En esta clase de reuniones, el alboroto no podía faltar.Álvaro, fiel a su estilo, hablaba poco, así que Antonio y los demás hacían un esfuerzo constante para mantener la conversación y que el ambiente no decayese.Entre amigos de la infancia, lo más natural era remontarse a anécdotas de cuando eran niños.Sin embargo, la infancia de Álvaro había sido bastante monótona.Aunque los llamaran «amigos de toda la vida», en realidad él casi nunca salía a divertirse con ellos.La familia Saavedra, enfocada en su formación como heredero, se había encargado de educarlo estrictamente desde muy pequeño.Por eso, la mayoría de los temas de charla se reducía a recordar las veces en que Álvaro llegaba como «salvador» y rescataba a sus amigos de líos.Por ejemplo, aquel episodio en Europa occidental en el que Antonio ofendió a la hija de un jefe mafioso, tanto que le apuntaron con una pistola en la frente.En pleno pánico, le marcó a Álvaro, y antes de que pasara mucho tiempo, Antonio estaba sano y s
—No comas eso.Dicho esto, estiró la mano para quitárselas, pero Gabriela las ocultó tras la espalda, mirándolo con disgusto mientras guardaba silencio.Álvaro suspiró con resignación.—Seguramente fue un error de la servidumbre de Leandro al preparar los regalos. Estás embarazada… No podemos saber de dónde salieron esas galletas y podría hacerte daño.Gabriela lo ignoró y, sin decir nada más, se marchó con las galletas en la mano.—Álvaro, señorita Gabriela… ¿qué hacen escondidos por aquí?La voz de Leandro, con un tono burlón, llegó desde afuera.—Justo a tiempo. ¿Esto lo trajiste tú? —preguntó Álvaro, señalando las galletas de azúcar que sostenía Gabriela.Leandro asintió:—Sí. Son un antojito típico de la región natal de la señorita Gabriela. Tuve que viajar al sur por trabajo estos días; las vi en la tienda de souvenirs del aeropuerto y compré una bolsa. ¿Pasa algo?Álvaro quedó un poco desconcertado.Gabriela lo fulminó con la mirada y siguió su camino, sin decir palabra.—¿Por q
Era la pregunta que tanto lo intrigaba y a la que no lograba encontrar respuesta.Gabriela se quedó callada un segundo, como si dudara.—Me cansé —respondió con frialdad.Mentira, pensó Leandro.—Comprendo —dijo él, sin intentar delatarla—. Pero déjame echarte un baldazo de agua fría: la obsesión de Álvaro hacia ti bordea la locura. Mientras no sea él quien te suelte, no tendrás forma de escapar… a menos que mueras.Gabriela se sobresaltó.—¿Morir?—Fingir tu muerte y huir —aclaró Leandro, alzando los hombros con displicencia.—¿Tienes un plan?—¿Quieres que te ayude? —Leandro la miró de forma inquisitiva.Gabriela reflexionó un instante.—Si Álvaro lo descubre, acabarás muy mal.—Fui yo quien, de alguna forma, arruinó tu plan de divorcio. Supongo que debo hacerme responsable —contestó Leandro, sin rodeos.Se hizo un silencio. Gabriela bajó la mirada, sumida en sus pensamientos. Leandro volvió a mostrar una ligera sonrisa.—Por supuesto, también veo que tú y Álvaro podrían vivir así pa
—No te enojes. Esta era la única vez; después de hoy, no volverán a molestarte —dijo Álvaro, interpretando la actitud de Gabriela como un enfado por la visita de Antonio y los demás.—Mucha gente afuera tiene ideas erróneas sobre ti, en gran parte por culpa de ese grupo. Era justo que vinieran para aclarar las cosas.Pero Gabriela, de pronto, apartó la mano que él tenía sobre su mejilla.Sin previo aviso, se tapó la boca y salió corriendo de vuelta a la casa.Álvaro se quedó perplejo un instante, luego la siguió con prisa.Gabriela se encerró en el baño antes de que él llegara a la puerta, y enseguida se oyó cómo vomitaba sin parar.Álvaro frunció el ceño y le pidió a una de las empleadas que trajera agua tibia.Quiso entrar al baño, pero Gabriela había puesto el seguro.—¿Gabriela? —llamó suavemente, golpeando la puerta.—¿Podrías dejar de rondarme? ¡Qué fastidio! —se oyó la voz impaciente de ella tras unos segundos.La mano de Álvaro, que seguía sujetando el picaporte, se quedó quiet
Pero escuchó el sollozo de una mujer que le resultaba familiar.Después, una luz iluminó la escena.Gabriela distinguió a una mujer atada a una silla, con el cabello revuelto y la cabeza gacha.En su ropa, notoriamente costosa, se veían manchas de sangre.El ceño de Gabriela se fue frunciendo con fuerza.Esa mujer…Era Ivana.Tal como temía, Ivana estaba prisionera.En la imagen apareció un hombre fornido, que se acercó y, de un tirón, la tomó por el cabello obligándola a alzar la cabeza.El rostro hinchado y amoratado de la mujer no dejaba duda: era Ivana, brutalmente golpeada, con marcas de violencia por todo el rostro.—¡Por favor, por favor, señor, téngame compasión! ¿Lo que quieren es dinero, cierto? ¡Yo tengo dinero! ¡Tengo muchísimo dinero! —exclamó Ivana con las palabras apenas comprensibles y la voz temblorosa.—Mi empleador está menos interesado en el dinero que en averiguar cómo murieron realmente Luis y Natalia.La voz del hombre que hablaba al otro lado sonaba ronca, carga
Fuera de cámara, se oyó de pronto un golpe, como si algo hubiera caído al suelo con fuerza.El hombre alto se giró para mirar.—¿Sofía Rojo? ¿Te refieres a la hija muda de la familia Rojo, de Unión Rojo? —El hombre sonaba incrédulo—. ¿Quieres decir que ese día, además de ti, Sofía también contrató gente para matar al matrimonio de Luis y Natalia?Ivana estaba temblando de pies a cabeza.—¡Sí! —afirmó enseguida—. Más tarde descubrí por casualidad que los dos viejos de la familia Rojo, de una manera muy sutil, habían estado manipulando a mi suegro para que nos culpara a nosotros. También fueron ellos quienes lo convencieron de minimizar el asunto…Se detuvo un momento para tomar aire y prosiguió:—En aquel instante, todo me pareció muy raro. Los Rojo siempre alardeaban de ser gente intachable y, además, Luis creció prácticamente bajo su tutela. Lo querían incluso más que a mi esposo Iker. Nadie lo sabe, pero en su momento, ellos planeaban casar a Sofía con Luis. Sin embargo, Sofía no tuv
Fue entonces que llamaron a la puerta, interrumpiendo los pensamientos oscuros y llenos de odio que la envolvían.Salió rápidamente del correo electrónico en su teléfono.Caminó hacia la puerta y la abrió.Frente a ella estaba Cintia, sonriendo alegre.—Gabriela, ¿me acompañas a ver un programa de televisión? ¡Mira, traje botana y fruta! —dijo con entusiasmo.Pero Gabriela seguía congelada, como sumergida en un pozo helado.—¿Dónde está tu hermano? —preguntó con la voz seca.Cintia se asustó un poco al oírla hablar así.—¿Qué te pasa en la garganta?—Náuseas del embarazo —contestó Gabriela, carraspeando para aclarar la voz—. ¿Fue tu hermano quien te pidió que vinieras? ¿Dónde está?Cintia señaló con el dedo un rincón un poco más allá.Sin decir nada, Gabriela echó a andar hacia ese lugar.Necesitaba respuestas.¡Unas respuestas claras!Álvaro estaba contemplando fijamente una maceta con flores. Se sobresaltó cuando Gabriela apareció de repente.—¿Qué sucede? —preguntó sorprendido.—Qui
Mientras tanto, en otra parte de la casa.Luego de aceptar la petición de Gabriela, Álvaro había pedido a Kian que organizara el regreso de los abuelos de la familia Rojo para pasar el año nuevo con ellos.Al poco tiempo, Kian volvió para informarle:—Don Oliver y doña Carmen salieron de viaje hace dos días para despejar la mente.—¿A la playa? —preguntó Álvaro, frunciendo ligeramente el ceño—. Creí recordar que a mi abuela no le gustaba el mar…Doña Carmen le había tenido rechazo al mar desde la boda de Sofía.Aquella ceremonia fue muy romántica y se celebró en una costosa isla privada.Tal vez doña Carmen relacionaba ese recuerdo con el inicio de las desgracias de su hija y, por ende, sentía aversión al océano.—Pues sí, es raro. Les pregunté si se habían ido al sur del país o si habían salido al extranjero, y al parecer escogieron el sur —explicó Kian, observando la reacción de Álvaro.—¿Isla Mar de Cristal?—No fueron a Isla Mar de Cristal, sino a otros destinos turísticos populare