Piezas

Sara  abrió la puerta de su casa y se encontró con más detectives de los que se podían contar. Uno le pidió que se apartara y un grupo entró por su casa. Jimena estaba sentada en la cama con un abrigo de mezclilla y unos jeans.

Nadie creería que aquella niña de piel morena, ojos color miel, una dulce sonrisa fuese capaz de decir una mentira; mucho menos de bombardear un lugar.

—¿Qué está pasando? ¡Papá, qué hiciste! —preguntó asustada.

—Jimena, no digas nada más. Te tendieron una trampa, tu callada.

—Sí.

—Nada, Jime. El abogado va hacia la estación y yo detrás de ti —replicó.

—Señorita, las manos en alto. —Dijo el policía.

Ella obedeció y le pidieron acercarse a la pared. Jimena se mostró asustada, pero lo hizo.

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