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DIEGO

El primer rayo de sol de la mañana se filtra a través de las cortinas, iluminando el rostro de Maggie, que duerme profundamente a mi lado. Me quedo mirándola. Tiene los labios entreabiertos y rodea con los brazos uno de los míos como si estuviera abrazando una almohada mullida. Sonrío, incapaz de evitarlo. Debería levantarme, porque si abre los ojos y descubre que llevo aquí mirándola más tiempo del que he pasado dormido, no me lo dejará pasar.

Con cuidado, deslizo mi brazo de entre los suyos. Murmura algo incomprensible, pero no se despierta. Me quedo unos segundos asegurándome de que sigue dormida antes de salir de la cama. Quería ir a comprar, de echo llevo toda la noche dándole vueltas al tema, pero si Maggie se despierta y ve que no estoy va a machacarme a llamadas y al final volveré con las manos vacías o peor: con lo primero que encuentre.

Al rato, los pasos suaves y el crujir del suelo anuncian que está despierta. Se asoma al umbral de la cocina, con el pelo alborotado y
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