La pregunta de tu jefe te toma desprevenida. Ya que te habías quedado impresionada al ver las dimensiones de esa cocina. Sobre todo, porque, aunque se parece a la de la casa de tus padres, se encuentra en la ciudad. En un departamento. Al darte cuenta de que tu jefe te está haciendo un cumplido, no sabes qué decir. Sobre todo, porque Cristian ha acabado con tu confianza y seguridad esta misma noche.
—¿Qué deseas beber? —te pregunta él para salir del silencio, mientras se sirve una copa de vino.
Él se ha dado cuenta de que te sorprendiste ante sus palabras y espera descomprimir un poco la situación. Desde que te subiste a su automóvil, él ha notado que estás nerviosa, al menos así lo percibe. Sin embargo, no parece conseguirlo, sin importar lo que haga.
Cuando te pregunta qué quieres beber, dudas. No quieres sonar como una niña pidiendo una gaseosa. Aunque sabes que tu resistencia al alcohol es casi nula. Aun así... ¿Qué importa si te emborrachas un poco? Ya has hecho el ridículo con ese hombre de muchas maneras esta noche, piensas.
—Lo que usted tome estará bien para mí —le dices finalmente, tratando de conservar la calma.
Él no duda en pasarte la copa que ha servido para sí mismo. Busca otra y la llena con el mismo vino. No ves la marca de la botella, solo puedes ver el color. Aunque después de ver a tu alrededor, seguramente es uno costoso. A ti no te gusta el vino, pero este sabe diferente a los que has probado antes. Sin darte cuenta, bebes el contenido de la copa muy rápido.
Cuartuco no deja de mirarte y tú lo notas; tal vez espera que degustes el vino junto a él o quizás que le des un veredicto sobre la calidad. Cualquiera que sea la razón, te hace sentir como una tonta. No es que quieras mostrarte como la niña refinada que tu madre te enseñó a ser, pero tampoco quieres parecer patética y así te sientes. Sabes que debes disculparte por cómo bebiste, sin disfrutarlo, catarlo o degustarlo. Sin embargo, en lugar de hacer eso, le pides otra copa. Los nervios te atormentan frente a ese hombre.
—¿Qué hacía usted por ahí? —le preguntas mientras le pasas la copa para que él te vuelva a servir.
—Si no es mucha molestia, desearía que trataras de hablarme de manera menos formal —dice él mientras coloca más vino en tu copa—. Por lo menos por esta noche. Ya que debo ser sincero, me hace sentir un poco incómodo.
No entiendes por qué te pide que le hables de manera más informal. Todo el tiempo te hablan de «usted» en el trabajo. Y aunque no estén trabajando, creías que era lo que él preferiría. Por respeto, al menos. Sin embargo, ese argumento solo pasa por tu mente, ya que lo que dices es otra cosa.
—Usted también me dice señorita Fernández en vez de llamarme Camila —le reclamas, molestando a tu jefe. Debes tener más cuidado.
¿Quieres hacerle saber que tú también deseas que te trate menos formal? No, no es eso. Solo hablas por hablar. Aunque tienes que tener cuidado, ya que, aunque sea tan cordial contigo, no deja de ser tu jefe y, aun así, de tu boca solo salen tonterías.
—Está bien, si me dices Lisandro, yo te voy a decir Camila. Además, lo que pase hoy puede quedar entre nosotros si acaso te preocupa lo que puedan decir en la oficina —dice él y con una mirada penetrante, te desnuda con el pensamiento.
¿Acaso has escuchado bien? ¿Qué es lo que está tratando de decirte? ¿Este hombre ha hecho una insinuación? Es la segunda vez que notas eso, pero has preferido creer que es parte de tu loca y desesperada mente, la cual requiere afecto y sentirse deseada. No puede ser que alguien como él se fije en ti, y menos en estas condiciones tan perturbadoras. Ya que sientes que eres un desastre. Te sonrojas al pensar en la posibilidad de que este hombre te vea atractiva. Es algo irrisorio, pero extremadamente halagador para ti, más aún después de haber sido descartada durante la cena.
—Igual no es que vaya a pasar algo que no se pueda contar —dices, mientras te acercas a él para sacarle la copa de vino de la mano. Sin darte cuenta, ya estás ebria y coqueteando con tu jefe.
Ambos se sientan en el enorme sofá que el magnate tiene en su living. Pero cuando tratas de beber de la copa de vino que tienes en tu mano, él te detiene y te aleja. Prácticamente, te la quita de las manos. ¿Por qué te está quitando el vino si él mismo te había servido una segunda copa? Te preguntas mientras, sin darte cuenta, como un juego, tratas de volver a quitársela.
De manera juguetona, ambos se enredan hasta que caes sobre las piernas de Lisandro. Estás jugando con fuego si crees que coquetear con tu jefe no traerá repercusiones al día siguiente, sin embargo, ni piensas en la posibilidad de que pueda pasar algo entre ustedes, aunque sigan por ese camino. Levantas la vista y lo miras a los ojos. Sus ojos oscuros brillan como si tu actitud le hubiera gustado. Es algo que ambos están haciendo, no solo él, no solo tú. Se nota que se están reprimiendo, conteniendo el deseo animal que los invade.
—Puede pasar lo que sea que quieras —dice él de manera serena y no puedes evitar sonrojarte un poco más.
¿Te está coqueteando? Te preguntas, aún dubitativa, mientras te levantas de golpe. Él te sostiene, ya que pierdes el equilibrio por un instante y con él, el control de tu cuerpo. Te ha gustado cómo él ha hecho para sostenerte. Como si tratara de rescatarte de un destino catastrófico. Lo que no has notado es que, si él no te hubiera agarrado de esa manera, tu cabeza habría golpeado con la punta de la mesa ratona rectangular que está frente a ustedes. Es como si no quisiera que te sientas incómoda, pero al mismo tiempo no ha podido evitar tomar tu brazo y acercar sus cuerpos.
Aun así, Lisandro no ha podido evitar preguntarse si esperabas que se detuviera o si querías seguir jugando, ya que rápidamente te has apartado de sus brazos y le has pedido disculpas por lo ocurrido.
La realidad es que no estás segura si podrías estar lista como para ir más allá de un simple coqueteo. En cambio, te has dado cuenta de que él podría querer más esta noche si siguen jugando de esa manera. Por lo que tienes que intentar recuperar la compostura. Algo que en otro momento te parecería muy sencillo. Sin embargo, ahora, delante de Lisandro se vuelve casi imposible.
Tú y Lisandro están coqueteando, pero los dos buscan cosas distintas, por lo que tratas de cambiar de tema para así hacer la noche más llevadera. Sin tu teléfono celular, no puedes contactar a Guadalupe para pedirle que te espere en la puerta de su complejo de departamentos para que puedas entrar. Aunque al hacerlo, no piensas mucho en las posibilidades y solo dices lo primero que se te viene a la mente.
—Mi novio me dejó hoy —dices y sonríes al darte cuenta de que de lo único que se te ocurre hablar es del desgraciado de Cristian. ¿Acaso eres tonta? No lo eres, pero así te sientes.
No es que pretendas superarlo en una noche. Pero, aunque sabes que hay muchos temas muchísimo más interesantes que ese para hablar con Lisandro, muchos incluso están dentro de tu profesión, aun así, solo se te ocurre decir esa tontería. Y aunque quisieras o intentaras, ya no hay vuelta atrás. Él parece sorprendido al escucharte decir eso. Lo que hace que te sientas un poco más relajada, cosa que es difícil tras la bomba que le has lanzado a tu jefe.
Aunque no te das cuenta de que para Lisandro esas palabras solo significan que estás disponible para el romance. Y que puede seguir tratando de conquistarte esa noche. Si bien no es un hombre que espera conquistar el corazón de una mujer comprometida, ha hecho un par de excepciones en su vida. Sin embargo, por lo poco que te conoce no cree que puedas ser capaz de engañar a tu novio, por lo que eso lo deja más tranquilo al saberlo.
—¿Te encuentras bien? —pregunta él entendiendo que tal vez te estás confundiendo. Y que quizás para ti sea algo tan duro que no quieras acercarte a otra persona por un tiempo.
Si bien él busca que ambos pasen una noche agradable. Por cómo te ha encontrado, tiene una leve sospecha de la causa por la que no acudiste a tu novio estando en esa situación. Pero que se lo digas de esa forma, tan abiertamente, lo descoloca por un instante.
Camila, eres una joven preciosa, con facciones delicadas, ojos grandes y pestañas largas. Tu tez morena resalta tu esbelto cuerpo, que se ve majestuoso en ese pijama. Lisandro se siente feliz por haberlo elegido para ti, entre las prendas que había en su departamento. Aunque se ha anticipado y sabe que no podrías usar el brasier que llevabas, ya que seguramente estaría mojado. Por lo que se dio un permitido al elegir la prenda, ya que desde que te la pusiste no ha dejado de mirar cómo se te marcan los pezones, pequeñas protuberancias que desea acariciar y besar con su lengua desde que te vio en la calle. Está claro que no te trajo aquí porque es un buen samaritano, aun así, no sabía que debía esperar de una mujer como tú. Que eres capaz de lucir esplendida y sensual con lo que sea que te pongas.
—Creo que me dejó porque lo fastidié. Así que supongo que estoy bien —dices envuelta por el alcohol. Nunca has sido tan sincera con alguien en tu vida.
—¿Por qué una encantadora mujer como tú podría fastidiar a alguien? —te pregunta Lisandro mientras acaricia tus mejillas. No se da cuenta de que lo está haciendo hasta que haces un pequeño gesto de placer. Suele ser más entendido con las mujeres, por lo que su propia actitud le sorprende un poco. Verse así contigo, como dos jóvenes que coquetean sin más, le parece poéticamente deplorable a su entender. Él no se considera un hombre romántico, por el contrario. Normalmente, cuando lleva a una mujer a su casa, lo primero que hace es desvestirla y llevarla a su dormitorio. Pero contigo no se lo ha planteado hasta no verte llevar ese hermoso conjunto de seda fría, que ha hecho resaltar tu hermosa figura.
No es que no se pueda excitar al verte caminar empapada bajo la lluvia con tu transparente vestido. Sin embargo, al verte así, no puede convocar a la bestia animal de su interior. Te muestras vulnerable y eso quitó un poco el erotismo del momento. Aunque por momentos, cuando estás dentro del automóvil, duda en ser capaz de poder contenerse contigo si lo mirabas nuevamente, como lo has hecho en un momento de la noche.
Las palabras de Lisandro te parecen muy dulces. Demasiado para lo que estás acostumbrada en manos del bastardo de tu ex. Tu exnovio nunca ha sido muy romántico contigo. Ni siquiera mostraba interés cuando le hablabas. Vive sumergido en el estudio y luego de recibirse, en el trabajo. Solo te prestaba atención cuando creía que ibas a tener relaciones con él.
En parte, empiezas a preguntarte por qué has estado tanto tiempo al lado de un hombre así. No es por culpa de tu padre, ya que este siempre ha sido muy cariñoso contigo durante tu infancia, y no aprueba tu relación con Cristian. Tampoco recuerdas que tus novios anteriores fueran como ese infeliz.
Tal vez no es el momento de plantear estas cosas. Lo puedes notar al ver el rostro de Lisandro. Este está esperando una respuesta de tu parte, mientras que tú no sabes por cuánto tiempo has estado sumergida en tus pensamientos nuevamente.
—Porque soy virgen —dices sin darte cuenta.
¿Qué acabas de hacer?
Autora: Osaku
Es algo muy vergonzoso para ti. Decirle a tu jefe algo tan personal y denigrante. No es algo de lo cual te sientas orgullosa. Tal vez sí lo has sido durante tu adolescencia, pero ahora lo sientes como un peso. Ya que todas las chicas que conoces lo han hecho por lo menos con uno de sus novios. Y si no es por carácter religioso, algo que tú misma no sabes si valoras, y por tus padres ya no lo sería. Y justo en este momento se vuelve una carga de la que prefieres liberarte. Lo has analizado al estar bajo la lluvia. Y lo estás pensando ahora mismo.—Perdón. No debí decir eso —te retractas tratando de pedirle disculpas a Lisandro. Aún lo reconoces como una figura de autoridad en tu vida.Lisandro solo se queda mirándote sin emitir sonido. Tú empiezas a sentirte cada vez más nerviosa. Tal vez tu jefe cree que estás mintiendo o tal vez piensa que eres de esas chicas a las que les gusta jugar con eso. Pero al contrario de lo que no dejas de maquinar en tu cabeza, Lisandro solo está sumergido
No solo no respondes su pregunta, sino que también cierras los ojos. Queda desconcertado, ya que es muy importante para él quedarse tranquilo que digas mínimamente que sí.Esperas ese beso cargado de deseo que sabes que te hará estremecerte nuevamente y volverte una con él, pero que nunca llega. ¿Por qué no te besa? Piensas con impaciencia, cada segundo se vuelve una tortura. La realidad es que deseas a este hombre desde el primer momento en que lo viste y ahora eres capaz de tener un poquito de él; sin embargo, Lisandro sigue negándotelo.Te sientes segura de ti misma como mujer, lista para hacer lo que sea necesario para intentar satisfacer a un hombre como Lisandro. Sabes que será un reto para ti porque no solo vuestra diferencia de edad los aleja en conocimiento de las prácticas, sino que es probable que él haya estado con muchas mujeres incluso antes de que tú nacieras. Y lo que te resulta más ilógico, es que las palabras de este hombre te hayan hecho recuperar la confianza que s
Están en medio de un debate moral. No entiendes por qué un hombre necesita tanto tu consentimiento, pese a lo que él te ha explicado con anterioridad. Mientras que él no concibe tocarte sin tu manifestación verbal de deseo. Esta situación los lleva a una impotencia inimaginable. Parece que el fuego volverá a apagarse cuando de repente hablas.—Quiero, solo quiero que no me preguntes nada —dices con mucha vergüenza.Él no dice nada más y da la conversación por terminada. Te baja los pantalones del pijama y besa tus piernas con pequeños y tiernos besos. Te quitas la parte superior del pijama, quedando completamente desnuda frente a él.Desde donde está, en cuclillas, después de unos cuantos besos que lo llenan de ti, él mira tu rostro. Avergonzada, como si lo que has hecho fuera extremadamente audaz, él se pone de pie rápidamente para volver a besarte en los labios. Mientras lo hace, te hace abrir las piernas y comienza a acariciar la zona con delicadeza. Aunque conoces esa sensación, n
Le explicas que ha sido muy difícil para ti todo lo que ha ocurrido. Le prometes contarle todo cuando se vean, pero necesitas que te haga el favor de esperarte en la puerta del complejo de su edificio. Guadalupe te confiesa que hace tan solo unos veinte minutos que ha subido a su casa, ya que desde que la has llamado en la noche, se ha quedado junto a la reja como una loca esperando por ti. Supone que no tienes dinero, y que tu teléfono se ha quedado sin batería porque cuando te ha llamado para saber cuánto tardarías, este daba apagado.Estás tan orgullosa de tener una amiga como Guadalupe que no sabes cómo agradecérselo. Casi te pones a llorar delante del teléfono público. Finalmente, tomas un taxi y vas a la casa de tu incomparable amiga.Ella te deja que te des una ducha y por fin puedes lavar tu cabello. Esto te ayuda a relajarte un poco, algo que necesitas terriblemente. Si sigues sometiéndote a situaciones de tanto estrés, tu cabello comenzará a caerse. Te imaginas calva y no te
Al parecer, el cadete ha llegado antes de lo esperado. Pero cuando bajas a abrir la puerta, te topas con que no vienen a buscar las cosas, sino que te traen una caja. Temes que sea Cristian jugándote una mala pasada. Sin embargo, al volver a tu departamento y abrirla, te sorprendes al encontrar tu sujetador en ella. Está recién lavado, con el característico olor a la ropa cuando viene del lavadero. El desgraciado de Lisandro había mandado a lavar tu ropa antes de devolvértela.—¿Te escribió una nota o algo? —pregunta Guadalupe, pero le dices que no.Solo dejas tu sujetador en la cama y luego vuelves a terminar de empacar. Sientes que has arruinado las cosas con tu jefe de todas las maneras posibles y te angustia terrible por ello.—Tal vez es solo su manera de decir que olvidaste esto en su casa —dice Guadalupe, y no puedes evitar sentirte peor aún—. ¿Por qué no te pones linda y salimos un rato?—Tengo sueño. Creo que lo mejor es que terminemos con esto, así me voy a dormir —respondes
Te quedas paralizada por un instante, procesando las palabras del doctor Cuartuco. Te das cuenta de que, a pesar de lo incómodo que es todo esto, tiene razón. Aun así, no puedes evitar sentirte humillada y dolida. Te levantas lentamente, tratando de mantener la compostura, y sales de su oficina sin mirar atrás.En parte, no puedes creerlo. ¿Esto es real? ¿Te está obligando a seguir trabajando para él? Eso te disgusta, sobre todo por cómo te ha hablado. Te has sentido insignificante. Es impresionante el poder que ese hombre tiene con solo sus palabras. Seguramente en el tribunal eso le sirve, pero que use ese mismo recurso contigo te hace sentir muy enojada. Aun así, decides no decir nada. Te pones de pie y sales de la oficina.Has perdido la batalla contra el maldito de tu jefe. Maldito y sensual jefe.Mientras caminas de regreso a tu escritorio, te sientes como si estuvieras en una especie de trance. Las miradas curiosas de tus compañeros te atraviesan, pero las ignoras. Te sientas y
Terminas de estudiar mientras te maquillas y te preparas. Te dejas el cabello suelto, es oscuro y largo, tus ondas se marcan más esa noche. Usas tonos suaves para tu rostro, con un labial natural. No quieres llamar la atención durante la reunión. Sabes que ese tipo de fiestas pueden ser terriblemente osadas para algunos individuos. Repasas la lista de invitados y cuando estás a punto de mirar tu reloj, escuchas el timbre de tu departamento, así que bajas esperando ver a Nicolás. Grande es la sorpresa que te llevas al encontrarte en su lugar a Lisandro.—Doctor Cuartuco —dices aturdida.Es increíble, aparece frente a ti después de cómo te ha tratado esa misma mañana. Aunque también te sorprende lo bien que se ve, tan elegante y formal, tan sensual. Tan irresistiblemente tentador.—Se ve hermosa vestida así, señorita Fernández —dice él con una gran sonrisa.Le agradeces sin siquiera mirarlo. Subes al automóvil y te colocas el cinturón de seguridad. Él sube detrás de ti y se dedica a con
Nicolás te ofrece traerte una copa de champán y la aceptas. El vestido es bastante ajustado, por lo que has comido solo un par de canapés para que en tu esbelta figura no se marque el abdomen. Necesitas esa copa, ya que te estás deshidratando; hace mucho calor ahí adentro, rodeada de tantas personas.Observas a las personas a tu alrededor. La mayoría son hombres, aunque hay unas cuantas mujeres abogadas y juezas. Suponer la posibilidad de ser una de ellas en algún momento te hace tener algo de esperanza.—Disculpe, ¿nos conocemos? —dice un hombre joven de cabello oscuro y ojos almendra que se acerca a ti.—Usted es el doctor Méndez, según tengo entendido —dices, ya que es una de las personas que tienes en tu lista con la que debes hablar.—¿Y usted, señorita? —te pregunta él, porque es obvio que no te conoce y solo trata de hablar contigo para ver si consigue tu número de teléfono.—Soy la secretaria del doctor Cuartuco. Mi jefe espera que se comunique con él —le dices, y el rostro de