Cuando llego a mi habitación, la sensación familiar me envuelve y, por fin, recobro un poco la compostura. En la oscuridad distingo el orden habitual de mis cosas que me hacen sentir en control otra vez, aunque mi cabeza sigue aturdida por el alcohol.—Nate es majo —opino—. Seguramente se enrollen, han estado tonteando toooodo el camino. Y parecía que me conocía. Ha sido una buena noche, podrías haberte pasado. —Echo la vista sobre mi hombro mientras me quito el abrigo y lo dejo caer al suelo. Nate está apoyado en el marco de mi puerta y opino que nosotros deberíamos hacer lo mismo: enrollarnos y más—. ¿Vas a estar de mirón? Porque puedes quedarte ahí a ver como me quito la ropa, o terminar de pasar y quitármela tú.—Estás borracha —dice como si yo no lo supiera.Diga lo que diga no deja de mirarme con los ojos brillosos.—¿Y? —replico, y me acerco para plantarme delante de él—. El jueguito este de besarnos y que luego me trates mal deberia ser divertido para los dos.—No te trato mal
El fuerte sonido de la lluvia golpeando mi ventana, me despierta. Durante unos segundos, todavía entre dormida y despierta, pienso que hay música sonando en algún lugar, algo suave y constante. Pero luego, al abrir los ojos, me doy cuenta de que no es más que la lluvia y la resaca jugándome una mala pasada.Me muevo un poco en la cama, intentando apartar la sensación de pesadez. Pero no es una sensación. > Abro los ojos de sopetón y busco el peso sobre mi cintura. Es Diego. Su brazo se envuelve en mi y tengo la mejilla pegada a su otro brazo que a saber cuánto tiempo llevo usando de almohada. Puedo sentir el calor que emana su piel desnuda pegada a la mía, y todavía en la oscuridad parece algo irreal lo que ha pasado.Intento salir de entre sus brazos sin despertarlo. Repto por la cama completamente desnuda acostumbrándome a la oscuridad. Necesito ir al baño. En silencio, me pongo una camiseta que encuentro en el suelo, es de Diego. Es su camiseta, me queda enorme, pero me
La tormenta sigue rugiendo fuera, y aunque me he tapado con la manta hasta la barbilla, el miedo no me deja en paz. He intentado dormir. Lo juro. Pero el sonido de los truenos retumbando en el cielo me tiene completamente despierta, y ahora estoy tirada en el sofá del salón viendo una película romántica en la tele, con el volumen bajito para no despertar a nadie. Y por "nadie" me refiero a mi madre, porque sé que mi padre está despierto en cuanto escucho como crujen las escaleras.—¿Maggie? —pregunta en voz baja.Me asomo por el respaldo del sofá y lo veo con el pijama y sus pantunflas para el frío. No trae manta, ni almohada, pero sé que ha bajado a ver si he dejado el sofá libre para él.—No puedo dormir, ¿tú tampoco? —Sé que no me va a responder con la verdad.—Voy a por un vaso de leche. Anda, intenta dormir.Cuando se va, me pregunto qué es lo hará. ¿Dormir en el suelo de la habitación? ¿O están tan separados en la cama que casi se caen por los extremos? No sé por qué no se divor
Un rato más tarde seguimos en el sofá como si esto fuera lo normal en nosotros: estar acurrucados con la manta echada por encima. He vuelto a ser consciente de la tormenta en cuanto la luz se ha ido y nadie se ha molestado en ir y subir los plomos. Los relámpagos que iluminan la habitación de vez en cuando se encargan de darnos toda la luz que necesitamos.Arrastro la mejilla por su hombro. Está mirando al techo, con un brazo flexionado debajo de la cabeza y el otro echado sobre mi cintura. Ojalá supiera en qué piensa tanto, pero temo que si le pregunto se cierre en banda. —¿Vas a volver a ir a tu casa? —No sé por qué he pensado que preguntando eso iba a ser diferente.Se revuelve y me empuja para que me levante.—Deberíamos subir antes de que a tu padre se le ocurra bajar otra vez. Y ahí está, cerrándose en banda. Con un resoplido me empujo de su pecho y recojo mi ropa del suelo y algunos cojines que hay tirados. Siempre es lo mismo con él. Ya casi ni recuerdo la última vez que pud
Cuando me despierto, tardo unos segundos en comprender que Diego ya no está y que ha dejado mi ordenador sobre mi escritorio. Pateo las sábanas, aunque casi me enredo en ellas. Hoy la cafetera funciona perfecta porque ya no se va la luz, pese a que mi madre se sigue quejando de que algún día uno de estos cortes nos va a fastidiar los electrodomésticos.—Pasa todos los años, mamá. Es por las tormentas —le digo, intentando evitar enzarzarme en la misma discusión que tuvieron ayer mis padres.—Y todos los años es un incordio —replica, como si la rutina no fuera suficiente para recordárselo.La cafetera escupe mi café, y me aparto rápidamente para evitar que me salpique. Vivimos en una mala ciudad para alguien como yo, a quien le dan miedo las tormentas que persisten casi todo el invierno. Sin embargo, me gusta vivir aquí; hay algo en las calles conocidas, el olor a tierra mojada, y la sensación de que la vida, a pesar de todo, sigue su curso.—¿Papá se ha ido ya? —pregunto, intentando ca
Vera me hace una videollamada porque no sabe si ponerse un vestido de cuero entubado o una de sus faldas de lentejuelas. En cuanto me la enseña recuerdo que Diego se burló llamándome "stripper" cuando me vio con ella puesta.—Cualquiera de los dos te quedará bien —le digo.Pone morritos ante la cámara.—¿Segura que no quieres venir? Podemos pasar a buscarte.—¿Podemos? —dudo.—Sí, Nate y yo. Va a venir a recogerme a las doce y media.—Prefiero quedarme en casa hoy —le contesto, esbozando una sonrisa para quitarle importancia. Aunque una parte de mí quiere estar ahí, la otra sabe que no soportaría la idea de encontrarme con Diego por mucho que durante toda la semana haya intentado hablar con él sin éxito. Vera suspira y ladea la cabeza, mirándome con sus ojos entrecerrados.—En serio —le aseguro—. Tu pásatelo bien y ya me contarás que es eso de Nate.Nos despedimos, y aunque trato de centrarme en algo más, la sensación de vacío se cuela entre mis pensamientos. Por un segundo, casi lla
Por la mañana cojo el autobús y Vera me está esperando con cara de cachorro en mi taquilla.—¿Estás bien? —me pregunta.—Sí, claro, ¿por qué no lo estaría?—Por que estás súper pillada por Diego y él es un gilipollas contigo.—Vaya, gracias —musito con una risotada—. Pensaba que no serías tan explícita.Cierro mi taquilla y echa a caminar a mi lado. Los pasillos ya están llenos de pancartas para la graduación, y hay un montón de papeles en el tablón de anuncios (y junto al baño) pidiendo que la gente se apunte a ayudar con los preparativos. He dudado en si apuntarme o no, podría ser lo que necesito para entretenerme, pero mis notas no son las mejores, todavía no sé que haré después del verano y se me va a pasar el plazo de solicitud.—¿Os queréis apuntar como voluntarias? ¡La graduación está al caer! ¡Ayuda a la causa y tendrás buen karma! —canturrea la chica que todos los años se autoproclama presidenta del comité estudiantil.—Nos llevamos el folleto, lo miraremos —dice Vera, que lo
Diego suelta un suspiro y, con lentitud irritante, aparta las manos de ella y me dirige una mirada fulminante. Por un segundo pienso que va a ignorarme, que me dejará ahí de pie mientras todos observan, como si fuera una de esas escenas de película en las que te parten el corazón con una sola palabra o gesto.—Sí —responde, cortante—. Dame un momento, ¿vale?La rubia frunce el ceño, pero se levanta de mala gana, ajustándose el vestido y lanzándome una última mirada de desprecio antes de darle espacio para que se incorpore.Diego rodea la tumbona en la que estaba sentado, y esa chica le pasa las uñas largas pintadas de rojo por el brazo.—¿Qué haces aquí? —me pregunta, bajando la voz mientras se inclina un poco hacia mí, como si el ruido de la fiesta pudiera escuchar nuestra conversación.—¿Por qué no me has dicho que vas a irte de casa?—Porque no tiene tanta importancia. Es mi vida —replica sin darle importancia. —¿Y crees que no me importa tu vida o que no me importas tú? —le espeto