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Capítulo cuatro - Lo que pase, será cosa nuestra

La pregunta de tu jefe te toma desprevenida. Ya que te habías quedado impresionada al ver las dimensiones de esa cocina. Sobre todo, porque, aunque se parece a la de la casa de tus padres, se encuentra en la ciudad. En un departamento. Al darte cuenta de que tu jefe te está haciendo un cumplido, no sabes qué decir. Sobre todo, porque Cristian ha acabado con tu confianza y seguridad esta misma noche.

—¿Qué deseas beber? —te pregunta él para salir del silencio, mientras se sirve una copa de vino.

Él se ha dado cuenta de que te sorprendiste ante sus palabras y espera descomprimir un poco la situación. Desde que te subiste a su automóvil, él ha notado que estás nerviosa, al menos así lo percibe. Sin embargo, no parece conseguirlo, sin importar lo que haga.

Cuando te pregunta qué quieres beber, dudas. No quieres sonar como una niña pidiendo una gaseosa. Aunque sabes que tu resistencia al alcohol es casi nula. Aun así... ¿Qué importa si te emborrachas un poco? Ya has hecho el ridículo con ese hombre de muchas maneras esta noche, piensas.

—Lo que usted tome estará bien para mí —le dices finalmente, tratando de conservar la calma.

Él no duda en pasarte la copa que ha servido para sí mismo. Busca otra y la llena con el mismo vino. No ves la marca de la botella, solo puedes ver el color. Aunque después de ver a tu alrededor, seguramente es uno costoso. A ti no te gusta el vino, pero este sabe diferente a los que has probado antes. Sin darte cuenta, bebes el contenido de la copa muy rápido.

Cuartuco no deja de mirarte y tú lo notas; tal vez espera que degustes el vino junto a él o quizás que le des un veredicto sobre la calidad. Cualquiera que sea la razón, te hace sentir como una tonta. No es que quieras mostrarte como la niña refinada que tu madre te enseñó a ser, pero tampoco quieres parecer patética y así te sientes. Sabes que debes disculparte por cómo bebiste, sin disfrutarlo, catarlo o degustarlo. Sin embargo, en lugar de hacer eso, le pides otra copa. Los nervios te atormentan frente a ese hombre.

—¿Qué hacía usted por ahí? —le preguntas mientras le pasas la copa para que él te vuelva a servir.

—Si no es mucha molestia, desearía que trataras de hablarme de manera menos formal —dice él mientras coloca más vino en tu copa—. Por lo menos por esta noche. Ya que debo ser sincero, me hace sentir un poco incómodo.

No entiendes por qué te pide que le hables de manera más informal. Todo el tiempo te hablan de «usted» en el trabajo. Y aunque no estén trabajando, creías que era lo que él preferiría. Por respeto, al menos. Sin embargo, ese argumento solo pasa por tu mente, ya que lo que dices es otra cosa.

—Usted también me dice señorita Fernández en vez de llamarme Camila —le reclamas, molestando a tu jefe. Debes tener más cuidado.

¿Quieres hacerle saber que tú también deseas que te trate menos formal? No, no es eso. Solo hablas por hablar. Aunque tienes que tener cuidado, ya que, aunque sea tan cordial contigo, no deja de ser tu jefe y, aun así, de tu boca solo salen tonterías.

—Está bien, si me dices Lisandro, yo te voy a decir Camila. Además, lo que pase hoy puede quedar entre nosotros si acaso te preocupa lo que puedan decir en la oficina —dice él y con una mirada penetrante, te desnuda con el pensamiento.

¿Acaso has escuchado bien? ¿Qué es lo que está tratando de decirte? ¿Este hombre ha hecho una insinuación? Es la segunda vez que notas eso, pero has preferido creer que es parte de tu loca y desesperada mente, la cual requiere afecto y sentirse deseada. No puede ser que alguien como él se fije en ti, y menos en estas condiciones tan perturbadoras. Ya que sientes que eres un desastre. Te sonrojas al pensar en la posibilidad de que este hombre te vea atractiva. Es algo irrisorio, pero extremadamente halagador para ti, más aún después de haber sido descartada durante la cena.

—Igual no es que vaya a pasar algo que no se pueda contar —dices, mientras te acercas a él para sacarle la copa de vino de la mano. Sin darte cuenta, ya estás ebria y coqueteando con tu jefe.

Ambos se sientan en el enorme sofá que el magnate tiene en su living. Pero cuando tratas de beber de la copa de vino que tienes en tu mano, él te detiene y te aleja. Prácticamente, te la quita de las manos. ¿Por qué te está quitando el vino si él mismo te había servido una segunda copa? Te preguntas mientras, sin darte cuenta, como un juego, tratas de volver a quitársela.

De manera juguetona, ambos se enredan hasta que caes sobre las piernas de Lisandro. Estás jugando con fuego si crees que coquetear con tu jefe no traerá repercusiones al día siguiente, sin embargo, ni piensas en la posibilidad de que pueda pasar algo entre ustedes, aunque sigan por ese camino. Levantas la vista y lo miras a los ojos. Sus ojos oscuros brillan como si tu actitud le hubiera gustado. Es algo que ambos están haciendo, no solo él, no solo tú. Se nota que se están reprimiendo, conteniendo el deseo animal que los invade.

—Puede pasar lo que sea que quieras —dice él de manera serena y no puedes evitar sonrojarte un poco más.

¿Te está coqueteando? Te preguntas, aún dubitativa, mientras te levantas de golpe. Él te sostiene, ya que pierdes el equilibrio por un instante y con él, el control de tu cuerpo. Te ha gustado cómo él ha hecho para sostenerte. Como si tratara de rescatarte de un destino catastrófico. Lo que no has notado es que, si él no te hubiera agarrado de esa manera, tu cabeza habría golpeado con la punta de la mesa ratona rectangular que está frente a ustedes. Es como si no quisiera que te sientas incómoda, pero al mismo tiempo no ha podido evitar tomar tu brazo y acercar sus cuerpos.

Aun así, Lisandro no ha podido evitar preguntarse si esperabas que se detuviera o si querías seguir jugando, ya que rápidamente te has apartado de sus brazos y le has pedido disculpas por lo ocurrido.

La realidad es que no estás segura si podrías estar lista como para ir más allá de un simple coqueteo. En cambio, te has dado cuenta de que él podría querer más esta noche si siguen jugando de esa manera. Por lo que tienes que intentar recuperar la compostura. Algo que en otro momento te parecería muy sencillo. Sin embargo, ahora, delante de Lisandro se vuelve casi imposible.

Tú y Lisandro están coqueteando, pero los dos buscan cosas distintas, por lo que tratas de cambiar de tema para así hacer la noche más llevadera. Sin tu teléfono celular, no puedes contactar a Guadalupe para pedirle que te espere en la puerta de su complejo de departamentos para que puedas entrar. Aunque al hacerlo, no piensas mucho en las posibilidades y solo dices lo primero que se te viene a la mente.

—Mi novio me dejó hoy —dices y sonríes al darte cuenta de que de lo único que se te ocurre hablar es del desgraciado de Cristian. ¿Acaso eres tonta?  No lo eres, pero así te sientes.

No es que pretendas superarlo en una noche. Pero, aunque sabes que hay muchos temas muchísimo más interesantes que ese para hablar con Lisandro, muchos incluso están dentro de tu profesión, aun así, solo se te ocurre decir esa tontería. Y aunque quisieras o intentaras, ya no hay vuelta atrás. Él parece sorprendido al escucharte decir eso. Lo que hace que te sientas un poco más relajada, cosa que es difícil tras la bomba que le has lanzado a tu jefe.

Aunque no te das cuenta de que para Lisandro esas palabras solo significan que estás disponible para el romance. Y que puede seguir tratando de conquistarte esa noche. Si bien no es un hombre que espera conquistar el corazón de una mujer comprometida, ha hecho un par de excepciones en su vida. Sin embargo, por lo poco que te conoce no cree que puedas ser capaz de engañar a tu novio, por lo que eso lo deja más tranquilo al saberlo.

—¿Te encuentras bien? —pregunta él entendiendo que tal vez te estás confundiendo. Y que quizás para ti sea algo tan duro que no quieras acercarte a otra persona por un tiempo.

Si bien él busca que ambos pasen una noche agradable. Por cómo te ha encontrado, tiene una leve sospecha de la causa por la que no acudiste a tu novio estando en esa situación. Pero que se lo digas de esa forma, tan abiertamente, lo descoloca por un instante.

Camila, eres una joven preciosa, con facciones delicadas, ojos grandes y pestañas largas. Tu tez morena resalta tu esbelto cuerpo, que se ve majestuoso en ese pijama. Lisandro se siente feliz por haberlo elegido para ti, entre las prendas que había en su departamento. Aunque se ha anticipado y sabe que no podrías usar el brasier que llevabas, ya que seguramente estaría mojado. Por lo que se dio un permitido al elegir la prenda, ya que desde que te la pusiste no ha dejado de mirar cómo se te marcan los pezones, pequeñas protuberancias que desea acariciar y besar con su lengua desde que te vio en la calle. Está claro que no te trajo aquí porque es un buen samaritano, aun así, no sabía que debía esperar de una mujer como tú. Que eres capaz de lucir esplendida y sensual con lo que sea que te pongas.

—Creo que me dejó porque lo fastidié. Así que supongo que estoy bien —dices envuelta por el alcohol. Nunca has sido tan sincera con alguien en tu vida.

—¿Por qué una encantadora mujer como tú podría fastidiar a alguien? —te pregunta Lisandro mientras acaricia tus mejillas. No se da cuenta de que lo está haciendo hasta que haces un pequeño gesto de placer. Suele ser más entendido con las mujeres, por lo que su propia actitud le sorprende un poco. Verse así contigo, como dos jóvenes que coquetean sin más, le parece poéticamente deplorable a su entender. Él no se considera un hombre romántico, por el contrario. Normalmente, cuando lleva a una mujer a su casa, lo primero que hace es desvestirla y llevarla a su dormitorio. Pero contigo no se lo ha planteado hasta no verte llevar ese hermoso conjunto de seda fría, que ha hecho resaltar tu hermosa figura.

No es que no se pueda excitar al verte caminar empapada bajo la lluvia con tu transparente vestido. Sin embargo, al verte así, no puede convocar a la bestia animal de su interior. Te muestras vulnerable y eso quitó un poco el erotismo del momento. Aunque por momentos, cuando estás dentro del automóvil, duda en ser capaz de poder contenerse contigo si lo mirabas nuevamente, como lo has hecho en un momento de la noche.

Las palabras de Lisandro te parecen muy dulces. Demasiado para lo que estás acostumbrada en manos del bastardo de tu ex. Tu exnovio nunca ha sido muy romántico contigo. Ni siquiera mostraba interés cuando le hablabas. Vive sumergido en el estudio y luego de recibirse, en el trabajo. Solo te prestaba atención cuando creía que ibas a tener relaciones con él.

En parte, empiezas a preguntarte por qué has estado tanto tiempo al lado de un hombre así. No es por culpa de tu padre, ya que este siempre ha sido muy cariñoso contigo durante tu infancia, y no aprueba tu relación con Cristian. Tampoco recuerdas que tus novios anteriores fueran como ese infeliz.

Tal vez no es el momento de plantear estas cosas. Lo puedes notar al ver el rostro de Lisandro. Este está esperando una respuesta de tu parte, mientras que tú no sabes por cuánto tiempo has estado sumergida en tus pensamientos nuevamente.

—Porque soy virgen —dices sin darte cuenta.

¿Qué acabas de hacer?

Autora: Osaku

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