MAGGIENo estoy convencida del todo cuando hago la matrícula con mis padres y ¡por fin! tengo el futuro más decidido. Mi madre me pregunta si estoy segura, yo me encojo de hombros y envío la matrícula. Los dos me animan, pero algo en el ambiente me tiene rara. Trabajo social. Sé que me gusta, sé que tiene sentido, pero no puedo dejar de preguntarme si esto es lo que realmente quiero. O si solo estoy intentando convencerme de que tiene sentido porque es lo que parece que debería hacer.Cuando me desplomo en mi cama mirando el techo, en lugar de quedarme a darle vueltas al tema, acepto el plan que Patty había propuesto: una cena de chicas. Ella ya nos está esperando cuando Vera y yo bajamos del bus. Está de pie junto a la entrada del restaurante, con un vestido ajustado que claramente grita "esto no es solo una cena". Nos recibe con los brazos abiertos y una sonrisa que podría iluminar toda la ciudad.—¡Por fin! Creía que me iba a convertir en estatua esperando aquí —dice, echándonos lo
MAGGIELa idea de ducharnos juntos parecía simple y rápida, y no ha sido ni simple ni mucho menos rápida. He echado a Diego del baño hace un rato, para no levantar sospechas, y ahora, mientras me seco el pelo con una toalla, vuelve a llamar a la puerta con los nudillos.—¿Qué pasa? —dudo.Se ha vestido, con unos pantalones de chándal grises y una sudadera negra. El pelo todavía le gotea un poco y está guapísimo. Yo sigo enrollada en una toalla blanca que a penas me cubre. Me doy cuenta de que ya no parece tan alegre a como lo estaba en el jardín o en la ducha mientras me susurraba guarradas. Los ojos le oscilan por mi cuerpo, abriendo la boca un par de veces sin decir nada.—¿Diego? —insisto, acercando mi mano a su barbilla le obligo a mirarme— ¿Estás bien?Relamiéndose los labios, asiente. Sacude un poco la cabeza y se revuelve.—¿Me acompañas a mi casa? Quiero ver... ir, no sé, a ver cómo están las cosas.Vaya. Estas cosas las ha hecho con mi madre, a mi ni siquiera me ha contado n
DIEGOHe estado a punto de dar la vuelta a medio camino, arrepentido de querer venir. Es raro de cojones estar aquí, el silencio es demasiado estridente. ¿Por qué cojones Maggie no habla? Si normalmente no puede cerrar la boca.—Si vamos a pasar aquí todo el día deberíamos hacer algo —dice, apoyada contra el marco de la puerta.Si cierro los ojos puedo recordar cómo la vi en esta casa por última vez. Se sentó conmigo en las escaleras del porche intentando no llorar, vestida completamente de negro y tan triste que casi me tocó consolarla a mí. Casi.La vez que estuve aquí con su madre todo estaba mucho peor, desorganizado y con los muebles aún desperdigados por el funeral. Shanon ha hecho mucho. Ésta habitación apestaba a cerrado, y a los últimos días de mi abuela; y yo tenía la casa llena de ceniceros hasta los topes de todas esas veces que la ansiedad me podía.—Deberíamos —concuerdo.—Pues venga —me anima, y la veo extenderme la mano con una ligera sonrisa, que aunque le tira de los
DIEGOEl olor a café me despierta, estoy a punto de tener un infarto cuando bajo corriendo las escaleras, pero sólo es Maggie. ¿Por qué coño esto me decepciona? No esperaba que de verdad... Joder. Soy un puto desastre. —He encontrado café —dice, y me desliza una taza que debía ser para ella—. Es algo tarde, ¿quieres que nos quedemos aquí hoy también?Miro el reloj colgado de la pared, le cuesta mover las agujas y se lo arreglé mil veces a mi abuela. A duras penas marca las doce de la mañana. Me siento aliviado, pero el nudo en mi pecho no se disuelve del todo.—¿Llevas mucho despierta?—Despierta sí, fuera de la cama va a ser que no. ¿Has dormido bien? —Se estira para coger otra taza, consigo verla los cachetes del culo, y cuando se apoya con inocencia contra la encimera, tiene que repetirme la pregunta. La realidad es que desde el funeral de mi abuela no he tenido una noche decente. Las pocas veces que descanso algo es porque estoy con ella. Maggie me recuerda tanto a las cosas cua
MAGGIEEl martes, tal y como planeamos, me escaqueo de las clases para que Diego me dé una vuelta por el campus. En realidad estoy emocionada. La vida universitaria es mucho más madura.Vera hoy tampoco ha ido a clase, textualmente ha dicho: > Tiene razón, ya no hacemos nada en clase. Me envía una foto del vestido que su madre ya ha terminado y, al lado, los zapatos que ha encontrado.—¿Y esa cara? —me pregunta Diego. Me está mirando de reojo, con una media sonrisa que no puedo evitar encontrar encantadora—. ¿Tan pocas ganas tienes de ver tu futura facultad?—Mira el vestido de Vera, es precioso. Se lo ha hecho tu madre. ¿Te gusta?Aprovecha que estamos parados en un semáforo para ver la foto, a penas le presta atención. Se encoge de hombros y sigue conduciendo.—Me gustas más tú —suelta, y me deja pasmada. Le ha salido tan natural decirlo que me cuesta hasta tomarlo enserio.—Digo el vestido, idiota —replico, intentando contrastar el calo
MAGGIEA pesar de su rabieta estúpida, aquí estamos. Ha plantado el culo en el hueco a mi lado y finge que no pasa nada cuando en realidad está tenso como una cuerda.El bar es pequeño, con mesas de madera desgastada y una iluminación cálida que intenta —sin mucho éxito— darle un aire acogedor. La música suena a un volumen lo suficientemente bajo como para mantener una conversación, pero lo suficientemente alto como para cubrir los silencios incómodos. Entre eso y los olores... No me sorprendería que este lugar fuera su refugio habitual; tiene ese aire de sitio donde puedes perderte sin que nadie haga preguntas.Sus amigos resultan... extravagantes, extrovertidos. No son precisamente mi tipo de gente. Me siento como un pez fuera del agua, pero me niego a admitirlo. En cambio, pongo mi mejor sonrisa falsa.—¿Y tú no eres un poco pequeña para Diego? La pregunta viene de una de las gemelas, Gina o Tina, no soy capaz de diferenciarlas. Tiene el pelo castaño alborotado en perfectas ondas
MAGGIETampoco le cuento nada a Vera o a Patty cuando hablamos. Caminando con Vera por los pasillos del institutto sin mucho que hacer me limito a decir que: "son una panda de gilipollas con los que no congenié". —Yo quedé anoche con Nate —me cuenta, y me parece mejor hablar de sus escarceos que de los míos—. Un rato en su coche, mi madre casi nos pilla. ¿A qué no sabes? Ya he mirado la residencia de estudiantes de la universidad. Es algo cara, así que seguramente tenga que ponerme a trabajar. —¿Vas a trabajar tú? Se te van a romper las uñas —bromeo chinchándola.---Diego me ha traído a clase esta mañana contra todo pronóstico. No nos hemos dicho mucho y el viaje ha sido de lo más incómodo, así que no sé si espero encontrárlo cuando salgo de clase. No está. y por eso vuelvo en autobús.En casa no hay nadie, así que puedo tirarme horas para decidirme por qué película quiero ver, aunque sigo haciendo zapping entre las cientas de películas que ya he visto alguna vez, cuando la puerta s
DIEGO—¿Me queda como te lo imaginabas? No, le queda mejor. Pero soy incapaz de decirlo porque estoy clavado al suelo como un gilipollas, admirándola. Me relamo los labios y no hago ni un sólo esfuerzo por dejar de imaginarme las mil cosas que quiero hacerle. Ella se balancea, despacio, alisándose la falda con las manos como si quisiera asegurarse de que la miro. Por supuesto que la miro. No podría mirar a otra cosa aunque quisiera.—¿Entonces...?Toda la sangre me baja a la polla. Coloco las manos alrededor de su cintura, que me resbalan por la tela suave de color verde. Sabía que este color le quedaría justo así, como a una princesa, una de lo más follable.—Estás preciosa —admito.Ayer me tocó tanto las pelotas con su insistencia que en el fondo me terminó agradando lo incómoda que estaba en el bar. ¿Por qué cojones no me escucha cuando le hablo? Se moría por que nos fuéramos, pero es tan cabezota y orgullosa que hasta su sonrisa falsa parecía sincera.Pero es Maggie, yo ya sé qu