Yo Contigo, Tú Conmigo
Yo Contigo, Tú Conmigo
Por: Ale Ro
Prisión de Oro

Eran las siete de la noche y todo gritaba lujo y esplendor en toda la mansión. Fernando de la Rosa había lanzado la casa por la ventana, y más allá de un recibimiento cálido, era también la oportunidad perfecta para derrochar dinero a lo grande y presumir de su vasta riqueza. Quería demostrar a los Ferrer por que él era su mejor opción como socio.

Era un experto en negocios y había construido su imperio desde cero. Era inteligentemente frío y calculador. Un tigre sin escrúpulos en los negocios y en cualquier ámbito de la vida, todo un prodigio de los números y el análisis. Llevaba años intentando conectar con aquella rica y poderosa familia y por fin lo había conseguido.

Una hermosa mujer se encontraba en una enorme habitación color rosa, con una cama tamaño king, una cama estilo cuna, y un enorme guardarropa que cubría una de las paredes. También había un enorme tocador, una enorme puerta caoba que daba a un baño muy grande, una zapatera y un depósito de juguetes.

La habitación tenía un enorme ventanal que nunca se abría y por el que sólo podía verse el exterior. En fín, todo en aquel lugar era enorme y vacío.

La joven y hermosa mujer se llamaba Aura y esa era la habitación que compartía con su hija, Berenice, cuando aquel hombre no la obligaba a dormir con él.

Justo en aquel momento peinaba con ternura, delicadeza y total parsimonia el largo cabello castaño de su pequeño sol como ella le llamaba, tratando de retrasar en toda la medida de lo posible bajar a aquel circo del que definitivamente no quería participar.

Había visto por la ventana de la habitación mientras se terminaba de arreglar, los tres coches de lujo que habían ingresado a la mansión, alardeando de los ceros en sus cuentas, sonriendo con hipócrita cortesía, igual que el anfitrión.

También había visto como las alarmas de seguridad de toda la casa y sus alrededores habían sido desactivadas, como acto de confianza hacia las visitas, y eso era mucho más importante que lo demás.

Sus pies se movían sin parar presa de los nervios y sus ojos viajaban una y otra vez a un punto en específico, dónde se encontraba un pequeño y raido maletín que había escondido debajo de su cama, comprobando con una creciente ansiedad, que no se notara su existencia o de lo contrario... Estarían perdidas.

Esa era su noche, su oportunidad tan preciada y no podía perderla. Ese tenía que ser el día en el que por fin podría abandonar esa m*****a jaula de oro a la que había sido confinada y extender sus alas a su tan ansiada libertad.

Esa fecha debía ser recordada como el comienzo de una nueva historia, como el comienzo de una vida nueva junto a su hija. Le cumpliría aquella promesa a su abuela y buscaría a su familia materna, iría por su abuelo a costa de lo que fuera.

Tenía la esperanza que no le darían la espalda.

Había planeado todo tan meticulosamente que no podía fallar, e incluso si todo parecía ir en su contra, no retrocederia tan fácil. Usaba sus joyas más caras, las cuáles vendería para obtener algo de dinero, aparte de las que había dentro del destartalado bolso, donde también se encontraba una cartera llena con todo el dinero que había sido capaz de conseguir, sin levantar sospechas.

Había sido obediente, sólo para conseguir su objetivo. Había lanzado su dignidad al trasto con tal de alcanzar su más anhelado sueño. Se sentía asqueada al recordar su sumisión hacia ese intento de ser humano, pero en la guerra todo se vale y ella había tenido que jugar sucio para alcanzar su meta, aún cuando sentía repugnancia por sus mismas acciones.

El sonido de la puerta la sacó de sus cavilaciones y de inmediato trató de esconder bajo una máscara de petrea frialdad, el miedo, la angustia, la ansiedad y todos los sentimientos que se desbordaban como un río en su interior, pero sobre todo la esperanza, que en aquel momento bailaba en el fondo de su alma. Como una llama danzarina abatida por el viento que a pesar de todo, se negaba a apagarse.

- Adelante.- Su voz sonó con aquel tinte monótono que adoptó con el tiempo y que Fernando odiaba cuando era dirigido hacia él.

La puerta se abrió de golpe, revelando la esbelta figura de una hermosa pelinegra, de mirada despectiva y sonrisa arrogante. La preciosa secretaria de aquel hombre y una de las tantas amantes de su captor.

- Fer te está esperando. - Un atisbo de envidia y odio se vislumbró en la mirada de Mariana Santander, al ver el atuendo despanpanante y las caras, finas y lujosas joyas que Aura portaba aquella noche. Mientras que el desdén se desbordaba en cada una de sus palabras. Odiaba a aquella mujer por ser tan hermosa, la odiaba por poseer lo que ella sólo podía soñar.

- Voy enseguida. - Aura se puso en pie con gracia, haciendo que el vestido turquesa con mangas largas cayera a sus pies. -Quédate aquí mi amor, mamá volverá contigo en un momento. - Besó la frente de su hija con ternura y le guiño un ojo, antes de suspirar y adoptar aquel porte elegante que exigía la ocasión. Debía hacer las cosas perfectamente bien, de lo contrario todo se iría por el caño.

La pequeña Berenice asintió y fue a sentarse a la cama de su madre, abrazando su pequeño perrito de peluche. Con tan sólo seis años, ella sabía que debía obedecer, su padre le había enseñado perfectamente bien el precio a pagar por un pequeño error. Además, no quería causarle problemas a su madre, no aquella noche tan importante para las dos.

Aura pasó junto a Mariana ignorandola por completo, con la mirada altiva y haciendo oir sus tacones con el golpe rítmico de sus pasos. Debia satisfacer a aquel demonio de la manera que fuese, y en el momento justo, provocarlo, aún sabiendo que aquello era una completa locura.

No tenía opción. Sería la última noche, se decía a si misma dándose ánimos, suplicando en su interior que sus ruegos fuesen escuchados. Apretando las manos para darse valor y haciendo a un lado con bastante dificultad, todos los pensamientos negativos que empezaban a ahogarla.

No. Esa noche sería perfecta, de su cuenta corría que lo fuera.

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