48

MAGGIE

Me siento al lado de Diego, pero el silencio entre nosotros es abrumador. El motor ronronea suavemente, pero no es suficiente para llenar el vacío.

Quiero decir algo, cualquier cosa, pero no sé por dónde empezar. No quiero echarle en cara lo que ha pasado, no ahora. Aunque estoy enfadada, también estoy preocupada. Su mandíbula sigue apretada, sus nudillos ensangrentados descansan sobre el volante, y la tensión en su cuerpo se siente como un muro entre los dos.

—¿Te duele? —mi voz rompe el silencio, más suave de lo que esperaba.

Diego no responde. Sus ojos permanecen fijos en la carretera, y su agarre en el volante se tensa aún más.

—Diego… —intento otra vez, pero me corta con un suspiro pesado.

—Estoy bien, Maggie —responde, seco.

Miro por la ventana, sintiendo cómo se me forma un nudo en el estómago. La rabia por lo que ha pasado se mezcla con el dolor de verlo así, cerrado, distante.

Cuando llegamos a casa, Diego apaga el motor y se queda sentado un momento, mirando al vacío.
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