En ese instante, Álvaro sintió que por fin lo comprendía todo y, al mismo tiempo, estaba decidido a dejar atrás sus dudas.Si de verdad quería recuperar a Gabriela, debía estar dispuesto a ceder y a sacrificar algunas cosas.Y cualquier cosa que tuviera que hacer en pos de ella no se comparaba con todo lo que Gabriela había soportado por su causa durante estos últimos tres años.Por eso, eligió volverse inmune a todo lo que estuviera relacionado con Cristóbal.Si ella, embarazada, no tenía mucho apetito, pero quería comer justo esos fideos, entonces él se encargaría de que siempre hubiera suficientes por si los antojaba.Concha y Álvaro se chocaron los puños.Tal vez porque ningún otro niño se acercó a jugar con Álvaro, él se veía un poco desanimado. Concha se quedó un ratito a su lado, aunque sus ojos no dejaban de seguir a Gabriela.Álvaro, al darse cuenta, le dio un suave empujoncito en la espalda.—No hace falta que me acompañes, niña. Ve con la maestra García a divertirte.Concha
Junto a un cartel que anunciaba: «Dulces artesanales, 5 dólares la bolsa»—Todas estas personas eran vecinos de la señorita García cuando ella vivía aquí. Y por allá… —Francisco bajó la voz y le señaló con discreción—. ¿Ves esa casita con un pequeño molino en el tejado? Esa fue la casa adoptiva de la señorita García, también el lugar donde vivió con… esa persona.Leandro dirigió apenas una mirada fugaz hacia la vivienda, luego siguió caminando para que Francisco continuara guiándolo.El pueblo no era grande; pasaron frente a un orfanato abandonado y clausurado, luego subieron una pequeña colina.Fue entonces cuando Leandro vio la lápida.Sintió su corazón golpearle el pecho con fuerza, y el paso se le aceleró de inmediato; casi terminó corriendo para llegar hasta ella. Se notaba que la tumba era reciente.Leandro, sin aliento y con el rostro pálido, fijó la mirada en la foto de la lápida.—¿Cómo es posible…? —murmuró en voz baja.Aunque el sol le envolvía con su cálida luz, Leandro sin
—Cuando termine el año, nos mudaremos de la finca a la ciudad. Así podrás venir con más frecuencia a verlas si lo deseas —dijo Álvaro, tomando la mano de Gabriela con infinita dulzura.Gabriela lo miró con atención.Parecía que él hablaba muy en serio, como si de verdad estuviera haciendo planes a futuro.Ella no respondió. Retiró lentamente su mano de la de Álvaro.—Antes siempre estabas muy ocupado en estas fechas, ibas de fiesta en fiesta. ¿Acaso este año no irás a ninguna?Incluso aquel Año Nuevo en que Gabriela resultó gravemente herida, Álvaro siguió asistiendo a algunas reuniones, aunque menos de lo habitual y sin quedarse mucho tiempo.—No le encuentro sentido —contestó él—. De ahora en adelante, todo el tiempo que pueda, lo pasaré en casa.La mirada de Gabriela se tornó compleja. Después de unos segundos, apartó la vista y se perdió en el ocaso, en esa puesta de sol que teñía el cielo de un naranja intenso.En el fondo de su corazón, ella solo quería regresar a Isla Mar de Cri
En realidad, había salido a contestar una llamada relacionada con esta sorpresa.—¿Regalo? —Gabriela frunció el ceño, notoriamente intrigada.Hasta ese momento, Álvaro jamás le había dado obsequios.En fechas especiales, él solo le enviaba cheques y nada más.—Ábrelo y verás —insistió Álvaro, dedicándole una sonrisa.Gabriela lo pensó un instante, pero terminó tomando el estuche.Al levantar la tapa, encontró una hermosa gargantilla con un ópalo de fuego sobre un fondo de terciopelo negro.Se quedó paralizada.Esa piedra le resultaba inconfundible. Era la misma joya que Emiliano le había regalado en su fiesta de mayoría de edad…¡Aquella que Noelia se había robado tiempo atrás!—¿Noelia te la devolvió? —preguntó Gabriela, sin despegar los ojos del collar. En su rostro se encendió una alegría que Álvaro llevaba tiempo sin ver.Entusiasmada, Gabriela tomó la gargantilla con cuidado, pero en seguida notó algo extraño.El ópalo de fuego podía no ser la joya más exclusiva del mundo, pero ha
Desde que Álvaro supo de la existencia de aquel collar, se propuso recuperarlo para Gabriela.Pero Noelia insistió en que lo había tirado.Así que, tras pensarlo mucho, él decidió mandarse a hacer una réplica idéntica.Creyó que se trataba de un regalo de la madre adoptiva de Gabriela y jamás imaginó que las cosas fueran a terminar de esta manera.Se quedó inmóvil durante un buen rato, cual estatua. Finalmente, se inclinó para recoger el pequeño cofre, pero en el último segundo retiró la mano. Lo dejó allí y se dio la vuelta para dirigirse a su estudio.«Si ella no lo quiere», pensó, «el obsequio pierde todo su sentido.»***Al día siguiente, Gabriela se levantó tarde.Estaba agotada por lo que sucedió la noche anterior, y el descanso no había sido reparador.Después de asearse, bajó con el ánimo decaído y fue directo al comedor.—Señorita, ¿le preparo fideos con mariscos o algo más saludable? —preguntó Alicia, acercándose con una sonrisa amable.—Fideos con mariscos —respondió Gabriel
Álvaro giró en su mano la copa de vino tinto que sostenía. El líquido escarlata se agitaba contra las paredes del cristal, evocando la imagen de sangre fresca.—Todos están aquí con el corazón en un puño, muertos de miedo, mientras tú te comportas como si nada pasara. ¿No crees que eso te pone un poco fuera de lugar? —preguntó él, con aparente indiferencia.Leandro miró de reojo a los amigos de Álvaro, que se encontraban dispersos por el rancho.Casi todos sus viejos conocidos habían sido convocados esa misma mañana.Antes, una invitación así de Álvaro habría sido motivo de celebración; hoy, en cambio, solo aumentaba su inquietud.—Yo no tengo nada de qué asustarme. Si de algo estoy seguro, es de lo mucho que admiro a la señorita Gabriela. Desde lo más profundo de mi corazón apoyo su causa —respondió Leandro con una sonrisa confiada.Álvaro lo observó un momento, sin molestarse en refutarlo.—¿Y tu primo Hans? ¿Por qué no lo trajiste? —preguntó Álvaro de pronto.Recordaba perfectamente
Leandro lo miró sin poder descifrarlo.No sabía si lo decía en broma o si de verdad estaba tan fuera de sus cabales.—¿Qué te pasó en la mano? —preguntó Leandro con rapidez, cambiando de tema para evitar meterse en problemas con un comentario fuera de lugar.Álvaro miró de reojo el vendaje que envolvía su mano. Tenía una actitud despreocupada, pero, de alguna forma, se le notaba un leve orgullo al responder:—Me la lastimé mientras cocinaba para Gabriela. Insistió en llevarme al hospital para que me atendieran, pero se me hizo una pérdida de tiempo.Leandro se quedó callado un instante.«Por tu tono de voz, diría que estás de lo más contento, no que te parezca molesto», pensó para sus adentros.—Al menos la señorita Gabriela se preocupa por ti. Se ve que, si la sabes contentar, todo podría arreglarse —comentó con cuidado.Mientras hablaba, Álvaro seguía contemplando su mano herida como si se tratara de una pequeña obra de arte creada por Gabriela.—Ella solo estaba enojada conmigo. Rec
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant