Llena de entusiasmo, Cintia propuso posponer la compra de provisiones para las fiestas y pidió a Álvaro que condujera hacia el centro comercial donde se concentraban las boutiques de lujo.—Genial, no se te olvide que tú mismo lo dijiste, «todo lo que me guste, lo compro» —declaró Cintia, frotándose las manos incluso antes de bajarse del coche.Álvaro, de buen humor, replicó:—¿Acaso crees que vas a dejarme en bancarrota?Cintia se quedó un segundo con la boca abierta. Con la fortuna de su hermano, vaciar todo el centro comercial sería tan solo un pellizco insignificante en su bolsillo.Los tres acababan de bajarse del auto cuando una voz llamó:—¡Gabriela!Al voltear a ver de dónde provenía, se encontraron con Hans, quien por fin había dejado sus pantalones rotos para vestirse con un estilo mucho más formalito y pulcro. Corría hacia ella, y detrás de él se veían varias mujeres con pinta de señoras distinguidas.—¡Hans! —exclamó Cintia al reconocerlo, casi gritando.—¡Gabriela, ¿tú con
Las palabras a la defensiva de Gabriela hirieron un poco a Álvaro.—Solo lo preguntaba… —repuso en voz baja.Gabriela se dio cuenta de que se había excedido un poco en su reacción.Pero recordaba demasiado bien lo que le había pasado a Cristóbal, así que para ella era normal estar así de precavida.—Más te vale que sea solo una pregunta —dijo, desviando la mirada.Hans, con sus ojos llenos de admiración hacia Gabriela, no era un secreto para nadie; se notaba demasiado.Sin embargo, a Álvaro no le preocupaba cuántas personas se sintieran atraídas por Gabriela.Al fin y al cabo, ella era maravillosa.Lo único que le importaba era la actitud que ella tuviera hacia esos admiradores.Cintia, ajena a esta pequeña tensión entre Gabriela y Álvaro, volvió con su primer botín de compras y arrastró a Gabriela hacia lo que parecía ser su principal objetivo del día.Ella ya había avisado por teléfono para «cerrar la tienda en exclusiva», quería comprar sin ser molestada.Lo que Cintia no se imagina
La mente de Teresa quedó en blanco tras el impacto, y sus compañeras, que la estaban acompañando, se estremecieron y se quedaron con la sonrisa congelada.Antes de que Teresa pudiera reaccionar del todo, Gabriela la sujetó por el cabello y la jaló con fuerza hacia sí:—Señorita Ponce, ¿esa es la educación de tu familia? ¿Te atreves a inventar rumores tan sucios sobre la hermana de Álvaro en pleno centro comercial? ¿Qué pasa? ¿Ya se cansaron ustedes de vivir tranquilas?—¡Gabriela García! —chilló Teresa al volver en sí—. ¿Están sordas? ¡Sepárenla de mí de una vez!—A ver quién se atreve a tocar a mi cuñada. ¡Mi hermano también vino con nosotras y llegará de un momento a otro! —advirtió Cintia enérgicamente, ya recuperada del susto.Gabriela no pronunció palabra.Su mirada, helada y cortante, recorrió a las presentes.Aquellas señoritas, en realidad, tenían incluso menos influencia que la familia de Teresa.Había un dicho que rezaba algo así como: «Cuando los dioses pelean, los simples m
Sin darse cuenta de lo que pasaba, Teresa cerró los ojos, respiró hondo y repitió el «lo siento» con voz aún más alta.Gabriela entonces la empujó a un lado.Las «amigas» que habían venido con Teresa ni siquiera se atrevieron a acercarse para ayudarla.Ni las vendedoras ni la encargada de la tienda se movieron; contemplaron, sin intervenir, cómo Teresa caía sentada de golpe en el piso.—He grabado tu disculpa. Si más adelante se divulga cualquier rumor que se parezca al que inventaste hoy, Álvaro asumirá que fuiste tú quien lo propagó. Y entonces, aunque toda tu familia se arrodille ante Cintia y se rompa la cabeza contra el suelo, él no les va a tener piedad. —Gabriela levantó el teléfono a la altura de sus ojos, mostrando la grabación.Cintia contempló a Gabriela con asombro, sintiendo un nudo de emociones mezcladas en su interior.Por ser hija ilegítima, había sufrido acoso desde pequeña; la mayoría de los chismes la acusaban de robar.Siempre intentaba explicarse, pero nadie le cre
Al salir del centro comercial, Cintia lucía distraída, y Gabriela lo notó, permitiéndole que la sujetara de la mano sin darse cuenta.—Me duele un poco la cabeza… mejor aquí la dejamos. Todavía faltan varios días para el Año Nuevo, mañana podemos volver a comprar lo que nos falta, ¿sí? —dijo Cintia, abatida, después de quedarse un rato en silencio dentro del auto.Por supuesto, Álvaro estaba pendiente de lo que decidiera Gabriela.Desde que había subido al coche, ella no le había dedicado ni una sola mirada.—Está bien —concedió Gabriela, con voz serena.De inmediato, Álvaro dio media vuelta con el auto y partió rumbo a las afueras de la ciudad, sin rechistar.—Cintia, ¿Teresa suele fastidiarte con frecuencia? —preguntó Álvaro al cabo de un rato, mientras conducía.Cuando falleció el padre de Cintia, ella acababa de cumplir la mayoría de edad.En el funeral, Álvaro la vio llorando desconsolada y también fue testigo de cómo los hijos del tío Mattheo Saavedra la molestaban.En ese moment
—Ahora sigue con el cangrejo — indicó al cabo de unos segundos.El cangrejo, con sus pinzas al aire, parecía dispuesto a contraatacar, pero Álvaro lo inmovilizó de un solo movimiento y terminó lavándolo sin la menor complicación.Gabriela no supo qué decir ante tal eficacia. Una vez que tuvieron todos los ingredientes listos, Álvaro continuó siguiendo las indicaciones para sofreír, sazonar y poner el cronómetro.Terminó y le sonrió a Gabriela:—Esto es más entretenido de lo que pensaba.Gabriela se cruzó de brazos y lo miró fijamente. «¿Será que cuando Dios repartió dones, a los más apuestos también les tocó ser genios?» se preguntó.Luego, sin más, le hizo un ademán con el pulgar, sin cambiar la expresión impasible en su rostro, y se dio la vuelta para salir de la cocina.Álvaro, por su parte, no dio importancia a la cara de pocos amigos de Gabriela; ese simple pulgar arriba lo hacía tan feliz como si acabase de cerrar un gran negocio.—Amor, si se te antoja algo especial, dímelo. Est
Tras oír aquellas palabras, una oleada de emoción y tristeza se alborotó dentro de Cintia.Sin pensarlo dos veces, se arrojó sobre Gabriela, la estrechó entre sus brazos y comenzó a sollozar en silencio.Gabriela conocía bastante bien a Cintia.Si lo que Teresa había soltado en el centro comercial eran mentiras, Cintia habría reaccionado de inmediato, volviendo para arrancarle la lengua.Pero apenas Teresa habló, Cintia se quedó paralizada.Fue justamente esa reacción anormal la que hizo que Gabriela regresara y le soltara aquella bofetada a Teresa.Al parecer, ese tema estaría relacionado con la vez en que Noelia también amenazó a Cintia.Gabriela no la consoló con palabras; simplemente se limitó a acariciarle la espalda con suavidad.Cintia lloró largo rato, desahogando toda su congoja. Con los ojos enrojecidos y la nariz encendida, terminó por soltarse de Gabriela entre hipidos, sin levantar la mirada.—No sé si fue Noelia quien me tendió la trampa — dijo con voz queda—. Pero aquell
Cintia sollozó un poco más y preguntó, con un hilo de voz:—¿De verdad se puede hacer eso?—Por supuesto —afirmó Gabriela sin titubear.—¿Y si los demás no me creen? —insistió Cintia, aún angustiada.—¿Qué importa? —replicó Gabriela, con la mirada brillante—. Si no logras que todos te crean, entonces o aprendes a ignorar y no dar importancia… o te elevas tanto que no necesites depender de tu hermano para hacerte respetar, y sea la gente la que no se atreva a volverte a herir con sus palabras. Entonces, serás invencible.Cintia bajó la vista.Un torbellino de recuerdos se agolpaba en su mente: esos ojos que la miraban con desprecio, esas palabras que la herían como espinas.—«Ignorar y no dar importancia»… suena a meterse en una concha como un cobarde. —Cintia pareció tomar una determinación y, al alzar la mirada hacia Gabriela, añadió—: ¡Quiero llegar muy, pero muy alto, para que nadie se atreva nunca más a mirarme ni a hablarme con esa condescendencia hiriente!Gabriela asintió con sa