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MAGGIE

El martes, tal y como planeamos, me escaqueo de las clases para que Diego me dé una vuelta por el campus. En realidad estoy emocionada. La vida universitaria es mucho más madura.

Vera hoy tampoco ha ido a clase, textualmente ha dicho: << Si no vamos a cotillear ¿cuál es el caso? >> Tiene razón, ya no hacemos nada en clase. Me envía una foto del vestido que su madre ya ha terminado y, al lado, los zapatos que ha encontrado.

—¿Y esa cara? —me pregunta Diego. Me está mirando de reojo, con una media sonrisa que no puedo evitar encontrar encantadora—. ¿Tan pocas ganas tienes de ver tu futura facultad?

—Mira el vestido de Vera, es precioso. Se lo ha hecho tu madre. ¿Te gusta?

Aprovecha que estamos parados en un semáforo para ver la foto, a penas le presta atención. Se encoge de hombros y sigue conduciendo.

—Me gustas más tú —suelta, y me deja pasmada. Le ha salido tan natural decirlo que me cuesta hasta tomarlo enserio.

—Digo el vestido, idiota —replico, intentando contrastar el calo
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