.En un inicio, Emiliano era quien la asesoraba. Sin embargo, él nunca supo ser estricto con ella. Bastaba con que Gabriela no pudiera resolver un problema y se quedara al borde de las lágrimas para que él, ansioso, inventara toda clase de excusas y le dijera que era «lógico» que no lo entendiera a la p
A Álvaro, enfundado en ropa de diseñador, le costaba acomodar sus largas piernas y brazos; al final, se sentó con gesto de incomodidad.En cambio, Gabriela se mostraba a gusto, relajada.Pidió la comida con soltura.—¿Vienes seguido? —preguntó Álvaro al verla tan acostumbrada.—Así es. —Gabriela se recargó con naturalidad en el respaldo de la silla—. Esa pose de «no como nada que no sea gourmet» cuando estaba contigo era pura farsa. En realidad, adoro estos lugares populares.El tono de Gabriela rezumaba un leve matiz de burla.Álvaro lo captó de inmediato.—Si te gustan, puedo acompañarte todas las veces que quieras. Además, creo que queda cerca de la oficina, —agregó él, asintiendo con la cabeza.Gabriela lo observó, y esa chispa de herirlo intencionalmente se fue apagando poco a poco.Ahora, Álvaro se comportaba como un avestruz, escondiéndose de su sarcasmo y procurando huir de enfrentamientos.Era una actitud que a ella le resultaba extraña, tan distinta de aquel Álvaro que siempr
A pesar de todo el drama del divorcio, si había algo innegable era que, últimamente, Álvaro sonreía más que antes. Parecía haberse desprendido de aquel aire frío y distante que lo caracterizaba.Kian notó ese cambio. Cierto que le resultaba incómodo pensar que el bebé que Gabriela esperaba podría ser de otro hombre. Sin embargo, al recordar la infancia de Álvaro—criado en una familia acomodada, aunque sin conocer un verdadero amor paternal o maternal—llegó a la conclusión de que, si Gabriela le brindaba felicidad, tal vez daba lo mismo el origen de ese bebé.Después de unos minutos de caminata, Gabriela empezó a sentir el frío, así que subió al auto. Ya casi se acercaba el fin de año, y las calles lucían cada vez más desiertas. Gabriela contemplaba el exterior con la mirada perdida, mientras Álvaro hacía esfuerzos por entablar alguna conversación. Pero no era dado a inventar temas de la nada; siempre había sido un hombre pragmático, por lo que los silencios se iban haciendo largos.Él
Oliver le sirvió un vaso de agua:—En realidad no teníamos nada seguro. Tómalo como una escapada para relajarte. Este lugar tiene un paisaje y un clima extraordinarios, no hemos venido en vano.Con voz cariñosa, trataba de consolar a su esposa. Desde que Álvaro y Gabriela atravesaban su crisis matrimonial, la vida tranquila de Carmen se había venido abajo. Oliver veía cómo día tras día ella se angustiaba sin remedio y se sentía impotente.Al igual que en su juventud, no había manera de persuadirla cuando emprendía cierto tipo de acciones.—Yo solo…, —Carmen dejó escapar las lágrimas mientras miraba la pequeña cajita que guardaba en la palma de su mano: era un reloj de bolsillo con una foto de su hija, cuando todavía era una adolescente.En esa época, Sofía no había conocido a Eliseo, ese desgraciado, pensó Carmen. Parecía tan pura y radiante.—Siento que me queda poco tiempo, —susurró con amargura—. Y necesito averiguar la verdad antes de morir.Oliver guardó silencio mientras acaricia
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant
Teatro Principal de la Ciudad Midred.Un hombre alto, envuelto en la frialdad del invierno, permanecía inmóvil en la penumbra, su mirada indescifrable clavada en el escenario. Allí, una deslumbrante y única Cisne Negro capturaba cada alma presente.El Cisne Negro era ágil, seductora, una sombra viviente de misterio. Cada movimiento suyo irradiaba una magia que hechizaba a quienes la observaban, despertando en ellos un deseo casi primitivo de poseerla, de consumir hasta el último destello de su ser.Cuando la presentación llegó a su punto final, el hombre apartó la vista, su rostro sombrío como una noche sin luna. Con pasos largos y decididos, se encaminó hacia el backstage, dejando atrás el resplandor del escenario.***Al concluir la función, Gabriela sintió un dolor sordo en la cintura, como una advertencia silenciosa de su cuerpo. Pero se mantuvo firme, dominando el dolor con la misma disciplina que había forjado en años de entrenamiento. Con una despedida perfecta, realizó su rever
Álvaro soltó una risa sarcástica, asintiendo con un «de acuerdo» antes de dirigirse hacia la puerta.Era un hombre alto, de hombros anchos y cintura estrecha. Gabriela lo observó mientras se alejaba, pero en su mente, la figura que veía era la del joven alto y delgado que apenas recordaba. El dolor que había permanecido adormecido comenzó a aflorar, agudo y punzante.De repente, Álvaro se detuvo en la puerta y giró la cabeza hacia ella.—Gabriela —dijo con un tono frío—. Ya no estoy bajo el control de mi abuelo Octavio, así que no tendrás una segunda oportunidad. Tú pediste este divorcio, así que si te arrepientes después, no vayas a molestar a Noelia. Ya has causado suficiente daño.Álvaro siempre había sido consciente del amor intenso de Gabriela por él. En su vida, tan desprovista de todo, no había más que danza… y él. Estaba convencido de que las acciones de Gabriela en este momento no eran más que una reacción impulsiva provocada por la aparición de Noelia. Una vez que se calmara,
Colomba, que la había criado como su propia hija, captó de inmediato lo que pasaba.La familia García había venido a buscar a Gabriela seis meses después de la muerte de Emiliano Martínez. Aunque le dolía desprenderse de ella, ver cómo Gabriela no podía aceptar la muerte de Emiliano, cómo no comía ni dormía, y la desesperación con la que lo buscaba por todas partes, hizo que Colomba temiera que ella no sobreviviría si seguía así.Todos decían que, de continuar así, Gabriela no resistiría mucho más tiempo. Colomba pensó que, tal vez, un nuevo ambiente y una nueva familia la ayudarían a superar ese dolor.Por eso aceptó el dinero de la familia García y la envió a Midred.Poco después, Colomba escuchó rumores sobre un compromiso matrimonial. Sabía que Gabriela amaba profundamente a Emiliano, y que en tan poco tiempo sería incapaz de aceptar a otra persona. Temiendo que alguien forzara a su niña a casarse por interés, se apresuró a ir a Midred.Allí fue donde vio a Álvaro Saavedra, que aca