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Capítulo 01 «Veneno de indiferencia»

Sus manos estaban entrelazadas mientras se adentraban al auto que los llevaría a su nueva casa. Eran oficialmente marido y mujer, era su sueño hecho realidad. Desde que se conocieron, Astoria sabía que sería su esposo y padre de sus hijos.

Con cada segundo que pasaba, se sentía la mujer más afortunada del universo, su corazón latía con fuerza al sentir la emoción de su noche de bodas. La mirada que Marcus tenía podría asustar a cualquiera, menos a su esposa, a la mujer que podía ver bondad a través de ese caparazón de hielo.

Sabía que se comportaba así por todo el daño que recibió cuando era un niño.

Llegaron a casa, sus ojos se posaron sobre él, le dedicó una nueva sonrisa al ser llevada de la mano a la segunda planta de la casa. Una parte de ella sentía que todo estaba yendo de maravilla, como si fuera un cuento de hadas.

—Esta será tu habitación a partir de ahora, Astoria —afirmó al dejar la maleta de su esposa justo al frente de la puerta.

La sonrisa que llevaba se esfumó por completo. No comprendía a qué se debía ese comportamiento por parte de su esposo, ¿no se suponía que dormirían al lado del otro como un matrimonio normal?

»¿Por qué me miras de esa manera? Ya obtuviste lo que querías, mis padres me obligaron a casarme contigo —sentenció con un tinte de rencor en su voz.

—¿Te… obligaron? —Su voz se entrecortó.

—No te hagas la inocente, sé bien la clase de mujer que eres, además de ser una malcriada. Solo debes llorar por lo que quieres y tus padres correrían a conseguir por ti, ¿no es así?

Astoria enmudeció, no había nada que añadir. Sus padres siempre se esforzaron por darle lo mejor, pero no significaba que su matrimonio fue forzado por su culpa; era un lazo que ambos padres tenían.

Si bien ella sí se enamoró de su ahora esposo, nunca buscó hacer que todo eso fuera una carga u obligación para Marcus. Se esforzó por enamorarlo, para demostrarle lo especial que era para ella; sin embargo, todo fue un completo desastre, nada valió la pena.

»Eres mi esposa en el papel, eso no significa que debas tener alguna clase de cuidado conmigo, no importa qué suceda, no tienes nada que ver en mis asuntos. —Sus palabras eran frías, pero ella lo sabía, ahora lo hacía, no era más que un mero compromiso.

Asintió sin verlo a los ojos, aquellos que se llenaron de lágrimas. Astoria pasó gran parte de su vida tratando de impresionarlo, lo llenó de obsequios. Ahora no dudaba de que cada uno de ellos terminara en la basura.

»Te encargarás de tu vida, y yo me encargaré de la mía. Somos esposos en un papel, pero eso no significa que seremos marido y mujer, no significa que te respetaré, porque no serás nada para mí.

Astoria asintió una vez más, tomó su maleta y sin escuchar lo otro que Marcus le decía, se adentró a su nueva prisión y cerró la puerta con fuerza. Sus pasos se arrastraron al tocador, lugar en el que vio su estado miserable.

—Es solo por hoy, es el calor del momento —se dijo con una sonrisa rota.

Trató de convencerse de que eso pasaría, que era solo una época difícil, que si seguía cuidando de Marcus, todo eso se le olvidaría y él comenzaría a verla con ojos de amor, la vería como era en realidad.

Durante los siguientes meses, Astoria hizo más que lo posible para que su esposo se fijara en ella; sin embargo, nada de esto parecía tener un buen efecto en él. Cada vez llegaba más y más tarde a casa, la ignoraba cuando estaban en la misma habitación, cocinaba su propia comida, dejando las preparaciones de su esposa a un lado.

Le tomó demasiado tiempo a Astoria comprender lo que en verdad ese hombre le dijo desde el inicio. No eran nada.

Le costó lágrimas, noches en vela, lamentando el no poder atraer a su esposo, para que a fin de cuentas supiera que ella no era el problema, sino él.

Dejó atrás a la Astoria que no se veía sin su esposo, esa que necesitaba a su marido inexistente para poder sentirse ella misma. Hasta ahora no había llegado a ser solamente Astoria, sino que era Marcus en su vida, y luego ella misma. 

Su deseo de ser amada la condenó a un matrimonio infeliz del que debía escapar.

Se enfocó en sus propios planes, en las cosas que quería lograr en la vida, metas por alcanzar, destinos por conocer. Desde ese día, la vieja Astoria quedó sepultada en un campo de flores marchitas, junto con el amor que quizá le tuvo a su marido.

—Mira, quién está ahí —dijo su amiga, señalando a una de las esquinas de ese bar.

La mirada de Astoria se dirigió a ese punto, donde notó una figura familiar. La comisura de sus labios se elevó un poco, revelando una pequeña sonrisa. Era uno de sus viejos amigos, esos que no se veían desde hace tiempo, pero siempre tendrían un lugar especial para ellos en su corazón.

—Es Dimitri —aclaró—, nos conocimos hace unos años en la universidad —Bebió un sorbo— ¿debería ir a saludar?

—Es guapo, deberías presentarlo algún día —pidió mientras se tambaleaba un poco.

Un suspiro mezclado con una diminuta sonrisa fue suficiente respuesta por parte de Astoria. Dejó su vaso a un lado y caminó en su dirección, su visión se estaba poniendo borrosa a causa del alcohol que corría por sus venas.

No se habituó a beber de esa manera, solo sería por esa noche, o noches.

Antes de que llegara a la zona VIP dónde se encontraba su amigo, sus pies se enredaron con ellos mismos haciendo que estuviera a punto de caer. Sintió la calidez de unos brazos que la rodeaban con fuerza para evitar que su rostro impactara con la mesa que estaba justo en frente de ella.

—Gracias, guapo —Hipó.

Estaba fuera de sus sentidos. Astoria en ese momento no era Astoria, era… una versión defectuosa de ella misma.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Marcus con desagrado. No podía creer que su esposa estuviera en un sitio de esos— así que esta es la razón por la que me has estado evitando, ¿no?

Por más que intentó obtener una respuesta de ella, solo recibió un par de piropos bastante malos. Observó en la dirección a la que ella se dirigía, claramente notó que iría al lado de Dimitri, ese hombre que siempre le cayó al hígado.

»¿A dónde crees que vas, Astoria? —se apresuró a estar a su lado, al ver cómo se tambaleaba.

—A cualquier lugar, dónde no estés tú.

—Das un paso más y lo nuestro se acaba aquí, no puedo ser el esposo de una borracha —intentó chantajearla como muchas veces llegó a hacerlo.

—Adelante, hazlo. Así podré ser libre otra vez. ¡¿Acaso no dijiste que no tenía nada que ver contigo?! —La atención de todos fue llevada a su dirección.

—Baja la voz, por favor. Nos están viendo —Se enrojeció a causa de la vergüenza y el licor.

—¡No! No sé quién eres, así que regresa por dónde viniste. Yo solo voy a divertirme un poco con el hombre de allá —Señaló a Dimitri.

—Ni un paso más o… —Ella lo ignoró— ¡Astoria! —No le hizo caso, así que la cargó en su hombro y la llevó a su auto, sin importar sus gritos, golpes y las miradas de todos.

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