Entrega y valor

La ciudad seguía latiendo afuera, indiferente, con sus luces frías y su ruido sordo. Pero en ese departamento, el tiempo se había detenido.

Eva sintió el roce tibio de los dedos de Alejandro sobre su cintura, un toque que hablaba más de necesidad que de deseo inmediato. Sus labios, suaves y temblorosos, buscaron los de ella con una mezcla de urgencia y devoción, como si cada beso fuera una oración que intentara sanar las heridas del alma. No se besaban para olvidar, sino para recordar. Recordar quiénes eran cuando todo era incierto, lo que habían superado a contracorriente, lo que se prometían en silencio sin necesidad de palabras.

Sus cuerpos comenzaron a acercarse con lentitud, como si temieran romper la frágil quietud que se había tejido entre ellos. El calor que emanaban era distinto al del deseo físico; era el calor de dos personas que se habían sostenido mutuamente en la oscuridad, y ahora buscaban, en ese contacto, el ancla que les devolviera la sensación de pertenencia. Alejan
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