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DIEGO

—¿Me queda como te lo imaginabas?

No, le queda mejor. Pero soy incapaz de decirlo porque estoy clavado al suelo como un gilipollas, admirándola. Me relamo los labios y no hago ni un sólo esfuerzo por dejar de imaginarme las mil cosas que quiero hacerle.

Ella se balancea, despacio, alisándose la falda con las manos como si quisiera asegurarse de que la miro. Por supuesto que la miro. No podría mirar a otra cosa aunque quisiera.

—¿Entonces...?

Toda la sangre me baja a la polla. Coloco las manos alrededor de su cintura, que me resbalan por la tela suave de color verde. Sabía que este color le quedaría justo así, como a una princesa, una de lo más follable.

—Estás preciosa —admito.

Ayer me tocó tanto las pelotas con su insistencia que en el fondo me terminó agradando lo incómoda que estaba en el bar. ¿Por qué cojones no me escucha cuando le hablo? Se moría por que nos fuéramos, pero es tan cabezota y orgullosa que hasta su sonrisa falsa parecía sincera.

Pero es Maggie, yo ya sé qu
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