28

DIEGO

El olor a café me despierta, estoy a punto de tener un infarto cuando bajo corriendo las escaleras, pero sólo es Maggie. ¿Por qué coño esto me decepciona? No esperaba que de verdad... Joder. Soy un puto desastre.

—He encontrado café —dice, y me desliza una taza que debía ser para ella—. Es algo tarde, ¿quieres que nos quedemos aquí hoy también?

Miro el reloj colgado de la pared, le cuesta mover las agujas y se lo arreglé mil veces a mi abuela. A duras penas marca las doce de la mañana. Me siento aliviado, pero el nudo en mi pecho no se disuelve del todo.

—¿Llevas mucho despierta?

—Despierta sí, fuera de la cama va a ser que no. ¿Has dormido bien? —Se estira para coger otra taza, consigo verla los cachetes del culo, y cuando se apoya con inocencia contra la encimera, tiene que repetirme la pregunta.

La realidad es que desde el funeral de mi abuela no he tenido una noche decente. Las pocas veces que descanso algo es porque estoy con ella. Maggie me recuerda tanto a las cosas cua
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