Era la pregunta que tanto lo intrigaba y a la que no lograba encontrar respuesta.Gabriela se quedó callada un segundo, como si dudara.—Me cansé —respondió con frialdad.Mentira, pensó Leandro.—Comprendo —dijo él, sin intentar delatarla—. Pero déjame echarte un baldazo de agua fría: la obsesión de Álvaro hacia ti bordea la locura. Mientras no sea él quien te suelte, no tendrás forma de escapar… a menos que mueras.Gabriela se sobresaltó.—¿Morir?—Fingir tu muerte y huir —aclaró Leandro, alzando los hombros con displicencia.—¿Tienes un plan?—¿Quieres que te ayude? —Leandro la miró de forma inquisitiva.Gabriela reflexionó un instante.—Si Álvaro lo descubre, acabarás muy mal.—Fui yo quien, de alguna forma, arruinó tu plan de divorcio. Supongo que debo hacerme responsable —contestó Leandro, sin rodeos.Se hizo un silencio. Gabriela bajó la mirada, sumida en sus pensamientos. Leandro volvió a mostrar una ligera sonrisa.—Por supuesto, también veo que tú y Álvaro podrían vivir así pa
—No te enojes. Esta era la única vez; después de hoy, no volverán a molestarte —dijo Álvaro, interpretando la actitud de Gabriela como un enfado por la visita de Antonio y los demás.—Mucha gente afuera tiene ideas erróneas sobre ti, en gran parte por culpa de ese grupo. Era justo que vinieran para aclarar las cosas.Pero Gabriela, de pronto, apartó la mano que él tenía sobre su mejilla.Sin previo aviso, se tapó la boca y salió corriendo de vuelta a la casa.Álvaro se quedó perplejo un instante, luego la siguió con prisa.Gabriela se encerró en el baño antes de que él llegara a la puerta, y enseguida se oyó cómo vomitaba sin parar.Álvaro frunció el ceño y le pidió a una de las empleadas que trajera agua tibia.Quiso entrar al baño, pero Gabriela había puesto el seguro.—¿Gabriela? —llamó suavemente, golpeando la puerta.—¿Podrías dejar de rondarme? ¡Qué fastidio! —se oyó la voz impaciente de ella tras unos segundos.La mano de Álvaro, que seguía sujetando el picaporte, se quedó quiet
Pero escuchó el sollozo de una mujer que le resultaba familiar.Después, una luz iluminó la escena.Gabriela distinguió a una mujer atada a una silla, con el cabello revuelto y la cabeza gacha.En su ropa, notoriamente costosa, se veían manchas de sangre.El ceño de Gabriela se fue frunciendo con fuerza.Esa mujer…Era Ivana.Tal como temía, Ivana estaba prisionera.En la imagen apareció un hombre fornido, que se acercó y, de un tirón, la tomó por el cabello obligándola a alzar la cabeza.El rostro hinchado y amoratado de la mujer no dejaba duda: era Ivana, brutalmente golpeada, con marcas de violencia por todo el rostro.—¡Por favor, por favor, señor, téngame compasión! ¿Lo que quieren es dinero, cierto? ¡Yo tengo dinero! ¡Tengo muchísimo dinero! —exclamó Ivana con las palabras apenas comprensibles y la voz temblorosa.—Mi empleador está menos interesado en el dinero que en averiguar cómo murieron realmente Luis y Natalia.La voz del hombre que hablaba al otro lado sonaba ronca, carga
Fuera de cámara, se oyó de pronto un golpe, como si algo hubiera caído al suelo con fuerza.El hombre alto se giró para mirar.—¿Sofía Rojo? ¿Te refieres a la hija muda de la familia Rojo, de Unión Rojo? —El hombre sonaba incrédulo—. ¿Quieres decir que ese día, además de ti, Sofía también contrató gente para matar al matrimonio de Luis y Natalia?Ivana estaba temblando de pies a cabeza.—¡Sí! —afirmó enseguida—. Más tarde descubrí por casualidad que los dos viejos de la familia Rojo, de una manera muy sutil, habían estado manipulando a mi suegro para que nos culpara a nosotros. También fueron ellos quienes lo convencieron de minimizar el asunto…Se detuvo un momento para tomar aire y prosiguió:—En aquel instante, todo me pareció muy raro. Los Rojo siempre alardeaban de ser gente intachable y, además, Luis creció prácticamente bajo su tutela. Lo querían incluso más que a mi esposo Iker. Nadie lo sabe, pero en su momento, ellos planeaban casar a Sofía con Luis. Sin embargo, Sofía no tuv
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant
Teatro Principal de la Ciudad Midred.Un hombre alto, envuelto en la frialdad del invierno, permanecía inmóvil en la penumbra, su mirada indescifrable clavada en el escenario. Allí, una deslumbrante y única Cisne Negro capturaba cada alma presente.El Cisne Negro era ágil, seductora, una sombra viviente de misterio. Cada movimiento suyo irradiaba una magia que hechizaba a quienes la observaban, despertando en ellos un deseo casi primitivo de poseerla, de consumir hasta el último destello de su ser.Cuando la presentación llegó a su punto final, el hombre apartó la vista, su rostro sombrío como una noche sin luna. Con pasos largos y decididos, se encaminó hacia el backstage, dejando atrás el resplandor del escenario.***Al concluir la función, Gabriela sintió un dolor sordo en la cintura, como una advertencia silenciosa de su cuerpo. Pero se mantuvo firme, dominando el dolor con la misma disciplina que había forjado en años de entrenamiento. Con una despedida perfecta, realizó su rever
Álvaro soltó una risa sarcástica, asintiendo con un «de acuerdo» antes de dirigirse hacia la puerta.Era un hombre alto, de hombros anchos y cintura estrecha. Gabriela lo observó mientras se alejaba, pero en su mente, la figura que veía era la del joven alto y delgado que apenas recordaba. El dolor que había permanecido adormecido comenzó a aflorar, agudo y punzante.De repente, Álvaro se detuvo en la puerta y giró la cabeza hacia ella.—Gabriela —dijo con un tono frío—. Ya no estoy bajo el control de mi abuelo Octavio, así que no tendrás una segunda oportunidad. Tú pediste este divorcio, así que si te arrepientes después, no vayas a molestar a Noelia. Ya has causado suficiente daño.Álvaro siempre había sido consciente del amor intenso de Gabriela por él. En su vida, tan desprovista de todo, no había más que danza… y él. Estaba convencido de que las acciones de Gabriela en este momento no eran más que una reacción impulsiva provocada por la aparición de Noelia. Una vez que se calmara,
Colomba, que la había criado como su propia hija, captó de inmediato lo que pasaba.La familia García había venido a buscar a Gabriela seis meses después de la muerte de Emiliano Martínez. Aunque le dolía desprenderse de ella, ver cómo Gabriela no podía aceptar la muerte de Emiliano, cómo no comía ni dormía, y la desesperación con la que lo buscaba por todas partes, hizo que Colomba temiera que ella no sobreviviría si seguía así.Todos decían que, de continuar así, Gabriela no resistiría mucho más tiempo. Colomba pensó que, tal vez, un nuevo ambiente y una nueva familia la ayudarían a superar ese dolor.Por eso aceptó el dinero de la familia García y la envió a Midred.Poco después, Colomba escuchó rumores sobre un compromiso matrimonial. Sabía que Gabriela amaba profundamente a Emiliano, y que en tan poco tiempo sería incapaz de aceptar a otra persona. Temiendo que alguien forzara a su niña a casarse por interés, se apresuró a ir a Midred.Allí fue donde vio a Álvaro Saavedra, que aca