Desde que Álvaro supo de la existencia de aquel collar, se propuso recuperarlo para Gabriela.Pero Noelia insistió en que lo había tirado.Así que, tras pensarlo mucho, él decidió mandarse a hacer una réplica idéntica.Creyó que se trataba de un regalo de la madre adoptiva de Gabriela y jamás imaginó que las cosas fueran a terminar de esta manera.Se quedó inmóvil durante un buen rato, cual estatua. Finalmente, se inclinó para recoger el pequeño cofre, pero en el último segundo retiró la mano. Lo dejó allí y se dio la vuelta para dirigirse a su estudio.«Si ella no lo quiere», pensó, «el obsequio pierde todo su sentido.»***Al día siguiente, Gabriela se levantó tarde.Estaba agotada por lo que sucedió la noche anterior, y el descanso no había sido reparador.Después de asearse, bajó con el ánimo decaído y fue directo al comedor.—Señorita, ¿le preparo fideos con mariscos o algo más saludable? —preguntó Alicia, acercándose con una sonrisa amable.—Fideos con mariscos —respondió Gabriel
Álvaro giró en su mano la copa de vino tinto que sostenía. El líquido escarlata se agitaba contra las paredes del cristal, evocando la imagen de sangre fresca.—Todos están aquí con el corazón en un puño, muertos de miedo, mientras tú te comportas como si nada pasara. ¿No crees que eso te pone un poco fuera de lugar? —preguntó él, con aparente indiferencia.Leandro miró de reojo a los amigos de Álvaro, que se encontraban dispersos por el rancho.Casi todos sus viejos conocidos habían sido convocados esa misma mañana.Antes, una invitación así de Álvaro habría sido motivo de celebración; hoy, en cambio, solo aumentaba su inquietud.—Yo no tengo nada de qué asustarme. Si de algo estoy seguro, es de lo mucho que admiro a la señorita Gabriela. Desde lo más profundo de mi corazón apoyo su causa —respondió Leandro con una sonrisa confiada.Álvaro lo observó un momento, sin molestarse en refutarlo.—¿Y tu primo Hans? ¿Por qué no lo trajiste? —preguntó Álvaro de pronto.Recordaba perfectamente
Leandro lo miró sin poder descifrarlo.No sabía si lo decía en broma o si de verdad estaba tan fuera de sus cabales.—¿Qué te pasó en la mano? —preguntó Leandro con rapidez, cambiando de tema para evitar meterse en problemas con un comentario fuera de lugar.Álvaro miró de reojo el vendaje que envolvía su mano. Tenía una actitud despreocupada, pero, de alguna forma, se le notaba un leve orgullo al responder:—Me la lastimé mientras cocinaba para Gabriela. Insistió en llevarme al hospital para que me atendieran, pero se me hizo una pérdida de tiempo.Leandro se quedó callado un instante.«Por tu tono de voz, diría que estás de lo más contento, no que te parezca molesto», pensó para sus adentros.—Al menos la señorita Gabriela se preocupa por ti. Se ve que, si la sabes contentar, todo podría arreglarse —comentó con cuidado.Mientras hablaba, Álvaro seguía contemplando su mano herida como si se tratara de una pequeña obra de arte creada por Gabriela.—Ella solo estaba enojada conmigo. Rec
—Desde que murió su padre, cambió por completo. Dicen que somos sus amigos, pero a veces somos más bien como mascotas: si está de buen humor, nos da un poco de cariño; si no, ¡nadie sabe cómo va a reaccionar!—Era mejor el Álvaro de antes, más cálido y humano, no este sujeto frío y perturbador.—Bah, ya qué… Estamos en sus manos. Esta noche nos toca inclinar la cabeza ante Gabriela y aguantarnos. ¡Después de eso, lo mejor será huir de estos dos cuando los veamos!Al final, hicieron algunas llamadas a casa y cada uno juntó un obsequio de mucho valor, esperando que con esos regalos pudieran mejorar un poco la situación.***Cuando Álvaro regresó a casa, empezó a caer una ligera nevada.En el vestíbulo, los floristas acababan de terminar de arreglar las flores que él había hecho traer en avión desde el extranjero.Gabriela siempre había adorado esos ramilletes de colores vivos.Antes, cada vez que se topaba con flores bonitas fuera de casa, se entusiasmaba tomándoles fotos para enviársela
—Presumida —farfulló Álvaro en voz baja, sintiendo una punzada de celos.Aunque, pensándolo bien, esas flores que Gabriela le había dado a Cintia eran sólo una de tantas que había ahí, tomadas al azar de una montaña de ramos.En cambio, las que alguna vez él recibió de Gabriela habían sido cuidadosamente preparadas por ella.¿Había comparación posible? Desde luego que no.Después de todo, si se hablaba de dedicación y amor, él sabía que, en el corazón de Gabriela, había un sitio único y exclusivo reservado para él.Cintia se movía de un lado a otro, radiante de felicidad.—Oye, acabo de oírle a Alicia que tus amigos, esos con quienes siempre sales de juerga, vendrán a cenar esta noche —comentó, recordando el verdadero motivo por el cual había salido de su habitación, dejando por un rato los estudios.—Sí —respondió Álvaro con un tono neutro.Cintia murmuró algo en voz baja, sin que se distinguieran bien sus palabras. Gabriela, con una sonrisa, la rodeó del brazo y se la llevó hacia ade
Encontrar la forma de hacerla feliz se había convertido en el mayor enigma de su vida.Leandro fue el primero en llegar a la finca.No llevaba traje ni corbata, más bien vestía como si fuese de visita a casa de un pariente cercano.Traía regalos muy sencillos y prácticos: pasteles de una famosa marca no disponible al público, toda clase de botanas, una gran variedad de frutas y algunos alimentos más.Cuando Gabriela bajó, llevaba encima sólo un abrigo adicional, sin lucir el costoso vestido que Álvaro le había enviado.Él la observó con un ligero atisbo de frustración, pero sin llegar a enfadarse.Para sus ojos, ella lucía hermosa e imponente tal y como estaba.—¡Señorita Gabriela! Se ve muy bien de salud —la saludó Leandro con una amable sonrisa.Gabriela asintió con cortesía.Luego avanzó como de costumbre hacia la televisión para ver el noticiero de la noche, pero tras dar apenas un par de pasos, se detuvo.Volteó a mirar entre las cosas que Leandro había traído y fijó la vista en u
La mente de Cintia viajó en un instante a recuerdos incómodos.—Lo entiendo —musitó, tragándose de mala gana sus ganas de soltar algún comentario venenoso.Gabriela esbozó una ligera sonrisa y le dio un pequeño apretón en la mano:—Llegará el día en que no tengas que preocuparte por los que actúan con bajeza a tus espaldas.—¡Y no falta mucho para eso! —declaró Cintia, como si hubiera recibido un torrente de energía repentina.Gabriela sonrió aún más al verla tan decidida.Después de eso, Cintia fue a saludar de manera directa al grupo de «amigos» de Álvaro.Desde el primer instante notó algo raro… ¿cómo describirlo? ¿Estaban tensos?La verdad era bastante curioso usar la palabra «tensos» para referirse a un grupo de jóvenes privilegiados que siempre se habían sentido dueños del mundo. Pero ahí estaban, cada uno más tieso que el anterior.Cintia observó la escena y, de inmediato, se le esfumó el último rastro de mal humor.Sabía perfectamente por qué estaban temerosos y también estaba
En esta clase de reuniones, el alboroto no podía faltar.Álvaro, fiel a su estilo, hablaba poco, así que Antonio y los demás hacían un esfuerzo constante para mantener la conversación y que el ambiente no decayese.Entre amigos de la infancia, lo más natural era remontarse a anécdotas de cuando eran niños.Sin embargo, la infancia de Álvaro había sido bastante monótona.Aunque los llamaran «amigos de toda la vida», en realidad él casi nunca salía a divertirse con ellos.La familia Saavedra, enfocada en su formación como heredero, se había encargado de educarlo estrictamente desde muy pequeño.Por eso, la mayoría de los temas de charla se reducía a recordar las veces en que Álvaro llegaba como «salvador» y rescataba a sus amigos de líos.Por ejemplo, aquel episodio en Europa occidental en el que Antonio ofendió a la hija de un jefe mafioso, tanto que le apuntaron con una pistola en la frente.En pleno pánico, le marcó a Álvaro, y antes de que pasara mucho tiempo, Antonio estaba sano y s