Sin darse cuenta de lo que pasaba, Teresa cerró los ojos, respiró hondo y repitió el «lo siento» con voz aún más alta.Gabriela entonces la empujó a un lado.Las «amigas» que habían venido con Teresa ni siquiera se atrevieron a acercarse para ayudarla.Ni las vendedoras ni la encargada de la tienda se movieron; contemplaron, sin intervenir, cómo Teresa caía sentada de golpe en el piso.—He grabado tu disculpa. Si más adelante se divulga cualquier rumor que se parezca al que inventaste hoy, Álvaro asumirá que fuiste tú quien lo propagó. Y entonces, aunque toda tu familia se arrodille ante Cintia y se rompa la cabeza contra el suelo, él no les va a tener piedad. —Gabriela levantó el teléfono a la altura de sus ojos, mostrando la grabación.Cintia contempló a Gabriela con asombro, sintiendo un nudo de emociones mezcladas en su interior.Por ser hija ilegítima, había sufrido acoso desde pequeña; la mayoría de los chismes la acusaban de robar.Siempre intentaba explicarse, pero nadie le cre
Al salir del centro comercial, Cintia lucía distraída, y Gabriela lo notó, permitiéndole que la sujetara de la mano sin darse cuenta.—Me duele un poco la cabeza… mejor aquí la dejamos. Todavía faltan varios días para el Año Nuevo, mañana podemos volver a comprar lo que nos falta, ¿sí? —dijo Cintia, abatida, después de quedarse un rato en silencio dentro del auto.Por supuesto, Álvaro estaba pendiente de lo que decidiera Gabriela.Desde que había subido al coche, ella no le había dedicado ni una sola mirada.—Está bien —concedió Gabriela, con voz serena.De inmediato, Álvaro dio media vuelta con el auto y partió rumbo a las afueras de la ciudad, sin rechistar.—Cintia, ¿Teresa suele fastidiarte con frecuencia? —preguntó Álvaro al cabo de un rato, mientras conducía.Cuando falleció el padre de Cintia, ella acababa de cumplir la mayoría de edad.En el funeral, Álvaro la vio llorando desconsolada y también fue testigo de cómo los hijos del tío Mattheo Saavedra la molestaban.En ese moment
—Ahora sigue con el cangrejo — indicó al cabo de unos segundos.El cangrejo, con sus pinzas al aire, parecía dispuesto a contraatacar, pero Álvaro lo inmovilizó de un solo movimiento y terminó lavándolo sin la menor complicación.Gabriela no supo qué decir ante tal eficacia. Una vez que tuvieron todos los ingredientes listos, Álvaro continuó siguiendo las indicaciones para sofreír, sazonar y poner el cronómetro.Terminó y le sonrió a Gabriela:—Esto es más entretenido de lo que pensaba.Gabriela se cruzó de brazos y lo miró fijamente. «¿Será que cuando Dios repartió dones, a los más apuestos también les tocó ser genios?» se preguntó.Luego, sin más, le hizo un ademán con el pulgar, sin cambiar la expresión impasible en su rostro, y se dio la vuelta para salir de la cocina.Álvaro, por su parte, no dio importancia a la cara de pocos amigos de Gabriela; ese simple pulgar arriba lo hacía tan feliz como si acabase de cerrar un gran negocio.—Amor, si se te antoja algo especial, dímelo. Est
Tras oír aquellas palabras, una oleada de emoción y tristeza se alborotó dentro de Cintia.Sin pensarlo dos veces, se arrojó sobre Gabriela, la estrechó entre sus brazos y comenzó a sollozar en silencio.Gabriela conocía bastante bien a Cintia.Si lo que Teresa había soltado en el centro comercial eran mentiras, Cintia habría reaccionado de inmediato, volviendo para arrancarle la lengua.Pero apenas Teresa habló, Cintia se quedó paralizada.Fue justamente esa reacción anormal la que hizo que Gabriela regresara y le soltara aquella bofetada a Teresa.Al parecer, ese tema estaría relacionado con la vez en que Noelia también amenazó a Cintia.Gabriela no la consoló con palabras; simplemente se limitó a acariciarle la espalda con suavidad.Cintia lloró largo rato, desahogando toda su congoja. Con los ojos enrojecidos y la nariz encendida, terminó por soltarse de Gabriela entre hipidos, sin levantar la mirada.—No sé si fue Noelia quien me tendió la trampa — dijo con voz queda—. Pero aquell
Cintia sollozó un poco más y preguntó, con un hilo de voz:—¿De verdad se puede hacer eso?—Por supuesto —afirmó Gabriela sin titubear.—¿Y si los demás no me creen? —insistió Cintia, aún angustiada.—¿Qué importa? —replicó Gabriela, con la mirada brillante—. Si no logras que todos te crean, entonces o aprendes a ignorar y no dar importancia… o te elevas tanto que no necesites depender de tu hermano para hacerte respetar, y sea la gente la que no se atreva a volverte a herir con sus palabras. Entonces, serás invencible.Cintia bajó la vista.Un torbellino de recuerdos se agolpaba en su mente: esos ojos que la miraban con desprecio, esas palabras que la herían como espinas.—«Ignorar y no dar importancia»… suena a meterse en una concha como un cobarde. —Cintia pareció tomar una determinación y, al alzar la mirada hacia Gabriela, añadió—: ¡Quiero llegar muy, pero muy alto, para que nadie se atreva nunca más a mirarme ni a hablarme con esa condescendencia hiriente!Gabriela asintió con sa
En la mesa.Cintia saboreaba con entusiasmo la paella de mariscos.—¿De verdad la preparaste tú, Álvaro? —preguntó con curiosidad.—Tu cuñada me estuvo guiando desde un costado —respondió Álvaro, sentado con elegancia y sonriendo con la mirada hacia Gabriela.Ella, mientras tanto, revisaba unos mensajes en su teléfono y no había tocado aún el plato frente a sí.—¡Aun así es increíble, Gabriela! A lo mejor no lo sabías, pero mi hermano tiene fama de «desastre en la cocina» —comentó Cintia con un dejo de burla.Gabriela terminó de responderle a Marcela, dejó el celular a un lado y alzó la mirada.—¿«Desastre en la cocina»? —repitió, algo sorprendida.—¡Ajá! —Cintia comenzó a enumerar todos los momentos en que Álvaro había sido un auténtico «peligro culinario».Gabriela la escuchó boquiabierta, recordando, sin embargo, lo habilidoso que Álvaro acababa de mostrarse al limpiar camarones, cangrejos y almejas.—No le hagas caso —intervino Álvaro con una leve tos. Después, miró a Gabriela y al
—Quiero lo mismo.Sabía que Emiliano era muy buen cocinero y Gabriela solo había aprendido de él esa preparación específica; no dominaba ninguna otra.—¡Perfecto! —exclamó Álvaro, mucho más animado. «Debe de haberle encantado, por eso quiere repetir.»Tras la comida, Cintia llevó a Gabriela a ver el jardín que había estado arreglando desde temprano.Ya había caído la noche, y las luces decorativas sobre el carísimo pino brillaban intensamente.También se distinguían varios farolillos encendidos aquí y allá, dándole un aire muy festivo al lugar.Gabriela recorrió con la mirada cada detalle.—Esto está mucho más vivo que la antigua casa de los Rojo — comentó.En la residencia de los Rojo, nunca colocaban adornos luminosos; se limitaban a pegar recortes de papel de colores y redactar buenos deseos para el Año Nuevo.Al oír que Gabriela mencionaba a los Rojo, Cintia se aseguró de que nadie más estuviera escuchando. Se inclinó un poco hacia su oído y soltó:—¿Es verdad que mi hermano dester
Era la segunda vez que Álvaro la veía tan abatida. En comparación con la vez anterior en el hospital, ahora percibía algo más profundo, una combinación de angustia y dolor.Álvaro posó con cuidado su mano grande en las mejillas de Gabriela, limpiándole las lágrimas que caían:—Perdóname, Gabriela.Una intensa culpa se reflejaba en sus ojos, deseando poder viajar al pasado para enmendar sus errores… para no haber permitido que ella sufriera tantas injusticias.—Me perdonas, por favor —murmuró Álvaro, besándole las lágrimas con suavidad.Gabriela no respondió. Sus ojos parecían seguir vacíos mientras lo miraba, y por un momento, Álvaro tuvo la extraña sensación de que ella en realidad traspasaba su mirada a través de él, como si viera a otra persona detrás.No alcanzó a profundizar en esa idea porque, de pronto, Gabriela abrió los brazos y lo atrajo hacia sí.El cuerpo de Álvaro reaccionó en automático, envolviéndola en un abrazo. Comenzó a acariciar su espalda para calmarla, pensando qu