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Capítulo tres - Tu llegada al cielo

—En realidad me han robado —le dices a tu jefe, para evitar el silencio incómodo que se está formando, aunque también lo haces para tratar de justificar un poco tu comportamiento irracional.

Al no recibir respuesta por parte de tu jefe, lo miras con preocupación. ¿Tal vez no te cree o quizás se da cuenta de que estás tratando de justificarte? Mientras más atenta lo miras, más incómoda te sientes. El cosquilleo en el estómago se vuelve más intenso, y te ruborizas por estar en su mera presencia. Su rostro es apolíneo, sus rasgos masculinos pero delicados. Tiene el cabello un poco más oscuro que tú y está perfectamente rasurado, como si en ese rostro no creciera el vello facial.

¿Es posible que alguien en alguna parte del extenso universo haya pensado en eso? ¿En crear a un espécimen de la raza humana con las características exactas para que las féminas a su alrededor se sientan como tú; atrapadas por su belleza y su porte? ¿Lo es? El doctor Cuartuco te saca de tus pensamientos para responder.

—Supuse que algo te había sucedido. ¿Te hicieron daño? ¿Estás bien? —pregunta en tono de preocupación.

¿Será real o parte de la formalidad que los humanos están acostumbrados a utilizar dentro de su hipocresía? Es una de las preguntas que cruza por tu mente. Es normal que te sientas así, ya que uno de esos mismos machos alfa te ha dejado a la deriva horas atrás. Cruzaste los ojos con él y te das cuenta de que estás actuando como una tonta. Así que con la cabeza haces un movimiento de afirmación, respondiendo a la última de sus preguntas. Es lo único que puedes hacer frente a ese tipo de hombre que, con solo un par de ojos grandes, logra intimidarte.

Poco a poco tu cuerpo recupera el calor gracias a lo que te provoca tu jefe, pero también al calor que el vehículo libera por sus pequeñas ventilaciones. Aunque sigues empapada.

Sin darte cuenta, ya han llegado a tu destino. Te entristeces, ya que estás empezando a estar cómoda dentro del enorme coche y al lado de ese hombre terriblemente encantador. Al llegar, él detiene el motor y sientes la obligación de darle las gracias por su amabilidad. Aunque tu paseo ha sido tan corto, si hubieras hecho el trayecto a pie, seguramente algo más habría terminado con la poca cordura que te queda.

Solo sonríe con despreocupación mientras tú bajas del vehículo. Claro que no es nada para él, crees, no es que él quiera estar en tu compañía, ni que llenes de agua su costoso coche, ni que arruines su chaqueta tras sentarte en ella. Seguramente está yendo a una fiesta o tal vez se va a encontrar con una mujer de verdad, no un trapito escurrido como tú, al menos eso es lo que pasa por tu cabeza. No comprendes lo sensual que eres, no aún.

Miras el suelo y está lleno de agua. Piensas en saltar los charcos, pero te sientes ridícula. Ya estás empapada. Aunque te sorprende que él no se vaya apenas tú has bajado del Mercedes. El doctor Cuartuco se queda esperando a que entres al departamento. Te apresuras a tocar el timbre, sintiéndote muy ansiosa por ser observada por el hombre.

Para tu sorpresa, tu compañera no contesta. Es algo con lo que no cuentas. ¿Ahora qué vas a hacer? ¿Quedarte a esperarla? Ha dejado de llover, pero, aun así, sigues mojada, por lo que vas a volver a sentir frío. Te pones más nerviosa, ya que él sigue ahí, mirándote. Tal vez habría sido mejor que no fuera tan amable y ya se hubiera ido. Vuelves a tocar el timbre un par de veces más, pero sin éxito.

No importa a qué dios le supliques que tu compañera te responda. Nadie escucha tus ruegos desesperados. Una parte de ti estaría dispuesta a ofrecer su alma si eso significara sacarte de este momento tan incómodo. Pero a estas alturas, consideras que pocos querrían algo de ti. Después de unos minutos, tu jefe te pide que vuelvas al automóvil. Como una niña obediente, regresas a él.

—No creo que sea bueno para tu salud que sigas así mojada. Vas a terminar enfermando —dice el doctor Cuartuco y luego hace silencio por un minuto, como si tratara de evaluar la situación con detenimiento—. Si no te molesta, puedes venir a mi casa, cambiarte y esperar a que la lluvia se detenga por completo —añade y te abre la puerta para que vuelvas a entrar.

Este hombre está dispuesto a seguir compartiendo su valioso tiempo contigo. Ahora no solo te sientes incómoda, sino también decepcionada de ti misma. Si fuera otra ocasión, estarías segura de que saltarías de felicidad. Pero no así, viéndote hecha un desastre y menos sintiéndote tan mal contigo misma.

—Señor Cuartuco, es usted muy amable, pero no puedo abusar así de su generosidad —intentas decir.

A diferencia de lo que pudieras pensar, él se pone insistente. Así que no te queda otra opción que volver a ceder y aceptar ir al domicilio de tu empleador y tutor de doctorado.

Si alguien te hubiera leído tu horóscopo y te hubiera dicho que pasarías la noche en la casa de tu reconocido jefe, habrías sido capaz de apostar todos tus bienes en tu contra. Algo en ti quiere salir, permitirte relajarte un poco. Decirte que te lo mereces, pero te cuesta aceptar que un hombre apuesto desee ayudarte. Que mereces esa ayuda y que vales más que lo que tu maldito ex te hizo sentir.

Tu empleador vuelve a ajustar la calefacción para evitar que tiembles de frío. Aunque ese calor le resulta incómodo, para no decir molesto. Así que, para contrarrestarlo un poco, abre levemente la ventanilla del conductor. Conduce casi una hora durante la cual no hablan de nada en particular, ya que tú sigues sumergida en tus pensamientos.

Cuando llegan a unos edificios muy altos y luminosos, notas que están cerca de la costanera. Son los departamentos más costosos de la ciudad. Y como era de esperarse, tu jefe vive en uno de ellos. El doctor Cuartuco reside en uno de los dos edificios más caros de toda la ciudad y los alrededores. Con un automóvil así, es de esperarse que no lo dejaría fuera de su departamento en cualquier lugar como lo hacía tu ex, piensas; y levemente sonríes. Comparar a tu ex con tu jefe es una tontería. Aun así, te hace sentir mejor.

Por un momento te dedicas a mirar la majestuosa vista. Es un sitio artificial, aun así, es muy hermoso. Se nota que está hecho para hacerte sentir inferior si no vives aquí, sin importar cuánto ganes o cuánto tengas.

Notas que cuando entran por el estacionamiento, un hombre uniformado se les acerca. Al parecer, el sitio tiene no solo cámaras, sino también bastante seguridad, ya que este les da un pase de invitado que debes usar mientras estén dentro.

Después de estacionar el automóvil, van hasta unas puertas metálicas que reflejan sus cuerpos. Él es un poco más alto que tú. Las puertas resultan ser el ascensor, por lo que ambos entran. Tras cerrarse la puerta con ustedes adentro, sientes curiosidad por saber a qué piso irán. Sin embargo, al darte cuenta del botón que tu jefe presiona, te quedas boquiabierta. Él es el residente del último piso, el más grande que jamás has visto. Al abrirse las puertas del ascensor, puedes notar que no solo es grande, sino que también es muy moderno, lleno de ventanales, luces estratégicamente ubicadas, pisos brillantes en los que eres capaz de ver tu reflejo. Llegaste al cielo, y en lo único que puedes pensar es en lo mal que te ves.

La voz del doctor Cuartuco te ayuda a salir de tus pensamientos, dentro de los cuales has vivido la mayor parte de la noche.

—El baño —te dice, señalando una puerta—. Creo que lo mejor va a ser que te des un baño para calentar tu cuerpo, ya que has pasado mucho tiempo con la ropa húmeda.

Después de decirte eso, él se va a una de las habitaciones, dejándote sola en la sala. No sabes si debes ir al baño o esperarlo ahí, así que te dedicas a admirar el lugar. La sala es enorme y cerca de ti hay un sofá de color negro en forma de C con almohadones grises y blancos. Además, hay una mesa ratona de vidrio en el medio. Tranquilamente, pueden sentarse unas nueve personas en él. Supones que es donde tu jefe hace algunas reuniones sociales. La dimensión de ese living es más grande que todo tu departamento.

Él regresa rápidamente con un pijama en la mano. Te lo da y tú, después de agarrarlo, te diriges al tocador.

Mientras abres la canilla, no puedes dejar de pensar en las prendas que te ha dado tu jefe. ¿Serán de su pareja? Te quitas el vestido que aún está húmedo y, al quedar completamente desnuda, te metes en la ducha. Es muy reconfortante. El calor del agua entra en tu piel y hace que por fin dejes de temblar. Cuesta aclimatarse, pero una vez que lo haces, aprecias el enorme baño. Estás en la ducha, donde caben unas cuatro personas de pie. La habitación está cubierta por cerámicos de color negro. Todas las cosas metálicas son plateadas y tiene varios espejos. Aunque es un lugar sumamente bello, parece muy frío. No se notan toques femeninos por ningún lado. ¿Será su jefe quien lo ha dispuesto de ese modo?

Al mirar dentro de la ducha, solo ves el jabón. Al parecer, no hay con qué lavarte el cabello. No es propio de ti ni bien educado revisar los cajones, por lo que decides no lavarlo, a pesar de que está mojado.

Después de unos minutos más bajo el agua, te das cuenta de que tu vida está de cabeza y no sabes por qué. ¿Qué has hecho mal para que tu novio te deje de esa manera? Si bien aún eres virgen, él había estado de acuerdo en desposarte cuando se casaran. ¿En qué momento ha cambiado de parecer? ¿Y por qué no te lo ha dicho antes de que tu relación pendiera de un hilo? Aunque no tienes ganas de pensar en eso en este momento, tu cabeza no ha dejado de maquinar.

Por lo que te apresuras y terminas de ducharte. Después de secar tu cuerpo y tu largo cabello con una toalla de color azul oscuro que está colgada en la parte más alejada del chorro de agua en la ducha. Sales y te vistes con el pijama que tu jefe tan amablemente te ha dado. La seda es fría, pero muy cómoda, notas mientras te vistes. Lleva encaje, lo que hace que la prenda sea mucho más delicada y atractiva a tus ojos.

Sales del baño con la toalla en la mano porque no sabes si él la coloca en el baño o en otro lugar para que se seque. O si simplemente prefiere ponerla para lavar, ya que la has usado. No sabes nada de él, así que no quieres hacer conjeturas que puedan incomodarlo. Sobre todo después de ser tan amable contigo durante toda la noche, más aún si la ropa que llevas puesta termina siendo de la esposa del hombre en cuestión. Si la pareja del doctor viera un cabello como el tuyo, seguramente se enojaría con él. Pese a que nada pasará entre ustedes esa noche. Por esa misma razón, has tratado de asegurarte de que nada quede dando vueltas en el baño.

—Doctor Cuartuco, no quiero sonar desagradecida. Pero me preocupa lo que diga su esposa acerca de que yo esté utilizando esta ropa o incluso el baño —le dices al encontrarlo en la enorme cocina.

Por supuesto. Después de esa sala y ese living, incluso de ese baño; todo espectacularmente cómodo, lujoso y enorme. ¡Cómo es posible que te sorprendas de que la cocina de tu jefe sea tan... tan como todo lo demás!

—Señorita Fernández, ¿cree que si yo tuviera esposa traería a mi departamento a una joven tan hermosa como usted? —te pregunta él con serenidad.

Autora: Osaku

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