Gabriela la miró, con una expresión que Cintia no supo interpretar.—Cintia, ya no hay vuelta atrás —murmuró—. Lo mío con Álvaro estaba condenado desde el principio.—¡Pero uno puede luchar para cambiarlo! —insistió Cintia.Gabriela, sin embargo, no volvió a pronunciar palabra.Aquella noche, Gabriela no bajó a cenar. Fue Alicia quien le llevó la comida a la habitación. Así que Cintia y Álvaro, como pocas veces, cenaron solos.—Necesito contarte algo… y prométeme que no vas a armar escándalo —dijo Cintia, moviendo el arroz en su plato sin mucho apetito—. Gabriela no piensa darle el apellido Saavedra al bebé. Ya escogió el nombre y será Feliciana García.Álvaro se sobresaltó ligeramente.¿García en lugar de Zambrano?Lo que Cintia nunca habría esperado era que Álvaro, con todo su carácter y orgullo, reaccionara… feliz.Ni siquiera se molestó, sino que pareció contento.En el fondo, Álvaro solo necesitaba confirmarse de algo: que Cristóbal no tenía valor alguno en la mente de Gabriela.—
A la mañana siguiente, el bullicio de la voz de Cintia despertó a Gabriela.—¡Estas lucecitas están preciosas! ¡Pongámoslas en la entrada principal!—¡Iván, pegaste el papel decorativo todo chueco!—¿Cómo que solo hay unas cuantas guirnaldas de luces? ¡No va a alcanzar!Gabriela se calzó sus pantuflas afelpadas y se acercó a la ventana para mirar afuera.El patio estaba lleno de adornos, contagiando ese ambiente festivo de Año Nuevo.Observó todo en silencio.Recordó cómo, en años pasados, cuando se acercaba esta fecha, ella se entusiasmaba decorando la casa que compartía con Álvaro, a pesar de que las fiestas solían pasarlas en la vieja mansión de la familia Rojo.Fuera por la razón que fuera, en su momento valoró mucho cada instante que pasó a su lado.De pronto, la puerta de la habitación se abrió con suavidad.Gabriela se volteó y vio a Álvaro, vestido de manera sencilla, sin aquel porte imponente ni esa actitud fría de siempre; más bien lucía tranquilo y afable.Sin embargo, la ex
Pero Cintia salió disparada hacia su habitación, para cambiarse rápidamente de ropa y prepararse para salir.—Gabriela, dijiste una vez que tu paella de mariscos te quedaba deliciosa. ¡Hoy tienes que cocinarla para mí! Yo te voy a ayudar con lo que necesites —anunció Cintia, sentándose junto a Gabriela y abrazándose a su brazo con cariño.Álvaro, al verla, se quedó sin palabras. Aun así, notó que Gabriela sonrió.—Claro —respondió ella con un ligero canturreo.Ver esa sonrisa desencadenó un ligero ataque de celos en el corazón de Álvaro.Sin embargo, cuando pensó que él también podría disfrutar de esa paella, el recelo se le pasó.Después de terminar el desayuno, Gabriela subió a cambiarse a un abrigo grueso.No soportaba el frío, así que bajó bien abrigada.Cintia, con la muleta en una mano y el otro brazo apoyado en Gabriela, seguía charlando sin parar, mientras Gabriela la escuchaba en silencio.Al salir por la puerta principal, el aire gélido les golpeó el rostro.Gabriela sintió q
Llena de entusiasmo, Cintia propuso posponer la compra de provisiones para las fiestas y pidió a Álvaro que condujera hacia el centro comercial donde se concentraban las boutiques de lujo.—Genial, no se te olvide que tú mismo lo dijiste, «todo lo que me guste, lo compro» —declaró Cintia, frotándose las manos incluso antes de bajarse del coche.Álvaro, de buen humor, replicó:—¿Acaso crees que vas a dejarme en bancarrota?Cintia se quedó un segundo con la boca abierta. Con la fortuna de su hermano, vaciar todo el centro comercial sería tan solo un pellizco insignificante en su bolsillo.Los tres acababan de bajarse del auto cuando una voz llamó:—¡Gabriela!Al voltear a ver de dónde provenía, se encontraron con Hans, quien por fin había dejado sus pantalones rotos para vestirse con un estilo mucho más formalito y pulcro. Corría hacia ella, y detrás de él se veían varias mujeres con pinta de señoras distinguidas.—¡Hans! —exclamó Cintia al reconocerlo, casi gritando.—¡Gabriela, ¿tú con
Las palabras a la defensiva de Gabriela hirieron un poco a Álvaro.—Solo lo preguntaba… —repuso en voz baja.Gabriela se dio cuenta de que se había excedido un poco en su reacción.Pero recordaba demasiado bien lo que le había pasado a Cristóbal, así que para ella era normal estar así de precavida.—Más te vale que sea solo una pregunta —dijo, desviando la mirada.Hans, con sus ojos llenos de admiración hacia Gabriela, no era un secreto para nadie; se notaba demasiado.Sin embargo, a Álvaro no le preocupaba cuántas personas se sintieran atraídas por Gabriela.Al fin y al cabo, ella era maravillosa.Lo único que le importaba era la actitud que ella tuviera hacia esos admiradores.Cintia, ajena a esta pequeña tensión entre Gabriela y Álvaro, volvió con su primer botín de compras y arrastró a Gabriela hacia lo que parecía ser su principal objetivo del día.Ella ya había avisado por teléfono para «cerrar la tienda en exclusiva», quería comprar sin ser molestada.Lo que Cintia no se imagina
La mente de Teresa quedó en blanco tras el impacto, y sus compañeras, que la estaban acompañando, se estremecieron y se quedaron con la sonrisa congelada.Antes de que Teresa pudiera reaccionar del todo, Gabriela la sujetó por el cabello y la jaló con fuerza hacia sí:—Señorita Ponce, ¿esa es la educación de tu familia? ¿Te atreves a inventar rumores tan sucios sobre la hermana de Álvaro en pleno centro comercial? ¿Qué pasa? ¿Ya se cansaron ustedes de vivir tranquilas?—¡Gabriela García! —chilló Teresa al volver en sí—. ¿Están sordas? ¡Sepárenla de mí de una vez!—A ver quién se atreve a tocar a mi cuñada. ¡Mi hermano también vino con nosotras y llegará de un momento a otro! —advirtió Cintia enérgicamente, ya recuperada del susto.Gabriela no pronunció palabra.Su mirada, helada y cortante, recorrió a las presentes.Aquellas señoritas, en realidad, tenían incluso menos influencia que la familia de Teresa.Había un dicho que rezaba algo así como: «Cuando los dioses pelean, los simples m
Sin darse cuenta de lo que pasaba, Teresa cerró los ojos, respiró hondo y repitió el «lo siento» con voz aún más alta.Gabriela entonces la empujó a un lado.Las «amigas» que habían venido con Teresa ni siquiera se atrevieron a acercarse para ayudarla.Ni las vendedoras ni la encargada de la tienda se movieron; contemplaron, sin intervenir, cómo Teresa caía sentada de golpe en el piso.—He grabado tu disculpa. Si más adelante se divulga cualquier rumor que se parezca al que inventaste hoy, Álvaro asumirá que fuiste tú quien lo propagó. Y entonces, aunque toda tu familia se arrodille ante Cintia y se rompa la cabeza contra el suelo, él no les va a tener piedad. —Gabriela levantó el teléfono a la altura de sus ojos, mostrando la grabación.Cintia contempló a Gabriela con asombro, sintiendo un nudo de emociones mezcladas en su interior.Por ser hija ilegítima, había sufrido acoso desde pequeña; la mayoría de los chismes la acusaban de robar.Siempre intentaba explicarse, pero nadie le cre
Al salir del centro comercial, Cintia lucía distraída, y Gabriela lo notó, permitiéndole que la sujetara de la mano sin darse cuenta.—Me duele un poco la cabeza… mejor aquí la dejamos. Todavía faltan varios días para el Año Nuevo, mañana podemos volver a comprar lo que nos falta, ¿sí? —dijo Cintia, abatida, después de quedarse un rato en silencio dentro del auto.Por supuesto, Álvaro estaba pendiente de lo que decidiera Gabriela.Desde que había subido al coche, ella no le había dedicado ni una sola mirada.—Está bien —concedió Gabriela, con voz serena.De inmediato, Álvaro dio media vuelta con el auto y partió rumbo a las afueras de la ciudad, sin rechistar.—Cintia, ¿Teresa suele fastidiarte con frecuencia? —preguntó Álvaro al cabo de un rato, mientras conducía.Cuando falleció el padre de Cintia, ella acababa de cumplir la mayoría de edad.En el funeral, Álvaro la vio llorando desconsolada y también fue testigo de cómo los hijos del tío Mattheo Saavedra la molestaban.En ese moment