Mientras tanto, en otra parte de la casa.Luego de aceptar la petición de Gabriela, Álvaro había pedido a Kian que organizara el regreso de los abuelos de la familia Rojo para pasar el año nuevo con ellos.Al poco tiempo, Kian volvió para informarle:—Don Oliver y doña Carmen salieron de viaje hace dos días para despejar la mente.—¿A la playa? —preguntó Álvaro, frunciendo ligeramente el ceño—. Creí recordar que a mi abuela no le gustaba el mar…Doña Carmen le había tenido rechazo al mar desde la boda de Sofía.Aquella ceremonia fue muy romántica y se celebró en una costosa isla privada.Tal vez doña Carmen relacionaba ese recuerdo con el inicio de las desgracias de su hija y, por ende, sentía aversión al océano.—Pues sí, es raro. Les pregunté si se habían ido al sur del país o si habían salido al extranjero, y al parecer escogieron el sur —explicó Kian, observando la reacción de Álvaro.—¿Isla Mar de Cristal?—No fueron a Isla Mar de Cristal, sino a otros destinos turísticos populare
—No sueñes con volver a salir sola. Te juro que pondré a un montón de guardaespaldas siguiéndote a todos lados.Gabriela no dijo nada.Simplemente apartó la mano de Álvaro y se fue de la sala.Él la observó irse y no la siguió.En su lugar, se dejó caer en la silla donde ella había estado sentada, con la mente llena de preguntas sin respuesta.—Señor —dijo la empleada mientras le entregaba a Álvaro el menú del desayuno de ese día.Él hizo un ademán para que se retirara.Sobre la mesa aún quedaban sobras del desayuno de Gabriela.El señor Saavedra, tan acostumbrado a la buena vida, al parecer también había adoptado la costumbre de terminarse lo que su esposa dejaba, y no dejó ni una miga.Media hora después.Gabriela subió al auto para salir de la finca.Tal como había prometido, Álvaro no dejó que Kian la acompañara.Aunque, antes de partir, Kian estuvo a un paso de ponerle el cuchillo al cuello al chofer. Le advirtió que manejara con cuidado y que, si a Gabriela le faltaba un solo cab
—Primero, ofrécele incienso a mi abuelo. Luego llévame a ver a Iker —indicó Gabriela. Se inclinó para tomar una varita de incienso, la encendió y sopló suavemente para apagar la llama. Después, se la pasó a Soren, quien seguía tan aturdido que apenas podía concentrarse.Soren la tomó.Juntos se encaminaron hacia la tumba de Octavio.Gabriela contempló la foto en la lápida: aquel hombre imponente que, sin embargo, irradiaba un dejo de ternura.Ella cerró los ojos y, en su mente, le preguntó a Octavio:«¿Te agrada todo lo que está pasando ahora?»«Por proteger a esa tonta que pagó para asesinar a su propio hermano, permitiste que tu mejor amigo te tratara como si fueras su peón; ahora la empresa se tambalea y tu hijo tonto corre peligro.»«¿Te hace feliz?»Gabriela abrió los ojos sin colocar la varita de incienso en el lugar correspondiente. Se quedó mirando la foto de Octavio; luego rompió la cabecilla encendida y arrojó el resto al bote de basura.Soren, aún conmocionado, sostenía la v
Gabriela no mostraba ninguna expresión en particular.Echó un vistazo alrededor y, finalmente, fijó la mirada en una antigua lámpara de pie que estaba cerca.Sin decir palabra, la tomó y, sin pensarlo dos veces, la estrelló contra la cabeza de Iker, quien no dejaba de proferir insultos.—¡Ay! —gritó Iker, sorprendido y sin tiempo para esquivar.El golpe le dio de lleno en el ojo izquierdo, haciéndolo caer al suelo mientras se retorcía de dolor.Las empleadas soltaron exclamaciones y corrieron hacia él para asistirlo.Incluso Soren, impresionado, miró a Gabriela con asombro.Ella se sacudió las manos para quitarse el polvo, esquivó a Iker —que seguía rodando por el suelo— y se sentó en el sofá, cruzando las piernas.Con el codo apoyado en la rodilla y la barbilla descansando sobre la palma de la mano, lo observaba con una mirada fría, como si fuera un espectáculo.—¡Está sangrando! ¡Hay sangre! ¡Mi ojo! —aullaba Iker con un tono desgarrador, muy diferente de aquella actitud altanera que
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant
Teatro Principal de la Ciudad Midred.Un hombre alto, envuelto en la frialdad del invierno, permanecía inmóvil en la penumbra, su mirada indescifrable clavada en el escenario. Allí, una deslumbrante y única Cisne Negro capturaba cada alma presente.El Cisne Negro era ágil, seductora, una sombra viviente de misterio. Cada movimiento suyo irradiaba una magia que hechizaba a quienes la observaban, despertando en ellos un deseo casi primitivo de poseerla, de consumir hasta el último destello de su ser.Cuando la presentación llegó a su punto final, el hombre apartó la vista, su rostro sombrío como una noche sin luna. Con pasos largos y decididos, se encaminó hacia el backstage, dejando atrás el resplandor del escenario.***Al concluir la función, Gabriela sintió un dolor sordo en la cintura, como una advertencia silenciosa de su cuerpo. Pero se mantuvo firme, dominando el dolor con la misma disciplina que había forjado en años de entrenamiento. Con una despedida perfecta, realizó su rever
Álvaro soltó una risa sarcástica, asintiendo con un «de acuerdo» antes de dirigirse hacia la puerta.Era un hombre alto, de hombros anchos y cintura estrecha. Gabriela lo observó mientras se alejaba, pero en su mente, la figura que veía era la del joven alto y delgado que apenas recordaba. El dolor que había permanecido adormecido comenzó a aflorar, agudo y punzante.De repente, Álvaro se detuvo en la puerta y giró la cabeza hacia ella.—Gabriela —dijo con un tono frío—. Ya no estoy bajo el control de mi abuelo Octavio, así que no tendrás una segunda oportunidad. Tú pediste este divorcio, así que si te arrepientes después, no vayas a molestar a Noelia. Ya has causado suficiente daño.Álvaro siempre había sido consciente del amor intenso de Gabriela por él. En su vida, tan desprovista de todo, no había más que danza… y él. Estaba convencido de que las acciones de Gabriela en este momento no eran más que una reacción impulsiva provocada por la aparición de Noelia. Una vez que se calmara,
Colomba, que la había criado como su propia hija, captó de inmediato lo que pasaba.La familia García había venido a buscar a Gabriela seis meses después de la muerte de Emiliano Martínez. Aunque le dolía desprenderse de ella, ver cómo Gabriela no podía aceptar la muerte de Emiliano, cómo no comía ni dormía, y la desesperación con la que lo buscaba por todas partes, hizo que Colomba temiera que ella no sobreviviría si seguía así.Todos decían que, de continuar así, Gabriela no resistiría mucho más tiempo. Colomba pensó que, tal vez, un nuevo ambiente y una nueva familia la ayudarían a superar ese dolor.Por eso aceptó el dinero de la familia García y la envió a Midred.Poco después, Colomba escuchó rumores sobre un compromiso matrimonial. Sabía que Gabriela amaba profundamente a Emiliano, y que en tan poco tiempo sería incapaz de aceptar a otra persona. Temiendo que alguien forzara a su niña a casarse por interés, se apresuró a ir a Midred.Allí fue donde vio a Álvaro Saavedra, que aca