Estar en casa me sofoca, y más cuando parece que todos intentamos volver a la normalidad sin mucho éxito. No voy a decir que Diego es un intruso en casa, pero hay algo a lo que todavía nadie se acostumbra del hecho. Hablar con él sigue siendo una misión imposible. Se va temprano a la universidad, a veces me lleva a clase y otras, cuando golpeo en su puerta, él ya se ha marchado; y llega tarde a casa, casi cuando anochece.
Por eso hoy, viernes, cuando Vera me ha ofrecido comer en su casa después del instituto y arreglarnos juntas para la fiesta, he aceptado sin dudar. El simple hecho de salir y respirar aire fuera de las paredes que me han estado apretando durante semanas es un alivio.
En cuanto entro en su casa, me recibe el sonido de la música y el aroma de alguna comida exótica que su madre probablemente ha sacado de un libro de recetas que colecciona desde que la conozco. Lleva el delantal manchado de harina y nos agita una espátula de madera con entusiasmo.
—¡Hola chicas! —nos saluda con efusividad—. ¿Qué tal las clases? Id a lavaros las manos que esto ya casi está.
Cuando conoces a la madre de Vera entiendes enseguida de dónde ella ha sacado su personalidad risueña y optimista. Me siento aliviada al estar rodeada de la calidez y la energía positiva de su casa, tan distinta al ambiente frío y distante en el que me encuentro últimamente en la mía.
Después de lavarnos las manos, nos sentamos en la mesa y le contamos a su madre el plan de la tarde y la noche. Quizás es porque su madre es súper alegre, o porque es súper hippie, pero hablar con ella es como hacerlo con otra amiga. Al terminar, Vera se pierde lavándose los dientes y yo ayudo a su madre a recoger un poco la mesa.
—Maggie —llama y yo murmuro—. Me ha contado Vera lo que pasa en tu casa y, cariño, si necesitas lo que sea esta es tu casa, lo sabes ¿verdad?
Sentir que me aprecian de este modo es reconfortante. ¿Es así como se siente Diego en casa? ¿Reconfortado? ¿O todos los días que ha pasado en mi casa no le han hecho sentirse cómodo? ¿Es eso? ¿No se siente a gusto?
---
A eso de las ocho, cuando Vera ha revuelto todo su armario y me ha tirado a la cabeza mil conjuntos, el cuarto parece una explosión de ropa y accesorios. Hay prendas colgando del respaldo de la silla, otras esparcidas por la cama, y el suelo está cubierto de zapatos que Vera insiste en que pruebe aunque yo sé perfectamente que terminaré poniéndome los mismos de siempre.
Mentiría si dijera que, de algún modo, no me siento como en una nube. Besar a Diego ha sido inesperado, repentino, puede que una completa y total locura...—¡Eh! —Vera me sacude la mano con tantas ganas delante de la cara que casi me golpea—. ¡Estas ida!Parpadeo y me inclino lo justo como si fuera un secreto a voces. Aún tengo que creérmelo.—He besado a Diego. O nos hemos besado, no sé.—¿Qué? —me agarra del brazo y se queda ojiplática —¿¡Cuándo!? ¿Dónde? ¡Cuéntamelo todo, por favor!Su entusiasmo me hace reír. Siempre ha sido así, más entusiasta de las historias ajenas que de las suyas propias. Me muerdo el labio, todavía saboreando los rastros del momento, y trato de ordenar las palabras.—Hace un rato, en el patio —murmuro.Vera me mira fijamente, y por un segundo parece a punto de explotar de emoción. La cabeza de Patty se despega del chico universitario y también sonríe con amplitud.—¿Que te has enrollado con Diego? —suelta una carcajada que resuena por encima de la música, mi
El silencio del pasillo es casi asfixiante cuando me lo encuentro. Ni siquiera escucho el sonido de mis pasos. Sólo lo veo a él, con esa expresión de distancia que cada vez me resulta más desconcertante. ¿Cómo es posible que alguien tan cercano, que he conocido durante toda mi vida, se sienta tan lejano ahora? Intercambianos miradas y cada uno sigue su camino.Sé que ha vuelto un poco a su rutina de ir a la universidad y salir con sus amigos, cosa que alegra a mi madre. Ver que Diego vuelve un poco a su rutina da esperanza a que todo este calvario termine pronto. Mis padres podrán volver a discutir a gritos, Diego volverá a ser bromista, y mi normalidad me dejará estudiar en paz.Hasta entonces, yo camino al autobús por las mañanas hundida en mi abrigo, con un paraguas enano que mi madre insiste que coja, y rezando porque la nube negra que se cierne sobre la ciudad no rompa a llover antes de que llegue a la parada. Pero todo está en mi contra últimamente: Diego y nuestro beso, el que
—Ya sabes lo que pasó la última vez que te pusiste en este plan —dice—. Luego lloriqueas.Me quedo pasmada, sintiendo el calor subirme por la cara. ¿Cómo puede decir eso? ¿Que yo "me pongo en este plan"? Él tampoco se alejó, es más, si cierro los ojos, recuerdo y siento con claridad sus manos arrimándome a él, y besándome con las mismas —o más— ganas.—¿Perdona? —pregunto, bajándome de la encimera boquiabierta—. Te recuerdo que tú te pusiste en este mismo plan también.Diego me mira con los ojos entornados. Puedo sentir la energía que emana de él, ese magnetismo irresistible. La tormenta ilumina la cocina brevemente, y su silueta enmarcada por un aura depredador. Cada paso que Diego da hacia mí parece sincronizado con los latidos de mi corazón, que se han vuelto fuertes, casi atronadores en mis oídos.—No te hagas el tonto, Diego —insisto, sintiendo cómo mi cuerpo se tensa de pura frustración. Le señalo acusadora—. No fui solo yo. Mi dedo y la intensidad con la que lo señalo no son
Hoy por lo menos no llueve a mares, y aún si lo hiciera, no se me ocurriría pedirle a Diego el favor de acercarme al instituto. Después de lo que pasó anoche en la cocina lo último que quiero es cruzarme con él. Cada vez que cierro los ojos, siento sus manos en mi piel, sus labios apretando los míos, y cómo en un abrir y cerrar de ojos, se apartó como si hubiera cometido un error. No tiene sentido, y no sé si quiero intentar entenderlo. Todo lo que sé es que hoy necesito respirar lejos de él, aunque sea por unas horas.—Oye, cariño —me frena mi madre desde el marco de la puerta, justo lo que no quería—. ¿Has conseguido hablar con Diego? Estoy preocupada. No ha dicho mucho desde que llegó.Fantástico. Como si tuviera alguna respuesta lógica que dar.—No —respondo, sacudiendo la cabeza tan rápido que la capucha del abrigo se me resbala—. Igual papá tiene razón y tenemos que dejar que él solo pase el duelo. ¡Me voy!Quizás eso ha sido demasiado frío. Lotte ya no está y Diego no tiene más
Diego y mi madre llegan unas horas más tarde, cuando ya se ha hecho de noche. Escucho el suave murmullo de sus voces entrar en casa, y mi padre y yo nos miramos brevemente por encima de la mesa de cocina, en silencio. Apenas unos segundos después, mi madre es la única que cruza el umbral de la cocina con una sonrisa serena.—¿Ha ido bien? —pregunta mi padre, dejando la pantalla del portátil a un lado.Ella asiente mientras se quita la bufanda con movimientos lentos, como si saboreara el momento de tranquilidad.—Ha sido la primera vez que volvía a casa de Lotte desde el funeral —comenta, mientras se mueve por la cocina con una liviandad poco habitual últimamente—. Todo sigue igual, un poco más desordenado, pero... bueno, puede que me pase este fin de semana a limpiar algunas cosas.Mientras la escucho parlotear sobre las pocas horas que ha pasado con Diego, no puedo evitar darme cuenta de que pase lo que pase, mi madre siempre le tendrá cariño y pasar el más mínimo tiempo con él le ha
La música hace retumbar las paredes de la fraternidad y he perdido la noción del tiempo. No soy capaz de enfocar la pantalla de mi teléfono cuando quiero mirar la hora. Patty no para de enrollarse a lo bestia con Max, y Vera ha empezado a mezclar cosas raras de las botellas de la encimera.—¡Pruebalo! —me anima. El líquido tiene un color raro y lo termino volcando en la pila, un poco salpica a una chica.El estómago se me revuelve y busco algún vaso limpio en el que pueda echarme agua. Parece una misión imposible.—¿Buscas esto? —Un chico baila entre sus manos un vaso de cristal—. No vas a encontrar de los de plástico a estas alturas.El vaso está vacío, así que no dudo mucho en cogerlo y ponerlo bajo el grifo. El frescor de algo sin alcohol me asienta y me pone un poco los pies sobre la tierra.—Gracias.—¿Eres nueva por aquí? Nunca te había visto y me acordaría de una chica como tú.No me importaría hablar con alguien, de no ser por la peste a porro que destila y que tiene la camise
Cuando llego a mi habitación, la sensación familiar me envuelve y, por fin, recobro un poco la compostura. En la oscuridad distingo el orden habitual de mis cosas que me hacen sentir en control otra vez, aunque mi cabeza sigue aturdida por el alcohol.—Nate es majo —opino—. Seguramente se enrollen, han estado tonteando toooodo el camino. Y parecía que me conocía. Ha sido una buena noche, podrías haberte pasado. —Echo la vista sobre mi hombro mientras me quito el abrigo y lo dejo caer al suelo. Nate está apoyado en el marco de mi puerta y opino que nosotros deberíamos hacer lo mismo: enrollarnos y más—. ¿Vas a estar de mirón? Porque puedes quedarte ahí a ver como me quito la ropa, o terminar de pasar y quitármela tú.—Estás borracha —dice como si yo no lo supiera.Diga lo que diga no deja de mirarme con los ojos brillosos.—¿Y? —replico, y me acerco para plantarme delante de él—. El jueguito este de besarnos y que luego me trates mal deberia ser divertido para los dos.—No te trato mal
El fuerte sonido de la lluvia golpeando mi ventana, me despierta. Durante unos segundos, todavía entre dormida y despierta, pienso que hay música sonando en algún lugar, algo suave y constante. Pero luego, al abrir los ojos, me doy cuenta de que no es más que la lluvia y la resaca jugándome una mala pasada.Me muevo un poco en la cama, intentando apartar la sensación de pesadez. Pero no es una sensación. > Abro los ojos de sopetón y busco el peso sobre mi cintura. Es Diego. Su brazo se envuelve en mi y tengo la mejilla pegada a su otro brazo que a saber cuánto tiempo llevo usando de almohada. Puedo sentir el calor que emana su piel desnuda pegada a la mía, y todavía en la oscuridad parece algo irreal lo que ha pasado.Intento salir de entre sus brazos sin despertarlo. Repto por la cama completamente desnuda acostumbrándome a la oscuridad. Necesito ir al baño. En silencio, me pongo una camiseta que encuentro en el suelo, es de Diego. Es su camiseta, me queda enorme, pero me