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MAGGIE

La idea de ducharnos juntos parecía simple y rápida, y no ha sido ni simple ni mucho menos rápida. He echado a Diego del baño hace un rato, para no levantar sospechas, y ahora, mientras me seco el pelo con una toalla, vuelve a llamar a la puerta con los nudillos.

—¿Qué pasa? —dudo.

Se ha vestido, con unos pantalones de chándal grises y una sudadera negra. El pelo todavía le gotea un poco y está guapísimo. Yo sigo enrollada en una toalla blanca que a penas me cubre.

Me doy cuenta de que ya no parece tan alegre a como lo estaba en el jardín o en la ducha mientras me susurraba guarradas. Los ojos le oscilan por mi cuerpo, abriendo la boca un par de veces sin decir nada.

—¿Diego? —insisto, acercando mi mano a su barbilla le obligo a mirarme— ¿Estás bien?

Relamiéndose los labios, asiente. Sacude un poco la cabeza y se revuelve.

—¿Me acompañas a mi casa? Quiero ver... ir, no sé, a ver cómo están las cosas.

Vaya. Estas cosas las ha hecho con mi madre, a mi ni siquiera me ha contado n
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