Cuando me despierto, tardo unos segundos en comprender que Diego ya no está y que ha dejado mi ordenador sobre mi escritorio. Pateo las sábanas, aunque casi me enredo en ellas. Hoy la cafetera funciona perfecta porque ya no se va la luz, pese a que mi madre se sigue quejando de que algún día uno de estos cortes nos va a fastidiar los electrodomésticos.—Pasa todos los años, mamá. Es por las tormentas —le digo, intentando evitar enzarzarme en la misma discusión que tuvieron ayer mis padres.—Y todos los años es un incordio —replica, como si la rutina no fuera suficiente para recordárselo.La cafetera escupe mi café, y me aparto rápidamente para evitar que me salpique. Vivimos en una mala ciudad para alguien como yo, a quien le dan miedo las tormentas que persisten casi todo el invierno. Sin embargo, me gusta vivir aquí; hay algo en las calles conocidas, el olor a tierra mojada, y la sensación de que la vida, a pesar de todo, sigue su curso.—¿Papá se ha ido ya? —pregunto, intentando ca
Vera me hace una videollamada porque no sabe si ponerse un vestido de cuero entubado o una de sus faldas de lentejuelas. En cuanto me la enseña recuerdo que Diego se burló llamándome "stripper" cuando me vio con ella puesta.—Cualquiera de los dos te quedará bien —le digo.Pone morritos ante la cámara.—¿Segura que no quieres venir? Podemos pasar a buscarte.—¿Podemos? —dudo.—Sí, Nate y yo. Va a venir a recogerme a las doce y media.—Prefiero quedarme en casa hoy —le contesto, esbozando una sonrisa para quitarle importancia. Aunque una parte de mí quiere estar ahí, la otra sabe que no soportaría la idea de encontrarme con Diego por mucho que durante toda la semana haya intentado hablar con él sin éxito. Vera suspira y ladea la cabeza, mirándome con sus ojos entrecerrados.—En serio —le aseguro—. Tu pásatelo bien y ya me contarás que es eso de Nate.Nos despedimos, y aunque trato de centrarme en algo más, la sensación de vacío se cuela entre mis pensamientos. Por un segundo, casi lla
Por la mañana cojo el autobús y Vera me está esperando con cara de cachorro en mi taquilla.—¿Estás bien? —me pregunta.—Sí, claro, ¿por qué no lo estaría?—Por que estás súper pillada por Diego y él es un gilipollas contigo.—Vaya, gracias —musito con una risotada—. Pensaba que no serías tan explícita.Cierro mi taquilla y echa a caminar a mi lado. Los pasillos ya están llenos de pancartas para la graduación, y hay un montón de papeles en el tablón de anuncios (y junto al baño) pidiendo que la gente se apunte a ayudar con los preparativos. He dudado en si apuntarme o no, podría ser lo que necesito para entretenerme, pero mis notas no son las mejores, todavía no sé que haré después del verano y se me va a pasar el plazo de solicitud.—¿Os queréis apuntar como voluntarias? ¡La graduación está al caer! ¡Ayuda a la causa y tendrás buen karma! —canturrea la chica que todos los años se autoproclama presidenta del comité estudiantil.—Nos llevamos el folleto, lo miraremos —dice Vera, que lo
Diego suelta un suspiro y, con lentitud irritante, aparta las manos de ella y me dirige una mirada fulminante. Por un segundo pienso que va a ignorarme, que me dejará ahí de pie mientras todos observan, como si fuera una de esas escenas de película en las que te parten el corazón con una sola palabra o gesto.—Sí —responde, cortante—. Dame un momento, ¿vale?La rubia frunce el ceño, pero se levanta de mala gana, ajustándose el vestido y lanzándome una última mirada de desprecio antes de darle espacio para que se incorpore.Diego rodea la tumbona en la que estaba sentado, y esa chica le pasa las uñas largas pintadas de rojo por el brazo.—¿Qué haces aquí? —me pregunta, bajando la voz mientras se inclina un poco hacia mí, como si el ruido de la fiesta pudiera escuchar nuestra conversación.—¿Por qué no me has dicho que vas a irte de casa?—Porque no tiene tanta importancia. Es mi vida —replica sin darle importancia. —¿Y crees que no me importa tu vida o que no me importas tú? —le espeto
El trío de personas que se morrea detrás del contenedor de basura se nos queda mirando cuando casi me tropiezo con la chica que hay de rodillas con el pintalabios corrido por toda la cara. >¿Y yo por qué diablos le estoy siguiendo? Acabamos de discutir y sea dónde sea que terminemos, vamos a seguir peleados. Sin embargo aquí estoy, siguiéndolo calle abajo, alejándonos de la fiesta en completo silencio y a metros de distancia. De vez en cuando echa la vista atrás y cuando comprueba que voy detrás de él, sigue sin bajar el ritmo. Su coche está aparcado cerca de la residencia femenina del campus, a mitad de camino el calor de la discusión se ha disipado y empiezo a tener frío. Diego se quita la chaqueta.—Póntela.—Estoy bien —sólo por orgullo prefiero morirme de frío.—Que te la pongas y dejes de replicar.Aprieto los labios y sigo cruzada de brazos. Él frena pero yo sigo caminando sin saber muy bien a dónde voy. Debería haberme colado de nuevo en la fraternidad antes que e
—¿Brianna? —indago.Se pasa las manos por el pelo levantándose del sofá.—No tiene importancia —dice extendiéndome la mano—. Vamos.—¿Y si no tiene importancia por qué te llama a las tantas de la madrugada un viernes? —señalo de vuelta al sofá viendo que si por él fuera dejaría correr el tema—. Planta tu culo aquí y dame una explicación. —Te estoy diciendo que no es nadie.—¿Sabes que mi mejor amiga y tu amigo están liados? Tipo muuuy liados. O lo suficiente como para que yo sepa que te has estado viendo con una chica. ¿Te vas a sentar y me lo vas a explicar o me pillo un taxi a casa?Sopesa las opciones y finalmente se deja caer en el sofá. Es evidente que algo dentro de él ha cambiado demasiado si está dejando que yo le reclame cosas sin que me discuta de vuelta. —No es nadie. Me la presentó una amiga hace cosa de meses y teníamos rollos tontos de vez en cuando —se rasca la nuca, parece avergonzado de estarme contando esto—. La he estado viendo estas semanas pero no hemos hecho na
El volumen de la radio es como el hilo musical de las tiendas: nos acompaña pero no sirve para llenar el silencio. De reojo veo a Diego concentrado en la carretera, con el codo apoyado en la ventanilla y toqueteándose los labios cada tanto.—No te estás arrepintiendo de haber hablado, ¿verdad?—No, que va.—Ah, es que estás... silencioso. Vamos como siempre, no sé que me sorprende —admito.—No es nada.Sin embargo ese "nada" es tan poco creíble que, cuando me deja delante de casa, no quiero bajarme. Si me quedo aquí con él, las cosas no podrán cambiar tan drásticamente; si me bajo, quién sabe si va a correr a bloquearme de todas partes y a ignorarme como estas semanas.—¿No vas a entrar? —dudo. El coche de mis padres está ahí aparcado y seguro que a mi madre le vendrá genial ver que Diego sigue pasándose por casa.—Hoy no. —No te cierres en banda otra vez —replico.—No me estoy... —sisea y apoya la cabeza contra el siento—. Tengo cosas que hacer, Maggie, eso es todo. Te hablaré cuand
Cuando me levanta un sólo centímetro del suelo, mis piernas ya lo están rodeando. Envuelvo los brazos alrededor de su cuello, buscando acercarlo más si es que es posible. Diego me apoya contra la puerta, amasándome el culo mientras nos enrollamos como dos completos animales. Lo disfruto tanto que casi pierdo la noción.—¡¿Diego?! ¡¿Maggie?! ¿Váis a bajar? —La voz de mi madre atraviesa los pasillos de casa y se cuela por debajo del hueco de la puerta.Diego gruñe y algo reticente me baja al suelo. —Deberías bajar —opino.—¿Y tú?—Yo voy a ducharme, a ver si consigo quitarme los kilos de laca que me he echado esta mañana. He tenido las fotos del anuario hoy. —Me escabullo por su lado y recojo mi mochila del suelo para dejarla junto al escritorio—. Asumo que te quedas a cenar.—Y a dormir. El sofá de Nate es una mierda. Levanto la cabeza rápida, con los ojos abiertos. La idea de tenerlo en casa —y tan cerca— todos los días otra vez me llena de anticipación, pero también de una inquietu