El silencio del pasillo es casi asfixiante cuando me lo encuentro. Ni siquiera escucho el sonido de mis pasos. Sólo lo veo a él, con esa expresión de distancia que cada vez me resulta más desconcertante. ¿Cómo es posible que alguien tan cercano, que he conocido durante toda mi vida, se sienta tan lejano ahora? Intercambianos miradas y cada uno sigue su camino.
Sé que ha vuelto un poco a su rutina de ir a la universidad y salir con sus amigos, cosa que alegra a mi madre. Ver que Diego vuelve un poco a su rutina da esperanza a que todo este calvario termine pronto. Mis padres podrán volver a discutir a gritos, Diego volverá a ser bromista, y mi normalidad me dejará estudiar en paz.
Hasta entonces, yo camino al autobús por las mañanas hundida en mi abrigo, con un paraguas enano que mi madre insiste que coja, y rezando porque la nube negra que se cierne sobre la ciudad no rompa a llover antes de que llegue a la parada. Pero todo está en mi contra últimamente: Diego y nuestro beso, el que no puedo dormir por las noches porque no dejo de darle vueltas al tema, que el corazón se me sale por la boca cada vez que escucho el traqueteo en la habitación de enfrente... y, por supuesto, la lluvia. La primera gota cae justo cuando doblo la esquina, y sé que no habrá escapatoria. Acelero el paso, pero en cuanto estoy a mitad de camino hacia la parada, el cielo se abre y una cortina de agua me envuelve. Mi paraguas, tan pequeño como inútil, apenas sirve para protegerme. El frío y la humedad se cuelan por cada fibra de mi abrigo, empapándome hasta los huesos.
Cuando estoy a punto de llegar a la parada, el rugido de un motor me hace girar la cabeza. Ahí está otra vez. Diego. Aparca justo a mi lado, y baja la ventanilla del coche.
—Sube —me dice, con esa voz que mezcla cansancio y determinación, como si ofrecerme un asiento fuera tanto un gesto de cortesía como una obligación.
No quiero subirme por orgullo, pero el agua fría me está calando hasta los huesos.
—Gracias —musito, a secas.
Encontrarme ahora en su coche, a solas, me pesa en el pecho. Nunca me había sentido así por Diego, tan nerviosa, tan deseosa de que me hable. Resoplo, quitándome el pelo de la cara y secándome las manos en los vaqueros.
—Podrías haberme pedido que te llevara.
—Ya, es que no sé si estamos para que te pida nada.
Gran parte del viaje me dedico a dibujar formas en la ventanilla. Ignorando que siento el peso de su mirada puesta en mi. Ni siquiera me despido cuando llegamos al instituto y doy zancadas dentro para refugiarme. Esta es nuestra nueva dinámica: ignorarnos. Y me molesta. Me molesta muchísimo que seamos así cuando no dejo de fantasear como serían las cosas si después del beso nos hubiéramos quedado juntos. << Ay Dios, ¿pero qué me pasa? >>
Vera se retuerce desde su pupitre y me da esa mirada.
—¿Vienes a comer con Patty y conmigo? No estás respondiendo los mensajes del grupo.
—Iré a casa. Tengo trabajos todavía atrasados, pero ¿podemos salir este fin de semana?
Me da una sonrisa aliviada. Tengo el consuelo de que con ellas siempre me despisto.
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Por la noche soy incapaz de conciliar el sueño. La tormenta me tiene sentada sobre la encimera de la cocina, con un vaso de leche caliente entre las manos y esperando a que los párpados se me caigan más pronto que tarde, espero.
Entonces, el sonido de la tarima crujiendo me hace enderezarme. Sé que es Diego. Escucho el roce de sus pasos en el pasillo, cómo se acerca a la cocina, y mi corazón comienza a latir más rápido. Sus ojos, que parecen más oscuros en la penumbra, me recorren desde los pies descalzos, subiendo por mi pijama azul turquesa hasta como las manos me tiemblan un poco sujetando la taza. Su presencia llena el pequeño espacio de una manera casi palpable. Se detiene en el umbral de la cocina.
—¿Llevas mucho ahí sentada?
—No puedo dormir.
Diego asiente, pero no dice nada y yo vuelvo a mirar por la ventana llena de mini gotitas que echan carreras.
—Estás temblando. ¿Cuándo te vas a quitar el miedo infantil a las tormentas?
—¿Tú tampoco puedes dormir?
—He recordado que eres una niña miedica. Me he asomado a tu cuarto pero no estabas, y la casa tampoco es tan grande.
Ver que de alguna forma se ha preocupado por mi, me hace sentir mejor. Como si, aunque sea solo por estos momentos, las cosas entre los dos recobraran la normalidad.
—Estoy esperando a que pare un poco, aquí no se escucha tanto. Mi habitación retumba.
—No va a parar, así que a menos que quieras pasarte ahí sentada toda la noche, deberías intentar dormir.
—No voy a poder dormir —repito—. Y no tienes que quedarte aquí conmigo. Ya no tengo siete años.
—Me he quedado contigo hasta que tenías quince —me recuerda, como si yo hubiera olvidado todas las tardes que me acompañaba dentro de casa porque no quería salir a jugar.
—¿Y por qué no lo seguiste haciendo?
Durante un segundo, creo que va a dejar la pregunta en el aire, como hace siempre. Pero esta vez, en lugar de evadirla, me sorprende respondiendo.
—Crecimos —dice finalmente, con esa simpleza que parece vacía.
—Eso no es una buena respuesta, porque estás aquí ahora.
—Estoy haciendo una excepción.
Asiento lentamente con la cabeza, como si por dentro no me muriera de ganas de avasallarlo a preguntas que sé que dejará sin responder.
—Deberías hacer más excepciones —opino—. Te quedan bien.
—No sigas por ahí.
Y de nuevo, el reto en sus palabras me envalentona más de lo que debería.
—¿O qué?
—Ya sabes lo que pasó la última vez que te pusiste en este plan —dice—. Luego lloriqueas.Me quedo pasmada, sintiendo el calor subirme por la cara. ¿Cómo puede decir eso? ¿Que yo "me pongo en este plan"? Él tampoco se alejó, es más, si cierro los ojos, recuerdo y siento con claridad sus manos arrimándome a él, y besándome con las mismas —o más— ganas.—¿Perdona? —pregunto, bajándome de la encimera boquiabierta—. Te recuerdo que tú te pusiste en este mismo plan también.Diego me mira con los ojos entornados. Puedo sentir la energía que emana de él, ese magnetismo irresistible. La tormenta ilumina la cocina brevemente, y su silueta enmarcada por un aura depredador. Cada paso que Diego da hacia mí parece sincronizado con los latidos de mi corazón, que se han vuelto fuertes, casi atronadores en mis oídos.—No te hagas el tonto, Diego —insisto, sintiendo cómo mi cuerpo se tensa de pura frustración. Le señalo acusadora—. No fui solo yo. Mi dedo y la intensidad con la que lo señalo no son
Hoy por lo menos no llueve a mares, y aún si lo hiciera, no se me ocurriría pedirle a Diego el favor de acercarme al instituto. Después de lo que pasó anoche en la cocina lo último que quiero es cruzarme con él. Cada vez que cierro los ojos, siento sus manos en mi piel, sus labios apretando los míos, y cómo en un abrir y cerrar de ojos, se apartó como si hubiera cometido un error. No tiene sentido, y no sé si quiero intentar entenderlo. Todo lo que sé es que hoy necesito respirar lejos de él, aunque sea por unas horas.—Oye, cariño —me frena mi madre desde el marco de la puerta, justo lo que no quería—. ¿Has conseguido hablar con Diego? Estoy preocupada. No ha dicho mucho desde que llegó.Fantástico. Como si tuviera alguna respuesta lógica que dar.—No —respondo, sacudiendo la cabeza tan rápido que la capucha del abrigo se me resbala—. Igual papá tiene razón y tenemos que dejar que él solo pase el duelo. ¡Me voy!Quizás eso ha sido demasiado frío. Lotte ya no está y Diego no tiene más
Diego y mi madre llegan unas horas más tarde, cuando ya se ha hecho de noche. Escucho el suave murmullo de sus voces entrar en casa, y mi padre y yo nos miramos brevemente por encima de la mesa de cocina, en silencio. Apenas unos segundos después, mi madre es la única que cruza el umbral de la cocina con una sonrisa serena.—¿Ha ido bien? —pregunta mi padre, dejando la pantalla del portátil a un lado.Ella asiente mientras se quita la bufanda con movimientos lentos, como si saboreara el momento de tranquilidad.—Ha sido la primera vez que volvía a casa de Lotte desde el funeral —comenta, mientras se mueve por la cocina con una liviandad poco habitual últimamente—. Todo sigue igual, un poco más desordenado, pero... bueno, puede que me pase este fin de semana a limpiar algunas cosas.Mientras la escucho parlotear sobre las pocas horas que ha pasado con Diego, no puedo evitar darme cuenta de que pase lo que pase, mi madre siempre le tendrá cariño y pasar el más mínimo tiempo con él le ha
La música hace retumbar las paredes de la fraternidad y he perdido la noción del tiempo. No soy capaz de enfocar la pantalla de mi teléfono cuando quiero mirar la hora. Patty no para de enrollarse a lo bestia con Max, y Vera ha empezado a mezclar cosas raras de las botellas de la encimera.—¡Pruebalo! —me anima. El líquido tiene un color raro y lo termino volcando en la pila, un poco salpica a una chica.El estómago se me revuelve y busco algún vaso limpio en el que pueda echarme agua. Parece una misión imposible.—¿Buscas esto? —Un chico baila entre sus manos un vaso de cristal—. No vas a encontrar de los de plástico a estas alturas.El vaso está vacío, así que no dudo mucho en cogerlo y ponerlo bajo el grifo. El frescor de algo sin alcohol me asienta y me pone un poco los pies sobre la tierra.—Gracias.—¿Eres nueva por aquí? Nunca te había visto y me acordaría de una chica como tú.No me importaría hablar con alguien, de no ser por la peste a porro que destila y que tiene la camise
Cuando llego a mi habitación, la sensación familiar me envuelve y, por fin, recobro un poco la compostura. En la oscuridad distingo el orden habitual de mis cosas que me hacen sentir en control otra vez, aunque mi cabeza sigue aturdida por el alcohol.—Nate es majo —opino—. Seguramente se enrollen, han estado tonteando toooodo el camino. Y parecía que me conocía. Ha sido una buena noche, podrías haberte pasado. —Echo la vista sobre mi hombro mientras me quito el abrigo y lo dejo caer al suelo. Nate está apoyado en el marco de mi puerta y opino que nosotros deberíamos hacer lo mismo: enrollarnos y más—. ¿Vas a estar de mirón? Porque puedes quedarte ahí a ver como me quito la ropa, o terminar de pasar y quitármela tú.—Estás borracha —dice como si yo no lo supiera.Diga lo que diga no deja de mirarme con los ojos brillosos.—¿Y? —replico, y me acerco para plantarme delante de él—. El jueguito este de besarnos y que luego me trates mal deberia ser divertido para los dos.—No te trato mal
El fuerte sonido de la lluvia golpeando mi ventana, me despierta. Durante unos segundos, todavía entre dormida y despierta, pienso que hay música sonando en algún lugar, algo suave y constante. Pero luego, al abrir los ojos, me doy cuenta de que no es más que la lluvia y la resaca jugándome una mala pasada.Me muevo un poco en la cama, intentando apartar la sensación de pesadez. Pero no es una sensación. > Abro los ojos de sopetón y busco el peso sobre mi cintura. Es Diego. Su brazo se envuelve en mi y tengo la mejilla pegada a su otro brazo que a saber cuánto tiempo llevo usando de almohada. Puedo sentir el calor que emana su piel desnuda pegada a la mía, y todavía en la oscuridad parece algo irreal lo que ha pasado.Intento salir de entre sus brazos sin despertarlo. Repto por la cama completamente desnuda acostumbrándome a la oscuridad. Necesito ir al baño. En silencio, me pongo una camiseta que encuentro en el suelo, es de Diego. Es su camiseta, me queda enorme, pero me
La tormenta sigue rugiendo fuera, y aunque me he tapado con la manta hasta la barbilla, el miedo no me deja en paz. He intentado dormir. Lo juro. Pero el sonido de los truenos retumbando en el cielo me tiene completamente despierta, y ahora estoy tirada en el sofá del salón viendo una película romántica en la tele, con el volumen bajito para no despertar a nadie. Y por "nadie" me refiero a mi madre, porque sé que mi padre está despierto en cuanto escucho como crujen las escaleras.—¿Maggie? —pregunta en voz baja.Me asomo por el respaldo del sofá y lo veo con el pijama y sus pantunflas para el frío. No trae manta, ni almohada, pero sé que ha bajado a ver si he dejado el sofá libre para él.—No puedo dormir, ¿tú tampoco? —Sé que no me va a responder con la verdad.—Voy a por un vaso de leche. Anda, intenta dormir.Cuando se va, me pregunto qué es lo hará. ¿Dormir en el suelo de la habitación? ¿O están tan separados en la cama que casi se caen por los extremos? No sé por qué no se divor
Un rato más tarde seguimos en el sofá como si esto fuera lo normal en nosotros: estar acurrucados con la manta echada por encima. He vuelto a ser consciente de la tormenta en cuanto la luz se ha ido y nadie se ha molestado en ir y subir los plomos. Los relámpagos que iluminan la habitación de vez en cuando se encargan de darnos toda la luz que necesitamos.Arrastro la mejilla por su hombro. Está mirando al techo, con un brazo flexionado debajo de la cabeza y el otro echado sobre mi cintura. Ojalá supiera en qué piensa tanto, pero temo que si le pregunto se cierre en banda. —¿Vas a volver a ir a tu casa? —No sé por qué he pensado que preguntando eso iba a ser diferente.Se revuelve y me empuja para que me levante.—Deberíamos subir antes de que a tu padre se le ocurra bajar otra vez. Y ahí está, cerrándose en banda. Con un resoplido me empujo de su pecho y recojo mi ropa del suelo y algunos cojines que hay tirados. Siempre es lo mismo con él. Ya casi ni recuerdo la última vez que pud