Hoy por lo menos no llueve a mares, y aún si lo hiciera, no se me ocurriría pedirle a Diego el favor de acercarme al instituto. Después de lo que pasó anoche en la cocina lo último que quiero es cruzarme con él. Cada vez que cierro los ojos, siento sus manos en mi piel, sus labios apretando los míos, y cómo en un abrir y cerrar de ojos, se apartó como si hubiera cometido un error. No tiene sentido, y no sé si quiero intentar entenderlo. Todo lo que sé es que hoy necesito respirar lejos de él, aunque sea por unas horas.—Oye, cariño —me frena mi madre desde el marco de la puerta, justo lo que no quería—. ¿Has conseguido hablar con Diego? Estoy preocupada. No ha dicho mucho desde que llegó.Fantástico. Como si tuviera alguna respuesta lógica que dar.—No —respondo, sacudiendo la cabeza tan rápido que la capucha del abrigo se me resbala—. Igual papá tiene razón y tenemos que dejar que él solo pase el duelo. ¡Me voy!Quizás eso ha sido demasiado frío. Lotte ya no está y Diego no tiene más
Diego y mi madre llegan unas horas más tarde, cuando ya se ha hecho de noche. Escucho el suave murmullo de sus voces entrar en casa, y mi padre y yo nos miramos brevemente por encima de la mesa de cocina, en silencio. Apenas unos segundos después, mi madre es la única que cruza el umbral de la cocina con una sonrisa serena.—¿Ha ido bien? —pregunta mi padre, dejando la pantalla del portátil a un lado.Ella asiente mientras se quita la bufanda con movimientos lentos, como si saboreara el momento de tranquilidad.—Ha sido la primera vez que volvía a casa de Lotte desde el funeral —comenta, mientras se mueve por la cocina con una liviandad poco habitual últimamente—. Todo sigue igual, un poco más desordenado, pero... bueno, puede que me pase este fin de semana a limpiar algunas cosas.Mientras la escucho parlotear sobre las pocas horas que ha pasado con Diego, no puedo evitar darme cuenta de que pase lo que pase, mi madre siempre le tendrá cariño y pasar el más mínimo tiempo con él le ha
La música hace retumbar las paredes de la fraternidad y he perdido la noción del tiempo. No soy capaz de enfocar la pantalla de mi teléfono cuando quiero mirar la hora. Patty no para de enrollarse a lo bestia con Max, y Vera ha empezado a mezclar cosas raras de las botellas de la encimera.—¡Pruebalo! —me anima. El líquido tiene un color raro y lo termino volcando en la pila, un poco salpica a una chica.El estómago se me revuelve y busco algún vaso limpio en el que pueda echarme agua. Parece una misión imposible.—¿Buscas esto? —Un chico baila entre sus manos un vaso de cristal—. No vas a encontrar de los de plástico a estas alturas.El vaso está vacío, así que no dudo mucho en cogerlo y ponerlo bajo el grifo. El frescor de algo sin alcohol me asienta y me pone un poco los pies sobre la tierra.—Gracias.—¿Eres nueva por aquí? Nunca te había visto y me acordaría de una chica como tú.No me importaría hablar con alguien, de no ser por la peste a porro que destila y que tiene la camise
Cuando llego a mi habitación, la sensación familiar me envuelve y, por fin, recobro un poco la compostura. En la oscuridad distingo el orden habitual de mis cosas que me hacen sentir en control otra vez, aunque mi cabeza sigue aturdida por el alcohol.—Nate es majo —opino—. Seguramente se enrollen, han estado tonteando toooodo el camino. Y parecía que me conocía. Ha sido una buena noche, podrías haberte pasado. —Echo la vista sobre mi hombro mientras me quito el abrigo y lo dejo caer al suelo. Nate está apoyado en el marco de mi puerta y opino que nosotros deberíamos hacer lo mismo: enrollarnos y más—. ¿Vas a estar de mirón? Porque puedes quedarte ahí a ver como me quito la ropa, o terminar de pasar y quitármela tú.—Estás borracha —dice como si yo no lo supiera.Diga lo que diga no deja de mirarme con los ojos brillosos.—¿Y? —replico, y me acerco para plantarme delante de él—. El jueguito este de besarnos y que luego me trates mal deberia ser divertido para los dos.—No te trato mal
El fuerte sonido de la lluvia golpeando mi ventana, me despierta. Durante unos segundos, todavía entre dormida y despierta, pienso que hay música sonando en algún lugar, algo suave y constante. Pero luego, al abrir los ojos, me doy cuenta de que no es más que la lluvia y la resaca jugándome una mala pasada.Me muevo un poco en la cama, intentando apartar la sensación de pesadez. Pero no es una sensación. > Abro los ojos de sopetón y busco el peso sobre mi cintura. Es Diego. Su brazo se envuelve en mi y tengo la mejilla pegada a su otro brazo que a saber cuánto tiempo llevo usando de almohada. Puedo sentir el calor que emana su piel desnuda pegada a la mía, y todavía en la oscuridad parece algo irreal lo que ha pasado.Intento salir de entre sus brazos sin despertarlo. Repto por la cama completamente desnuda acostumbrándome a la oscuridad. Necesito ir al baño. En silencio, me pongo una camiseta que encuentro en el suelo, es de Diego. Es su camiseta, me queda enorme, pero me
La tormenta sigue rugiendo fuera, y aunque me he tapado con la manta hasta la barbilla, el miedo no me deja en paz. He intentado dormir. Lo juro. Pero el sonido de los truenos retumbando en el cielo me tiene completamente despierta, y ahora estoy tirada en el sofá del salón viendo una película romántica en la tele, con el volumen bajito para no despertar a nadie. Y por "nadie" me refiero a mi madre, porque sé que mi padre está despierto en cuanto escucho como crujen las escaleras.—¿Maggie? —pregunta en voz baja.Me asomo por el respaldo del sofá y lo veo con el pijama y sus pantunflas para el frío. No trae manta, ni almohada, pero sé que ha bajado a ver si he dejado el sofá libre para él.—No puedo dormir, ¿tú tampoco? —Sé que no me va a responder con la verdad.—Voy a por un vaso de leche. Anda, intenta dormir.Cuando se va, me pregunto qué es lo hará. ¿Dormir en el suelo de la habitación? ¿O están tan separados en la cama que casi se caen por los extremos? No sé por qué no se divor
Un rato más tarde seguimos en el sofá como si esto fuera lo normal en nosotros: estar acurrucados con la manta echada por encima. He vuelto a ser consciente de la tormenta en cuanto la luz se ha ido y nadie se ha molestado en ir y subir los plomos. Los relámpagos que iluminan la habitación de vez en cuando se encargan de darnos toda la luz que necesitamos.Arrastro la mejilla por su hombro. Está mirando al techo, con un brazo flexionado debajo de la cabeza y el otro echado sobre mi cintura. Ojalá supiera en qué piensa tanto, pero temo que si le pregunto se cierre en banda. —¿Vas a volver a ir a tu casa? —No sé por qué he pensado que preguntando eso iba a ser diferente.Se revuelve y me empuja para que me levante.—Deberíamos subir antes de que a tu padre se le ocurra bajar otra vez. Y ahí está, cerrándose en banda. Con un resoplido me empujo de su pecho y recojo mi ropa del suelo y algunos cojines que hay tirados. Siempre es lo mismo con él. Ya casi ni recuerdo la última vez que pud
Cuando me despierto, tardo unos segundos en comprender que Diego ya no está y que ha dejado mi ordenador sobre mi escritorio. Pateo las sábanas, aunque casi me enredo en ellas. Hoy la cafetera funciona perfecta porque ya no se va la luz, pese a que mi madre se sigue quejando de que algún día uno de estos cortes nos va a fastidiar los electrodomésticos.—Pasa todos los años, mamá. Es por las tormentas —le digo, intentando evitar enzarzarme en la misma discusión que tuvieron ayer mis padres.—Y todos los años es un incordio —replica, como si la rutina no fuera suficiente para recordárselo.La cafetera escupe mi café, y me aparto rápidamente para evitar que me salpique. Vivimos en una mala ciudad para alguien como yo, a quien le dan miedo las tormentas que persisten casi todo el invierno. Sin embargo, me gusta vivir aquí; hay algo en las calles conocidas, el olor a tierra mojada, y la sensación de que la vida, a pesar de todo, sigue su curso.—¿Papá se ha ido ya? —pregunto, intentando ca