MAGGIE—¿Por qué no invitas a Nate aquí? —le propongo, mientras estamos sentados en el sofá. Mis piernas están estiradas sobre las suyas, y él juega distraídamente con la punta de mi calcetín.Aparta la mirada de la película, mirándome como si acabara de hablar en otro idioma.—¿Aquí? —repite, como si no entendiera del todo mis palabras.Diego nunca ha traído amigos a esta casa, ni siquiera en el instituto. Era como si este lugar estuviera sellado, reservado solo para la familia, para las tardes con Lotte en la cocina, el ruido de las tazas chocando contra los platos, o los días de lluvia viendo películas en el salón. De alguna forma, siempre ha sido un refugio familiar, y las paredes no conocen otra cosa.—Sí, aquí. Como dices que irás esta noche a su piso, he pensado que quizás podrías invitarlo tú por primera vez. Creo que te vendrá bien.—¿Y eso por qué? —arquea una ceja, con su típica mezcla de curiosidad y resistencia.—Es tu amigo, ¿no? Además, nunca has traído a nadie aquí… —M
MAGGIE—¡Maggie! —el grito de Ava atraviesa la cafetería y el resto de personas de la fila la observan acercarse—. ¡Dios! No sabes lo que te perdiste en la fiesta, ¿has visto el vídeo?El corazón me da un vuelco. Ava me dejó muy claro que estaba preocupada cuando desaparecí de la fiesta, aunque pensé que nadie se habría dado cuenta de la pelea. Pero ahora que menciona un vídeo...—No. ¿Qué vídeo? —pregunto, ajustándome la mochila al hombro y tratando de no sonar demasiado alarmada.Ava se cuela descaradamente en la fila, como si fuera lo más normal del mundo, y yo simplemente la sigo con la mirada. Sólo estoy aquí por un café para sobrevivir al resto de las clases.—Un amigo de tu novio, ¿de verdad no lo has visto? Por eso te llamé tantas veces, estaba preocupada... Parecía un loco. Mira —dice sacándose el teléfono.En cuestión de segundos, la pantalla ilumina un clip grabado con un móvil. El sonido es caótico, con música de fondo y voces exaltadas. Dan aparece en el centro de la esce
MAGGIEEl frío de diciembre me pilla preparada para las navidades. En unas cajas del garaje he encontrado todas las decoraciones que solíamos poner. Lotte siempre hacía que Diego me ayudara, y aunque lo hiciera refunfuñando "por tanta parafernalia", al final siempre cede. Aunque estas primeras navidades aquí están rodeadas de nostalgia, son más felices que las últimas cuando Lotte estaba tan enferma que era difícil disfrutar estas fechas. Ahora podemos recordarla cómo era, alegre y hogareña; y aunque no sé replicar sus recetas, Diego dice que está bien, que a mi manera un poco requemado le gusta el bizcocho.Sobrevivimos a la navidad, al frío, y a ir de compras para que Diego se compre algo decente. Resulta agotador.—Esto es una mierda —sisea mientras se tira de los botones del cuello de la camisa. La dependienta de la tienda nos lanza una mirada, pero él no se inmuta—. ¿Y estos zapatos? Son de gilipollas, ni que fuera a la iglesia, joder.—¿Quieres dejar de quejarte? Estás guapo. D
DIEGOEl primer rayo de sol de la mañana se filtra a través de las cortinas, iluminando el rostro de Maggie, que duerme profundamente a mi lado. Me quedo mirándola. Tiene los labios entreabiertos y rodea con los brazos uno de los míos como si estuviera abrazando una almohada mullida. Sonrío, incapaz de evitarlo. Debería levantarme, porque si abre los ojos y descubre que llevo aquí mirándola más tiempo del que he pasado dormido, no me lo dejará pasar.Con cuidado, deslizo mi brazo de entre los suyos. Murmura algo incomprensible, pero no se despierta. Me quedo unos segundos asegurándome de que sigue dormida antes de salir de la cama. Quería ir a comprar, de echo llevo toda la noche dándole vueltas al tema, pero si Maggie se despierta y ve que no estoy va a machacarme a llamadas y al final volveré con las manos vacías o peor: con lo primero que encuentre.Al rato, los pasos suaves y el crujir del suelo anuncian que está despierta. Se asoma al umbral de la cocina, con el pelo alborotado y
MAGGIENuestra boda es algo pequeña: están mis padres, nuestros amigos más cercanos, y lo más importante es que somos nosotros. Somos Diego y yo, y nuestra pequeña.Teníamos todo organizado para casarnos cuando me quedé embarazada. Fue repentino y no lo buscamos, pero desde el primer momento hemos sido una familia. Y como el embarazo me sentó como una patada en el culo, pospusimos la boda. No fue una decisión difícil, aunque al principio me preocupaba que el "gran día" no llegara nunca, porque después estábamos muy ocupados cuidando de nuestra hija y compaginando trabajos.Pero, al final, aquí estamos. Es todo más sencillo de lo que imaginaba, pero no lo cambiaría por nada.—Me sorprende que siga con tanta energía —comenta Diego cuando me encuentra pidiendo mi milésimo margarita encaramada en la barra de bebidas de este pequeño jardín de ceremonias.Miro tras su cuerpo, a nuestra pequeña niña Kiara corretear entre nuestros amigos, a sus dos años es todo un revoltijo. Es una mezcla per
Hoy es uno de esos días en los que los recuerdos parecen aferrarse a cada rincón de la casa, como si quisieran recordarnos que el pasado nunca se va del todo.Los pasillos de nuestra casa han sido testigos de tantos momentos, pero hoy tienen un aire diferente. La llegada de Diego ha cambiado la atmósfera, convirtiendo cada rincón en un escenario de silencio incómodo. No puedo evitar sentir que la casa está conteniendo la respiración, esperando algo que ninguno de nosotros puede definir.Lo veo sentado en el borde de la cama de la habitación de invitados (que supongo que ahora es su habitación desde que mis padres lo dejaron instalarse allí la semana pasada). Lo veo encorvado, clavándose los codos en las rodillas y jugueteando con un anillo de oro pesado entre sus dedos: El anillo de su abuela. Una de esas reliquias destinada a pasar de generación en generación.Levanto la mano y golpeo la puerta con los nudillos. Él levanta la mirada y me sigo sorprendiendo por la frialdad que siempre
—Está diluviando, Maggie, ¿por qué no le dices a Diego que te lleve a clase hoy? Y a ver si así...Sé lo que quiere mi madre porque es lo que todos queremos: que Diego vuelva a ser Diego.—Se lo diré, pero no me cuesta coger el autobús.Ella me lanza una mirada de soslayo, una mezcla entre preocupación y cansancio. Siento la presión, aunque también sé que obligarlo a interactuar conmigo no va a cambiar las cosas de la noche a la mañana. Mi madre me pasa una taza de café para que se la suba y de paso mequita el pelo, rubio como el de ella, de la cara. El gesto es tan automático que no puedo evitar sonreír.—Deberías hablarle más. No es bueno que esté tanto tiempo solo —dice mi madre.Subo las escaleras con pasos pesados, como si estuviera arrastrando una tonelada de incomodidad conmigo. Cuando llego a la puerta de su habitación, dudo un segundo antes de llamar. Esto es muy raro. Las cosas antes no eran así.—¿Diego? —llamo, y como no contesta aporreo con más fuerza—. Diego, Diego, Dieg
Estar en casa me sofoca, y más cuando parece que todos intentamos volver a la normalidad sin mucho éxito. No voy a decir que Diego es un intruso en casa, pero hay algo a lo que todavía nadie se acostumbra del hecho. Hablar con él sigue siendo una misión imposible. Se va temprano a la universidad, a veces me lleva a clase y otras, cuando golpeo en su puerta, él ya se ha marchado; y llega tarde a casa, casi cuando anochece.Por eso hoy, viernes, cuando Vera me ha ofrecido comer en su casa después del instituto y arreglarnos juntas para la fiesta, he aceptado sin dudar. El simple hecho de salir y respirar aire fuera de las paredes que me han estado apretando durante semanas es un alivio.En cuanto entro en su casa, me recibe el sonido de la música y el aroma de alguna comida exótica que su madre probablemente ha sacado de un libro de recetas que colecciona desde que la conozco. Lleva el delantal manchado de harina y nos agita una espátula de madera con entusiasmo.—¡Hola chicas! —nos sal