«La noche está oscura debido a las nubes en el cielo, como si la naturaleza compartiera tu pesar. A tus veintitrés años, te sientes devastada: tu novio te ha dejado el mismo día en que esperabas una propuesta de matrimonio».
Esta mañana, al salir de tu departamento hacia el trabajo, encontraste una nota de Cristian deseándote buenos días, una de las muchas pequeñas tradiciones que comparten. Trabajas como pasante en un prestigioso bufete de abogados, un puesto que has conseguido gracias a un amigo de la familia. Aunque eres consciente de las expectativas de tus padres, que te han criado con amor, pero también con altas demandas, te sientes orgullosa de haber completado tu carrera sin interrupciones, algo que pocos de tus compañeros lograron.
Sin embargo, tu vida profesional no es fácil. Tu jefe, un hombre casi mítico en el mundo legal, te pide que te quedes hasta tarde para cerrar el bufete. Esto te hace llegar tarde a tu cita con Cristian, quien te ha enviado un mensaje durante el almuerzo invitándote a cenar a las ocho en un conocido restaurante de la ciudad.
Conoces a Cristian desde el primer año de la universidad. Aunque no eres una persona que destaque en tu pequeño pueblo ni en la ciudad, Cristian, con su popularidad y carisma, te ha cautivado. Es él quien toma la iniciativa en su relación, desde definir la fecha oficial de su noviazgo hasta decidir mudarse juntos. Hace unos meses, incluso mencionó la posibilidad de mudarse a una casa más grande, lo que alimenta tus esperanzas sobre una propuesta matrimonial.
Al darte cuenta de la hora, te apresuras a prepararte para la cita. Después de cerrar el bufete y pedir un taxi, te diriges a tu departamento. Te cambias con cuidado, eligiendo un atuendo que sabes que Cristian adora. Te maquillas discretamente, siguiendo los consejos de tu madre para realzar tu belleza natural. Aunque a menudo te sientes presionada por las expectativas de tu madre sobre tu apariencia, esta noche quieres estar perfecta para Cristian.
Sin embargo, nada puede prepararte para el golpe emocional que recibirás más tarde, una traición que te sumirá en una tormenta de emociones y desafíos, tanto en tu vida personal como profesional.
Cristian decide que lo mejor es que se encuentren directamente en el restaurante, por lo que tus sentidos detectivescos se activan aún más. Hace un tiempo, ambos hablaron de que después de graduarse lo mejor sería dar el siguiente paso. Y aunque formalmente aún no eres licenciada, ya estás trabajando y te sientes como si lo fueras. Al estar lista, vuelves a pedir un taxi desde tu app y pagas anticipado con tu tarjeta, porque la cartera que llevas es pequeña y no puedes llevar tu billetera.
Al llegar al restaurante, te das cuenta de que el lugar es más hermoso de lo que recordabas. Está lleno de luces amarillas que le dan un toque íntimo. Hay filas para entrar, por lo que estás segura de que Cristian ha hecho la reserva con anticipación. Te sientes un poco nerviosa con toda la situación, y no estás segura si aceptarías una propuesta porque realmente quieres o solo porque él te la va a pedir.
Sin embargo, al encontrarte con él, lo notas muy distante para la ocasión. Entiendes que por su trabajo está intranquilo e irritable, ya que muchas veces no vuelve a dormir a casa. Aun así, esperas que cuando te vea te diga algo lindo sobre tu ropa o tu cabello. Lo llevas muy largo, por debajo de la cintura, tal como a él le gusta. No te lo has cortado en casi seis años porque cada vez que se ven él te dice lo bonita que te ves con el cabello suelto.
Han empezado a convivir hace un par de años, lo que ha causado unas cuantas discusiones. Siempre que discuten, él se pone tenso, como ahora. Sin embargo, no ves la razón para que esté así. La última vez fue por los hijos. Él dice no estar listo para hijos, pero tú sueñas con tener uno pronto. Sabes que eso haría felices a tus padres, que se han jubilado recientemente y tienen tiempo de sobra para estar con sus futuros nietos. No quieres que tus hijos no conozcan a sus abuelos por esperar mucho. Pese a eso, Cristian puso el grito en el cielo cuando mencionaste que deseabas tener hijos. Te dijo que era una locura imaginarse con un hijo si ni siquiera se han casado y menos recibido. Después de unos días peleados, no han vuelto a hablar del tema.
Le preguntas a Cristian qué le pasa para que esté en ese estado de ánimo. Para tu sorpresa, él te dice que eres tú lo que lo incomoda.
—Camila, estoy cansado de que siempre estés molestándome —dice el joven, como si tu mera presencia lo irritara.
Nunca lo has visto tan encolerizado. Es como si fuera otra persona. Ni en la peor de sus peleas ha sido tan cruel contigo.
—Cris, no entiendo —respondes, sintiéndote avasallada por las emociones que él te está transmitiendo en ese momento.
Él no es una persona agresiva ni contigo ni con otros. Nunca te ha gritado y mucho menos te ha faltado el respeto. Aun así, ahora está haciendo todo eso al mismo tiempo y delante de todos los presentes en el restaurante, quienes ante la voz de Cristian han volteado a verlos. La vergüenza se apodera de ti.
—Cris, hablemos —le pides para tratar de calmarlo.
Las personas no quitan la vista de su mesa y ya tienes ganas de llorar por cómo se está presentando la noche. Pero a él no parece importarle y sigue hasta que finalmente te dice que todo se ha terminado entre ustedes. Que busques dónde quedarte a dormir porque él está saliendo con otra chica, y la va a llevar a vivir con él a partir de ese día.
No puedes creerlo. Tu novio y compañero por casi cinco años no solo te está dejando, sino que te está contando que te ha sido infiel. Y para ser más cruel, al mismo tiempo te está echando de tu propio hogar. Sin que puedas asimilar lo que está pasando, él se apresura y pide la cuenta. Después de eso, se levanta de la mesa con gran desdén. Te acaba de romper el corazón como si no hubieras sido nadie para él todo este tiempo. Incluso menos que un cliente o un rival al que busca destruir. Te ha avergonzado ante todos.
—Toma, mi parte de la cena —te dice Cristian mientras tira dinero sobre la mesa.
—Espera. No entiendo lo que está pasando aquí. Pensé que me querías —afirmas con los ojos llenos de lágrimas.
Él, sin mirarte, toma sus cosas y sale del lugar dejándote con la palabra en la boca. No solo estás destrozada, sino que tu cabeza es un lío de preguntas. ¿Por qué no te diste cuenta de lo que pasaba? ¿Tan ciega has podido ser?
Para peor, la mesera que los ha atendido acaba de poner la cuenta en tu mano. Por un instante, te quedas inmóvil. No deseas ver a tu alrededor ni enfrentar la realidad. Si bien ha sido un día horrible, esperas que todo sea solo un sueño. De esos que parecen muy reales, pero que cuando despiertas te dan tranquilidad. Sin embargo, no lo es. No tienes tanta imaginación para soñar algo tan horrible.
—Yo no traje dinero —dices, muy avergonzada.
A la mesera no le queda más remedio que llamar al gerente para que hable contigo. Él, al no saber de qué se trata la situación, es muy grosero, pensando que tratas de engañarlo. Por suerte, la mesera siente pena por ti, especialmente después de que su jefe te dice que si no pagas, va a llamar a la policía. Ella se acerca y te recomienda que llames a alguien para que te ayude a pagar la cuenta. Aún tienes tu teléfono, y puede que conozcas a alguien dispuesto a darte una mano.
—Escucha, mi jefe no es tan malo. Seguramente alguien puede hacerte una transferencia. Así podrás irte tranquila —te indica la mesera.
Después de estas palabras de aliento, llamas a tu única y mejor amiga. Le pides que te haga el favor de transferirte dinero a tu cuenta para poder pagar la cena. Guadalupe lo hace sin entender qué está pasando, ya que no le has contado lo ocurrido. Por un lado, porque te da mucha vergüenza y por otro, para que tu amiga no salga corriendo a querer matar a Cristian. Ese tipo nunca le ha caído bien a Guadalupe, y no estás ni de humor ni con la fuerza emocional para escuchar las palabras «te lo dije».
—¿Pelearon con Cristian? —pregunta Guadalupe.
Ignoras la pregunta de tu amiga y solo le dices que necesitas que te deje dormir en su casa, a lo que ella accede sin objeción. Guadalupe aún vive con sus padres, por lo que no tiene mucho espacio para recibirte. Pero sabe que, si le pides eso, es porque algo muy malo ha pasado entre tú y Cristian.
Finalmente, sales del restaurante sintiéndote derrotada. Las personas han visto todo lo ocurrido e incluso algunos hablan cerca de ti. Aunque sabes que podrías haber usado un montón de argumentos frente al dueño del local, siendo que eres abogada, no has podido pensar con claridad. Tu mente está en blanco, tu corazón destrozado y tu piel erizada por el frío que sientes. Ni el clima se pone de tu lado esta noche. El cielo está nublado y hay mucho viento. Las estrellas se han refugiado detrás de las nubes, algo que deseas hacer también. Quieres llegar pronto a la casa de tu amiga para poder hacer lo mismo en sus brazos.
Aunque sabías que iba a hacer un poco de frío, ya que habías revisado el pronóstico en tu teléfono celular. A la hora de elegir tu vestimenta, optaste por un vestido y sandalias altas; estabas al tanto de que te costaría caminar. No te importó, pues estabas segura de que tu novio te llevaría de vuelta a casa en coche. Normalmente, odiabas llevar tacones altos, especialmente sabiendo que era un requisito de tu trabajo. Por eso, ya tenías los pies llenos de callosidades y, en otro momento, habrías evitado salir así vestida. Pero en tu cabeza no pasaba ni un instante la posibilidad de que la noche terminara de esa manera.
Mientras las nubes propiciaban lluvia, el viento se encargaba de hacerte la vida imposible, levantándote la falda varias veces. ¿Acaso todos están de acuerdo en hacer de esta noche un desastre para ti? Tratas de bajar tu falda, luchando contra el viento para que no se te vean las bragas. De repente, sientes cómo tu cuerpo es empujado contra la pared en la esquina de una calle. Dos maleantes están a punto de asaltarte.
No llevas más que tu móvil y tu pequeña cartera de mano, así que el episodio es corto. Te despojan de tus pertenencias y te humillan. Nada puede hacer que este día sea peor, piensas para tus adentros. Sin embargo, la noche es joven, y mientras repasas la discusión que has tenido a lo largo de estos cinco años con Cristian, comienza a llover.
Maldecir en voz alta no es suficiente para descargar el malestar que hay en tu interior. Golpear a los maleantes tal vez te reconfortaría, pero todo pasa tan rápido que no tienes la oportunidad de hacerlo. Además, son dos; si haces algo, seguro terminas en una situación peor, piensas. Vives en una ciudad que es considerada muy peligrosa, solo comparable con Ciudad Gótica.
Ahora te das cuenta de que deberías haber pedido más dinero prestado a tu amiga para tomar un taxi. Pero, ¿quién podría culparte por tu reacción después de lo que estás viviendo? Cualquiera que lo hiciera sería más ruin que tú ahora exnovio Cristian.
—¡Maldición! Me robaron. ¿Qué más me puede pasar esta m*****a noche? —dices, llena de rabia, tratando de liberar un poco tu malestar, pero sin éxito.
Autora: Osaku
El desgraciado de Cristian te ha dicho varias veces que quería mayor intimidad, pero tu familia es muy conservadora. Quieres respetar a tus padres y el esfuerzo que han hecho para mandarte a la universidad. Si quedas embarazada antes de graduarte, no solo sería una decepción para ellos, sino que también tendrían que soportar los chismes del pueblo. Por eso, limitas la intimidad de ambos a juegos. Algo que él no ha podido cambiar en estos cinco años, por más que lo intenta.Aun así, siempre tan sumisa y responsable, haces lo que Cristian quiere. Te muestras como la chica perfecta, siendo que él no es un buen novio. Ahora te das cuenta de que él no volvía a casa porque estaba con otra. ¿Cuántas veces te ha engañado? ¿Con cuántas mujeres? Seguramente no eres la primera chica.Te sientes tan tonta y desdichada, tan impotente. Si uno de tus compañeros aparece, te acostarías con él. Solo para dejar de ser virgen. Para poder dejar por un instante a la estúpida en la que crees haberte convert
—En realidad me han robado —le dices a tu jefe, para evitar el silencio incómodo que se está formando, aunque también lo haces para tratar de justificar un poco tu comportamiento irracional.Al no recibir respuesta por parte de tu jefe, lo miras con preocupación. ¿Tal vez no te cree o quizás se da cuenta de que estás tratando de justificarte? Mientras más atenta lo miras, más incómoda te sientes. El cosquilleo en el estómago se vuelve más intenso, y te ruborizas por estar en su mera presencia. Su rostro es apolíneo, sus rasgos masculinos pero delicados. Tiene el cabello un poco más oscuro que tú y está perfectamente rasurado, como si en ese rostro no creciera el vello facial.¿Es posible que alguien en alguna parte del extenso universo haya pensado en eso? ¿En crear a un espécimen de la raza humana con las características exactas para que las féminas a su alrededor se sientan como tú; atrapadas por su belleza y su porte? ¿Lo es? El doctor Cuartuco te saca de tus pensamientos para resp
La pregunta de tu jefe te toma desprevenida. Ya que te habías quedado impresionada al ver las dimensiones de esa cocina. Sobre todo, porque, aunque se parece a la de la casa de tus padres, se encuentra en la ciudad. En un departamento. Al darte cuenta de que tu jefe te está haciendo un cumplido, no sabes qué decir. Sobre todo, porque Cristian ha acabado con tu confianza y seguridad esta misma noche.—¿Qué deseas beber? —te pregunta él para salir del silencio, mientras se sirve una copa de vino.Él se ha dado cuenta de que te sorprendiste ante sus palabras y espera descomprimir un poco la situación. Desde que te subiste a su automóvil, él ha notado que estás nerviosa, al menos así lo percibe. Sin embargo, no parece conseguirlo, sin importar lo que haga.Cuando te pregunta qué quieres beber, dudas. No quieres sonar como una niña pidiendo una gaseosa. Aunque sabes que tu resistencia al alcohol es casi nula. Aun así... ¿Qué importa si te emborrachas un poco? Ya has hecho el ridículo con e
Es algo muy vergonzoso para ti. Decirle a tu jefe algo tan personal y denigrante. No es algo de lo cual te sientas orgullosa. Tal vez sí lo has sido durante tu adolescencia, pero ahora lo sientes como un peso. Ya que todas las chicas que conoces lo han hecho por lo menos con uno de sus novios. Y si no es por carácter religioso, algo que tú misma no sabes si valoras, y por tus padres ya no lo sería. Y justo en este momento se vuelve una carga de la que prefieres liberarte. Lo has analizado al estar bajo la lluvia. Y lo estás pensando ahora mismo.—Perdón. No debí decir eso —te retractas tratando de pedirle disculpas a Lisandro. Aún lo reconoces como una figura de autoridad en tu vida.Lisandro solo se queda mirándote sin emitir sonido. Tú empiezas a sentirte cada vez más nerviosa. Tal vez tu jefe cree que estás mintiendo o tal vez piensa que eres de esas chicas a las que les gusta jugar con eso. Pero al contrario de lo que no dejas de maquinar en tu cabeza, Lisandro solo está sumergido
No solo no respondes su pregunta, sino que también cierras los ojos. Queda desconcertado, ya que es muy importante para él quedarse tranquilo que digas mínimamente que sí.Esperas ese beso cargado de deseo que sabes que te hará estremecerte nuevamente y volverte una con él, pero que nunca llega. ¿Por qué no te besa? Piensas con impaciencia, cada segundo se vuelve una tortura. La realidad es que deseas a este hombre desde el primer momento en que lo viste y ahora eres capaz de tener un poquito de él; sin embargo, Lisandro sigue negándotelo.Te sientes segura de ti misma como mujer, lista para hacer lo que sea necesario para intentar satisfacer a un hombre como Lisandro. Sabes que será un reto para ti porque no solo vuestra diferencia de edad los aleja en conocimiento de las prácticas, sino que es probable que él haya estado con muchas mujeres incluso antes de que tú nacieras. Y lo que te resulta más ilógico, es que las palabras de este hombre te hayan hecho recuperar la confianza que s
Están en medio de un debate moral. No entiendes por qué un hombre necesita tanto tu consentimiento, pese a lo que él te ha explicado con anterioridad. Mientras que él no concibe tocarte sin tu manifestación verbal de deseo. Esta situación los lleva a una impotencia inimaginable. Parece que el fuego volverá a apagarse cuando de repente hablas.—Quiero, solo quiero que no me preguntes nada —dices con mucha vergüenza.Él no dice nada más y da la conversación por terminada. Te baja los pantalones del pijama y besa tus piernas con pequeños y tiernos besos. Te quitas la parte superior del pijama, quedando completamente desnuda frente a él.Desde donde está, en cuclillas, después de unos cuantos besos que lo llenan de ti, él mira tu rostro. Avergonzada, como si lo que has hecho fuera extremadamente audaz, él se pone de pie rápidamente para volver a besarte en los labios. Mientras lo hace, te hace abrir las piernas y comienza a acariciar la zona con delicadeza. Aunque conoces esa sensación, n
Le explicas que ha sido muy difícil para ti todo lo que ha ocurrido. Le prometes contarle todo cuando se vean, pero necesitas que te haga el favor de esperarte en la puerta del complejo de su edificio. Guadalupe te confiesa que hace tan solo unos veinte minutos que ha subido a su casa, ya que desde que la has llamado en la noche, se ha quedado junto a la reja como una loca esperando por ti. Supone que no tienes dinero, y que tu teléfono se ha quedado sin batería porque cuando te ha llamado para saber cuánto tardarías, este daba apagado.Estás tan orgullosa de tener una amiga como Guadalupe que no sabes cómo agradecérselo. Casi te pones a llorar delante del teléfono público. Finalmente, tomas un taxi y vas a la casa de tu incomparable amiga.Ella te deja que te des una ducha y por fin puedes lavar tu cabello. Esto te ayuda a relajarte un poco, algo que necesitas terriblemente. Si sigues sometiéndote a situaciones de tanto estrés, tu cabello comenzará a caerse. Te imaginas calva y no te
Al parecer, el cadete ha llegado antes de lo esperado. Pero cuando bajas a abrir la puerta, te topas con que no vienen a buscar las cosas, sino que te traen una caja. Temes que sea Cristian jugándote una mala pasada. Sin embargo, al volver a tu departamento y abrirla, te sorprendes al encontrar tu sujetador en ella. Está recién lavado, con el característico olor a la ropa cuando viene del lavadero. El desgraciado de Lisandro había mandado a lavar tu ropa antes de devolvértela.—¿Te escribió una nota o algo? —pregunta Guadalupe, pero le dices que no.Solo dejas tu sujetador en la cama y luego vuelves a terminar de empacar. Sientes que has arruinado las cosas con tu jefe de todas las maneras posibles y te angustia terrible por ello.—Tal vez es solo su manera de decir que olvidaste esto en su casa —dice Guadalupe, y no puedes evitar sentirte peor aún—. ¿Por qué no te pones linda y salimos un rato?—Tengo sueño. Creo que lo mejor es que terminemos con esto, así me voy a dormir —respondes