No solo no respondes su pregunta, sino que también cierras los ojos. Queda desconcertado, ya que es muy importante para él quedarse tranquilo que digas mínimamente que sí.
Esperas ese beso cargado de deseo que sabes que te hará estremecerte nuevamente y volverte una con él, pero que nunca llega. ¿Por qué no te besa? Piensas con impaciencia, cada segundo se vuelve una tortura. La realidad es que deseas a este hombre desde el primer momento en que lo viste y ahora eres capaz de tener un poquito de él; sin embargo, Lisandro sigue negándotelo.
Te sientes segura de ti misma como mujer, lista para hacer lo que sea necesario para intentar satisfacer a un hombre como Lisandro. Sabes que será un reto para ti porque no solo vuestra diferencia de edad los aleja en conocimiento de las prácticas, sino que es probable que él haya estado con muchas mujeres incluso antes de que tú nacieras. Y lo que te resulta más ilógico, es que las palabras de este hombre te hayan hecho recuperar la confianza que siempre has llevado oculta en tu interior. Sabes que eres una mujer atractiva, te sientes así. Entonces, ¿por qué simplemente no avanzas tú contra él?
—Me muero de ganas por probar esos preciosos labios. Pero necesito tu consentimiento para poder hacerlo —te menciona Lisandro con la voz ronca mientras te ve con deseo y ya se imagina dentro de ti.
Solo tienes que decirle que sí y él te dará la mejor noche de toda tu vida. Sin embargo, prefieres torturarlo un poco más, al menos es lo que él cree. Eres malvada por tentarlo de ese modo; eso le gusta y te hará pagar por ello cuando te tenga completamente desnuda.
Por el contrario, a lo que él piensa, tú te preguntas… ¿Es posible que Lisandro tenga la capacidad de controlarse de esa manera en ese momento de deseo? Intentas responderte a ti misma. Tal vez es porque no está sintiendo lo mismo que tú. Si él te deseara como tú lo haces, ni te habría preguntado nada y ya te tendría desnuda en su cama. De todas maneras, tú no estás haciendo nada tampoco y te mueres de ganas de besarlo. Así que no es una buena manera de comparar el deseo que ambos están sintiendo por estar con el otro. Por lo que tratas de poner la mente en blanco y seguir esperando que ese beso llegue.
—Cariño, me estás volviendo loco —dice él, mientras continúa inmóvil frente a ti, la joven que tanto desea.
Contenerse en ese momento ha sido casi una tortura para Lisandro. Si bien su rostro no refleja sus emociones, por dentro siente que va a explotar, ya que todo su cuerpo está listo para poseerte y hacerte disfrutar como nunca en tu vida.
—¿Por qué necesitas que te diga que también lo deseo? —preguntas abriendo los ojos —¿No notas que yo también lo quiero?
Insistes con algo de enfado. No quieres sentirte avergonzada al decir lo que piensas. Y aunque lo haces a modo de pregunta, parece que eso no basta para Lisandro. Esto te llena de impotencia.
—Puedo percibir muchas cosas —dice Lisandro con una leve sonrisa cargada de deseo desenfrenado —Pero ambos hemos bebido y si hacemos algo tiene que ser porque los dos lo deseamos y no porque te dejaste llevar en un momento de ebriedad. No me gustaría que mañana te arrepintieras y sintieras que me propasé contigo debido a la situación.
No te gusta lo que estás escuchando, pero él tiene razón. Cuántas veces las personas cuestionaban su accionar por estar ebrios. Sobre todo, en los casos de abuso sexual que has visto en la facultad. Que este hombre te diera una lección de abogacía y moralidad no mitiga el deseo que sientes por estar con él. Y eso es sorprendente, ya que, con tu novio, por mucho menos lo habrías dejado con ganas de una mamada.
—¿Tanto piensas? —preguntas, mientras te alejas un poco de él, te molesta tener que ser tú la que diga que lo quieres, que lo deseas.
¿Por qué simplemente no te besa? Te preguntas molesta. Eres muy tímida, por lo que decirlo implica mover muchas cosas en tu interior.
—¿Acaso dar tu consentimiento cuesta tanto? Soy abogado, pequeña. Y aunque me muero de ganas de besarte y más. Creo que, si no estás preparada para darme un sí, tal vez lo mejor sea que no hagamos nada —dice con calma, aunque está rabioso, pero tú no lo notas.
Él se aparta y va a buscar unas mantas para que estés cómoda para dormir. Estás sorprendida. Has arruinado la oportunidad de estar con alguien como Lisandro. Solo por no decir la palabra indicada. Eres una tonta y lo sabes. Tu orgullo, tu tonto orgullo.
Tal vez sea lo mejor, te reconfortas. Después de todo, él es tu jefe. Poco a poco empiezas a recuperar la cordura. Un momento de calentura hizo que estuvieras dispuesta a ser una más en la lista del hombre más poderoso de la ciudad. Algo que sigue sin molestarte y no entiendes por qué tu cerebro te menciona eso como justificación para ser tan cobarde.
Lisandro te muestra la habitación donde vas a dormir. Se encuentra muy serio. ¿Se habrá enojado porque no has seguido con el coqueteo? Es algo que te preocupa.
El dormitorio está al lado del living y no es el de Lisandro. Las sábanas y el edredón son blancos. Aunque es una cama de dos plazas y está decorada de manera impresionante, no te llama la atención. Solo puedes pensar en lo rico que habría sido estar con él sobre esa cama, mientras te besara. Poder sentir el roce de su lengua, sus labios, sus suaves caricias… su virilidad. Creer en él haciéndote cosas te ha excitado de una forma que nunca creíste que podría.
Sin querer, la mano de Lisandro roza la tuya y tu cuerpo reacciona a su contacto. Te das vuelta y lo besas en los labios. No le pides permiso, no le dices que estás dispuesta a probar, ni nada. Solo te dejas llevar. Ninguno de los dos sabe cuánto duran sus bocas entrelazadas. En silencio agradeces que tu cerebro te haya permitido actuar.
Notas que él tiene una extensa experiencia en ese campo, puesto que los besos que te da son extremadamente excitantes y provocan que todo tu cuerpo tiemble. Esto te hace preguntarte: ¿será tan bueno en la cama como lo es besando?
Al separarse para tomar aire, sientes cómo los labios te arden por el calor y la presión que él ha ejercido al hacerlo. Vuelve a besarte mientras recorre tu cuerpo con sus manos. Sus caricias te llenan por completo, el cosquilleo en tu interior es abrumador. La respiración de ambos se acelera y tú lo notas. Te das cuenta de que nunca has deseado tanto a un hombre. Durante mucho tiempo has pensado que tal vez eres frígida, o hasta incluso asexual, ya que nada de lo que has probado con tu ex te ha causado un mínimo de deseo. Sin embargo, esta noche se está volviendo por mucho la más excitante de toda tu vida.
—Camila, ¿qué estamos haciendo? —te pregunta Lisandro al darse cuenta de que está listo para desnudarse y dejarse llevar por el momento.
Esto no está bien. Él no es así con las mujeres. Normalmente, él lleva la iniciativa, pero de manera que el consentimiento de la otra parte sea específicamente verbal. Sabe que legalmente podrías acusarlo de abuso, por lo que tiene que estar seguro de lo que hace. Además, tú eres una pasante que no conoce lo suficiente. Una chica que tiene la mitad de su edad. Seguramente no sabes ni qué es lo que quieres para tu vida. Y lo has besado al punto de hacerle perder por un instante la cordura.
—Pensé que era lo que querías —dices, sorprendida.
¿Qué es lo que te está planteando? ¿Acaso está loco? Es más que obvio lo que están haciendo, se están besando y más que eso. Se comen la boca el uno al otro, se devoran. De la mejor manera que has experimentado.
—Claro que quiero besarte. Pero no parece que estés segura de querer esto —dice él, odiándose por ser así.
Otro hombre en su lugar solo habría tomado lo que deseaba de ti y te habría dejado agotada de tanto poseerte. Te habría desnudado mientras te besaba y te habría tomado con fuerza. Ya que tú has sido la que lo ha besado primero. Sin embargo…
Autora: Osaku
Están en medio de un debate moral. No entiendes por qué un hombre necesita tanto tu consentimiento, pese a lo que él te ha explicado con anterioridad. Mientras que él no concibe tocarte sin tu manifestación verbal de deseo. Esta situación los lleva a una impotencia inimaginable. Parece que el fuego volverá a apagarse cuando de repente hablas.—Quiero, solo quiero que no me preguntes nada —dices con mucha vergüenza.Él no dice nada más y da la conversación por terminada. Te baja los pantalones del pijama y besa tus piernas con pequeños y tiernos besos. Te quitas la parte superior del pijama, quedando completamente desnuda frente a él.Desde donde está, en cuclillas, después de unos cuantos besos que lo llenan de ti, él mira tu rostro. Avergonzada, como si lo que has hecho fuera extremadamente audaz, él se pone de pie rápidamente para volver a besarte en los labios. Mientras lo hace, te hace abrir las piernas y comienza a acariciar la zona con delicadeza. Aunque conoces esa sensación, n
Le explicas que ha sido muy difícil para ti todo lo que ha ocurrido. Le prometes contarle todo cuando se vean, pero necesitas que te haga el favor de esperarte en la puerta del complejo de su edificio. Guadalupe te confiesa que hace tan solo unos veinte minutos que ha subido a su casa, ya que desde que la has llamado en la noche, se ha quedado junto a la reja como una loca esperando por ti. Supone que no tienes dinero, y que tu teléfono se ha quedado sin batería porque cuando te ha llamado para saber cuánto tardarías, este daba apagado.Estás tan orgullosa de tener una amiga como Guadalupe que no sabes cómo agradecérselo. Casi te pones a llorar delante del teléfono público. Finalmente, tomas un taxi y vas a la casa de tu incomparable amiga.Ella te deja que te des una ducha y por fin puedes lavar tu cabello. Esto te ayuda a relajarte un poco, algo que necesitas terriblemente. Si sigues sometiéndote a situaciones de tanto estrés, tu cabello comenzará a caerse. Te imaginas calva y no te
Al parecer, el cadete ha llegado antes de lo esperado. Pero cuando bajas a abrir la puerta, te topas con que no vienen a buscar las cosas, sino que te traen una caja. Temes que sea Cristian jugándote una mala pasada. Sin embargo, al volver a tu departamento y abrirla, te sorprendes al encontrar tu sujetador en ella. Está recién lavado, con el característico olor a la ropa cuando viene del lavadero. El desgraciado de Lisandro había mandado a lavar tu ropa antes de devolvértela.—¿Te escribió una nota o algo? —pregunta Guadalupe, pero le dices que no.Solo dejas tu sujetador en la cama y luego vuelves a terminar de empacar. Sientes que has arruinado las cosas con tu jefe de todas las maneras posibles y te angustia terrible por ello.—Tal vez es solo su manera de decir que olvidaste esto en su casa —dice Guadalupe, y no puedes evitar sentirte peor aún—. ¿Por qué no te pones linda y salimos un rato?—Tengo sueño. Creo que lo mejor es que terminemos con esto, así me voy a dormir —respondes
Te quedas paralizada por un instante, procesando las palabras del doctor Cuartuco. Te das cuenta de que, a pesar de lo incómodo que es todo esto, tiene razón. Aun así, no puedes evitar sentirte humillada y dolida. Te levantas lentamente, tratando de mantener la compostura, y sales de su oficina sin mirar atrás.En parte, no puedes creerlo. ¿Esto es real? ¿Te está obligando a seguir trabajando para él? Eso te disgusta, sobre todo por cómo te ha hablado. Te has sentido insignificante. Es impresionante el poder que ese hombre tiene con solo sus palabras. Seguramente en el tribunal eso le sirve, pero que use ese mismo recurso contigo te hace sentir muy enojada. Aun así, decides no decir nada. Te pones de pie y sales de la oficina.Has perdido la batalla contra el maldito de tu jefe. Maldito y sensual jefe.Mientras caminas de regreso a tu escritorio, te sientes como si estuvieras en una especie de trance. Las miradas curiosas de tus compañeros te atraviesan, pero las ignoras. Te sientas y
Terminas de estudiar mientras te maquillas y te preparas. Te dejas el cabello suelto, es oscuro y largo, tus ondas se marcan más esa noche. Usas tonos suaves para tu rostro, con un labial natural. No quieres llamar la atención durante la reunión. Sabes que ese tipo de fiestas pueden ser terriblemente osadas para algunos individuos. Repasas la lista de invitados y cuando estás a punto de mirar tu reloj, escuchas el timbre de tu departamento, así que bajas esperando ver a Nicolás. Grande es la sorpresa que te llevas al encontrarte en su lugar a Lisandro.—Doctor Cuartuco —dices aturdida.Es increíble, aparece frente a ti después de cómo te ha tratado esa misma mañana. Aunque también te sorprende lo bien que se ve, tan elegante y formal, tan sensual. Tan irresistiblemente tentador.—Se ve hermosa vestida así, señorita Fernández —dice él con una gran sonrisa.Le agradeces sin siquiera mirarlo. Subes al automóvil y te colocas el cinturón de seguridad. Él sube detrás de ti y se dedica a con
Nicolás te ofrece traerte una copa de champán y la aceptas. El vestido es bastante ajustado, por lo que has comido solo un par de canapés para que en tu esbelta figura no se marque el abdomen. Necesitas esa copa, ya que te estás deshidratando; hace mucho calor ahí adentro, rodeada de tantas personas.Observas a las personas a tu alrededor. La mayoría son hombres, aunque hay unas cuantas mujeres abogadas y juezas. Suponer la posibilidad de ser una de ellas en algún momento te hace tener algo de esperanza.—Disculpe, ¿nos conocemos? —dice un hombre joven de cabello oscuro y ojos almendra que se acerca a ti.—Usted es el doctor Méndez, según tengo entendido —dices, ya que es una de las personas que tienes en tu lista con la que debes hablar.—¿Y usted, señorita? —te pregunta él, porque es obvio que no te conoce y solo trata de hablar contigo para ver si consigue tu número de teléfono.—Soy la secretaria del doctor Cuartuco. Mi jefe espera que se comunique con él —le dices, y el rostro de
«Es hora de sacar todas tus cartas y ponerlas sobre la mesa para empezar el juego. Lisandro, permíteme asegúrate que no la tendrás fácil con Camila.»—A diferencia de lo que puedas pensar, te llevaré a donde me pidas, Camila —indicas con tranquilidad, ya sabes por cómo te mira cuánto te desea. Es prácticamente un juego ganado, al menos eso crees.—Entonces quiero ir a mi casa —dice ella, molesta. Aunque está muy excitada, no soporta la idea de estar con alguien que quiera controlarla.Ya tuvo a Cristian en el pasado para aprender de para eso. Ahora solo va a hacer lo que quiera cuando lo desee, y es algo que, como no la conoces, te sorprende. Camila resulta un reto para ti, está más que claro.Te acercas con la excusa de ayudarla a acomodarse el cinturón, y le dices al oído que estás seguro de que debajo del vestido hay una parte de ella que está deseosa de tenerte nuevamente. En realidad, temes que tus artilugios no funcionen con ella, aun así, lo intentas. Deseas a esta mujer tanto
Caminan en silencio hasta el ascensor. Tocas el timbre para llamarlo. Le miras, pero parece ignorarte. ¿Se está arrepintiendo?, te preguntas preocupado. Cuando estás a punto de preguntarle algo para verificar que aún están en sintonía, el ascensor llega. Una vez dentro, te acercas a ella y acaricias su entrepierna. Camila se sorprende, esperaba que primero la acariciaras o le besaras en los labios. Aun así, el beso llega a sus labios, pero de una manera primitiva, depredadora, de tu parte. La arrinconas contra la puerta del ascensor para tocarla de manera más provocadora. Está preocupada de que alguien suba y los encuentre de esa manera tan íntima, pero, pese a eso, no puede pedirte que te detengas, ya que en parte le gusta. Al abrirse la puerta, ya están en tu departamento completamente excitados por la previa.En ese momento, viene a ti una conversación que tuviste con Nicolás.—¿Estás seguro de meter a Camila en esto ya? —te había consultado él.Tu hombre de confianza, el que sabe